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El Teatro de la Franja de A Coruña que desapareció hace más de 100 años

El número 22 de la calle la Franja fue durante años el hogar de la ópera y el teatro en A Coruña, un emplazamiento que vio varios teatros para, finalmente, dar paso a un edificio de Faustino Domínguez Coumes-Gay
Nuria Prieto
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En una ocasión, el emperador, tras escuchar una interpretación de Mozart le trasladó su juicio sobre la pieza: “Es demasiado hermosa para nuestros oídos, verdaderamente encuentro que hay demasiadas notas”. El compositor, seguramente con algún gesto notablemente curioso repuso: “Exactamente no hay más que las necesarias”. Quizás por eso, tiempo después Mozart afirmase “Si el emperador me quiere, que me pague, pues sólo el honor de estar con él no me alcanza”. Aunque la ópera se originase en círculos aristocráticos como la Camerata Fiorentina con Dafne (Jacopo Peri, 1597), pronto se popularizó, y fue en Venecia bajo el gobierno de la Serenísima República que comenzaron a venderse entradas para asistir al evento. Esta acción contribuyó a su enriquecimiento ya que pronto aparecerían ramas formales y localismos dentro de la disciplina dramática. 

A pesar de su popularización, la presencia de la ópera como acto social se introduce en el tejido urbano como un elemento extraño que ha de integrarse. No es una cuestión de escala, sino de significado social y dinámica urbana que termina por transformar el espacio público en el que se instala. No hay definición para la fecha exacta en la que las ciudades comienzan a incorporar edificios para la ópera. Si bien para las estaciones de tren, las oficinas de Correos o los aeropuertos hay fechas significativas que derivan en estilos arquitectónicos asociados como el clasicismo, racionalismo o eclecticismo en las estaciones de tren, el movimiento moderno en las oficinas de Correos o el postmodernismo, el brutalismo, el googie y la ausencia de identidad en los aeropuertos, en los edificios para la ópera la incorporación es algo particular.

La ópera de París de Charles Garnier de estilo ecléctico (1875), la Fenice de Venecia, clásica y barroca (1792), la Scala de Milán, clásica (1778) o la Ópera Metropolitana de Nueva York, postmodernista.
(Fuente: Shutterstock)

La ópera es barroca, pero también es moderna, postmoderna o clásica…así hay tantas facetas arquitectónicas asociadas a ella como formalismos operísticos. La ópera de París de Charles Garnier de estilo ecléctico (1875), la Fenice de Venecia, clásica y barroca (1792), la Scala de Milán, clásica (1778) o la Ópera Metropolitana de Nueva York, postmodernista (Philip Johnson y equipo, 1955) representan formas arquitectónicas que materializan el escenario de la música y el drama hasta el punto de protagonizarlas, como es el caso de la ópera de París y su famoso fantasma. 

Nicola Setaro: un napolitano en A Coruña

En A Coruña, existe ahora un ‘Palacio de la ópera’, pero este edificio no fue la primera ópera de la ciudad, sino que esta tuvo un origen más cercano a la tradición italiana. Nicola Setaro originario de Somma Vesuviana (Nápoles) artista y posteriormente empresario decidió, buscando una forma de ganarse la vida, convertirse en un trotamundos de la ópera. Junto con el objetivo de triunfar en esta disciplina, Setaro tenía la voluntad de dar a conocer la ópera italiana en todo el mundo. Su búsqueda le llevó a Barcelona en 1750, donde se instaló quizás porque como dice el arquitecto óscar Tusquets ‘Barcelona es una ciudad que a veces quiere ser Nápoles y otras Zurich’. Antes de su llegada a Barcelona, Setaro había probado suerte como cantante de la disciplina actuando en grandes óperas italianas, pero también en Viena o Venecia. Pero será en España donde tome la decisión de formar su propia compañía lírica. Apenas unos años después (1762) había llevado sus obras por toda España y era el principal empresario del Teatro Corpo da Garda de Oporto. 

En Oporto había conseguido consolidarse como empresario lírico, y sus iniciativas como productor de ópera garantizaban buenos resultados en aquellas ciudades en que se desarrollaban. Así, le resultó sencillo proponer espectáculos en Santiago, A Coruña o Ferrol. En A Coruña, Setaro construye un teatro provisional en diciembre de 1768, en una ubicación que hoy se encontraría cerca de la plaza de María Pita, es decir, extramuros, pero muy cercana a las puertas de la muralla. La construcción, efímera, es derribada apenas seis meses después, en febrero del 69. El éxito fue tal (se cree que se llegó a interpretar ‘Il maestro de capella’ de Tomasso Traetta), que se decidió construir un nuevo edificio en pocos meses (inaugurado en 1770,) esta vez con vocación permanente y en las inmediaciones de la actual plaza del Humor, en el barrio de la Pescadería. De manera simultánea construyó el primer teatro de ópera en Ferrol ese mismo año. Setaro sería el responsable de ambos teatros hasta 1772.  Pero en 1798 se estrenará una gran obra que cambiaría la historia del edificio: Don Giovanni de Mozart. 

Francisco D’Andrade en el papel de Don Giovanni de Mozart

En ese punto la vida de Setaro y la de su teatro construido en A Coruña se separan tomando caminos opuestos. Mientras el teatro coruñés progresa fantásticamente bajo un nuevo mando, convirtiéndose por primera vez en el lugar en el que todos los ciudadanos pueden disfrutar de las obras líricas si distinción de clase enriqueciendo su cultura y su experiencia personal, Setaro fue falsamente acusado de sodomía con una mujer en Bilbao. Esta acusación, que se demostró falsa con el tiempo debido en parte a que los testigos eran prostitutas o gente sin hogar que habían sido sobornados, fue organizada por determinados grupos ultraconservadores y tenía como objetivo censurar determinados espectáculos puesto que suponían una gran competencia para otros empresarios locales y porque en ocasiones satirizaban a la aristocracia, a la Iglesia o simplemente mostraban relaciones libres sin distinción de clase. A pesar de que la justicia reconoció esta acusación como falsa, la resolución llegó desafortunadamente tarde, Setaro había fallecido en 1774 en la cárcel debido a las lastimosas condiciones de los centros penitenciarios. Todos sus bienes habían sido incautados por la justicia.

Arquitectura en llamas

A pesar de la divergencia en sus caminos en 1804, el teatro fue destruido a causa de un incendio. Un destino muy común de este tipo de construcciones, no sólo en fechas de eco lejano, ya que la Fenice sufrió un gran incendio el 29 de enero de 1996 y tan sólo dos años antes el Liceo de Barcelona había sido víctima del mismo suceso. Los acabados interiores, especialmente la abundancia de textiles y decoraciones barnizadas o pintadas junto con instalaciones deficientes debido al paso del tiempo suelen ser los principales responsables de accidentes que terminan por reducir a cenizas este tipo de edificios. 

Vista de la localización del teatro que desde 1770 se construyó con vocación permanente, en las inmediaciones de la actual plaza del Humor.
(Foto: Nuria Prieto)

El éxito del teatro de ópera de A Coruña era tal que la posibilidad de abandonar su presencia en la ciudad no era un opción. Así el mismo año del incendio el empresario de comedias Bartolomé Alegre decide abordar la construcción del edificio en su ubicación anterior. El proyecto es desarrollado por el arquitecto municipal de entonces Fernando Domínguez Romay. Una obra fantástica que sin embargo fue destruida a manos de las fuerzas hispano-francesas que en los meses de Julio y Agosto de 1823 asediaron la ciudad.

Pero la historia de un teatro nunca termina con su destrucción ya que la comedia es en sí una necesidad esencial para la sociedad que, tarde o temprano volverá a construir un hogar para ella. El cine ha mostrado esta emoción del espacio teatral en condiciones extremas en numerosas ocasiones, desde “El amor en su lugar” (Rodrigo Cortés, 2021), “To be or not to be” (Lubistch,1942) a la ácidamente icónica “Berlín-Occidente” (Billy Wilder, 1950)

“El espectador necesita de nuestra obra para mantener encendida la esperanza…”; “¿Aplaudirán?... ¿Les oís aplaudir?... ¡Están aplaudiendo!” Diálogo de ‘El amor en su lugar’ de Rodrigo Cortés, 2021.

La desaparición del teatro

La desaparición de un teatro no es una opción para la ciudad. Por ello se analiza el contexto de la parcela en la que se ubicaba el teatro de la ópera. En sus inmediaciones el ingeniero Feliciano Míguez había desarrollado un proyecto para un teatro en 1767, obra que nunca se construyó. Pero muy cerca se encontraba un pequeño salón que en Diciembre de 1823 comenzó a adaptarse poco a poco como teatro, un proyecto a cargo de Melchor de Prado y Marino (1780-1834) arquitecto municipal originario de Santiago de Compostela. Este anuncia tal y como lo recoge Jesús Ángel Sánchez García en su texto “Arquitectura Teatral en La Coruña. El siglo XIX: El teatro de la Franja o de Variedades (1823-1889)” que la obra se está desarrollando con mucha solvencia y estabilidad, garantía de durabilidad en parte porque la estructura de madera está ejecutada en roble y castaño. Pero no todas las voces eran positivas ya que el ingeniero miliar Dámaso de Aldao, es crítico con las dimensiones, las que define como angostas prestando especial atención a la escalera que considera excesivamente estrecha. Este aspecto no es una apreciación aleatoria, ya que teniendo en cuenta la memoria del anterior teatro, la evacuación de ocupantes en caso de incendio ha de ser un aspecto esencial del diseño. 

Foto: Nuria Prieto

En su investigación Sánchez García recoge una de las mejores descripciones de este nuevo teatro situado en la calle de la Franja 22:  El sit. en la calle de la Franja, conocido vulgarmente por el Teatro Viejo, nada notable por sus dimensiones ni arquitectura, presenta una fachada de 52 pies'de frente y tres puertas que dan entrada a un reducido vestíbulo o mejor dicho zaguán; el primero y segundo cuerpo reciben la luz por tres ventanas cada uno, y sobre la cornisa que corona el edificio, hay una boardilla en toda la estensión. El interior es de figura elíptica, y el foro o escenario, está colocado desde uno de los focos de la curva hasta la fachada posterior: la long, contada desde una a otra fachada es de 108pies, su mayor dimensión en el interior de la curva (es) de 50 pies hasta el foro, y éste tiene 28 de longitud: la altura que es de 29 pies está ocupada por tres órdenes de asientos que son: palcos bajos, principales y galería, y todo él proporciona localidad para 600 personas: hay además dos pequeños salones sobre el vestíbulo, y así los pasillos como las escaleras son estrechas e incómodas. Todo el interior es de madera de roble y pino del país..." (Madoz Diccionario Geográfico. Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar. Madrid 1847. Pp403).

"Las dimensiones reducidas que se describían en la época se compensaban con el apoyo del edificio colindante (nº20) que servían en cierto modo de huésped"
Texto y Foto: Nuria Prieto

De la descripción de Madoz se pueden comprender con sencillez las opiniones de los técnicos de la época. Pero esta no es la única descripción sobre el mismo, aunque sí la más completa. El teatro era una construcción en cierto modo orgánica, no en el sentido geométrico, sino en el funcional. Las dimensiones reducidas que se describían en la época se compensaban con el apoyo del edificio colindante (nº20) que servían en cierto modo de huésped. Si bien el teatro contenía espacios para las actividades auxiliares del teatro como guardarropa o taquillas, carecía de cafetería, algo que se encontraba en este edificio adyacente. La evacuación se compensaba con un acceso secundario a través de la calle Trompeta. La importancia de este teatro pasó a un segundo plano con la construcción del Teatro Principal (hoy en día Teatro Rosalía de Castro), un edificio exento que nacía con condicionantes más favorables. Si bien, el Teatro de la Franja se convirtió de alguna forma en referente para el Teatro Rosalía ya que la sala curva o alla italiana, una morfología teatral innovadora, estaba ya incorporada en el primero.

Debido a la estrechez de la escalera, la evacuación de los espectadores se compensaba con un acceso secundario a través de la calle Trompeta
(Foto: Nuria Prieto)

La construcción del teatro de la Franja se culmina con 16 palcos bajo, 18 palcos principales y anfiteatro con gallinero para las mujeres (entonces se separaban hombre y mujeres en este tipo de edificios) sumando un aforo de 700 personas, cifra que Melchor de Prado y Marino así como José María Noya recomiendan no sobrepasar por cuestiones de seguridad: frente a la evacuación en caso de incendio y frente a la resistencia estructural. La seguridad preocupó mucho en el momento en el que el teatro entró en uso y fue a partir de 1836 su condena. Se suspendieron las representaciones a finales de ese mismo año tras varias reparaciones de refuerzo.

Pero los teatros no mueren, o al menos no de la forma habitual. La década de los cuarenta en el siglo XIX fue un tiempo relativamente relajado para A Coruña, ya que las guerras carlistas devastaban el norte de la península. Así, A Coruña era una de las pocas ciudades seguras de la zona y el teatro se reabrió en 1838 con óperas como la magnífica Elixir de Amor o La extranjera, para ser cerrado de nuevo en 1841. A pesar de los sucesivos refuerzos que intentaban asegurar el funcionamiento del teatro y ser así competencia para el Teatro Rosalía, no fue posible su total recuperación. Fue entonces cuando se convirtió en sede del Ateneo Coruñés (1859) donde se debatieron temas muy relevantes para la sociedad como la emigración, la situación sociopolítica de Galicia o el feminismo. Es debido a la profunda reforma que acometería el Liceo Brigantino, quien convertiría el edificio en su sede, que recobra la vida. 

Foto: Nuria Prieto

Como refiere Sánchez García en su investigación citando una descripción de la época en la que se narra la celebración del aniversario de Calderón de la Barca: "El salón-teatro de la sociedad se hallaba decorado con el mejor gusto. Grandes guirnaldas de flores orlaban los palcos, de cuyas arcadas pendían caprichosas canastillas, destacándose en el centro, y en el lugar que ocupa la lucerna, una de gran tamaño y artísticamente colocada. Se puso en escena un cuadro dramático en un acto y en verso, titulado Aniversario, y escrito por D. José Millán Astray. Cuando se alzó de nuevo la cortina, el busto de Calderón, rodeado de esplendentes rayos, ocupaba el centro del escenario, y los individuos de la sección de declamación depositaron ante el mismo coronas de flores y siemprevivas..."

El edificio Simeón

Los edificios, en ocasiones tienen vida propia, y su estado de conservación motivó su derribo en 1889. Al teatro de la Franja le sustituyó el actual edificio, obra de Faustino Domínguez Coumes-Gay entonces arquitecto municipal. El edificio actual bautizado como edificio Simeón es la actual oficina de Servicios Económicos Municipales. La pieza, que cierra la manzana, fue diseñada en estilo regionalista con la estructura formal de los edificios de vivienda de La Pescadería: bajo y primera planta a paño con huecos recercados o balcones y las dos últimas plantas con galerías. El nuevo edificio tiene un gran interés, si bien sería objeto de un análisis más profundo.

Fotos: Nuria Prieto

Símbolos ocultos en la ciudad

El recuerdo de los edificios desaparecidos parece algo triste. Están siempre rodeados de un velo de romanticismo crítico defensor de un pasado mejor. Una visión sesgada que se ve reforzada porque, en muchos casos, la desaparición de un edificio no representa en sí su ausencia, si no la sustitución por una arquitectura incomprensible. Pero en otras ocasiones la desaparición de una pieza crea la renovación urbana, un espacio vital susceptible de alterarse, destruirse y reconstruirse. Frente a la ciudad inmóvil, congelada en el tiempo, la ciudad viva, el collage manhattanista que muta a toda velocidad dentro de las reglas de un hábitat abstracto definido por la cultura del lugar. El teatro de la Franja desapareció, pero su actividad mutó varias veces antes de dar paso a otro uso, disolviendo su función original en el organismo urbano. Su presencia en la memoria del hábitat no desaparece, al pasear por la calle la Florida, en la fachada del edificio Simeón hay una pequeña placa que indica que allí estuvo durante muchos años el Liceo Brigantio.

Placa conmemorativa
(Foto: Nuria Prieto)

Sobre el texto conmemorativo hay un pequeño pictograma, un dibujo fácil de comprender casi escondido ante la escala de la fachada: dos máscaras, una feliz, otra triste. Felicidad y tristeza en un edificio que durante muchos años fue el hogar del drama y la lírica representados con ese sencillo dibujo y es que la ciudad está llena de símbolos que merece la pena encontrar. 

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