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El centro escolar Curros Enríquez de A Coruña, un edificio que no siempre fue un colegio

El Colegio Curros Enríquez fue un proyecto complicado en términos de diseño, pero aún más complejo fue la definición de su uso que enfrentó muchos cambios hasta el día de hoy. Una posición urbana determinante, muchos arquitectos y un contexto histórico complicado componen los parámetros de proyecto de este colegio con pinceladas art dèco.
Nuria Prieto
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El eclecticismo del siglo XIX es un tiempo singular para la arquitectura, un momento de conceptos "mezclados, no agitados" al más puro estilo de 007. La vocación de este estilo como un paso en favor del progreso arquitectónico era difusa, y así lo reflejan Robert Venturi y Denis Scott-Brown en su Learning from Las Vegas (1977) ''El eclecticismo estilístico del siglo XIX era esencialmente un simbolismo de la función, aunque a veces fue también un simbolismo del nacionalismo, por ejemplo, con el renacimiento de Enrique IV en Francia o el Tudor en Inglaterra. Pero los estilos se corresponden bastante coherentemente con tipos de edificios''.

Esta relación entre estilo y tipología genera nuevas formas de percepción arquitectónica, con una voluntad simbolista soslayada. De esta forma los bancos tienden a adoptar el lenguaje de las basílicas clásicas como nuevos templos del dinero, las universidades se construían con estética neogótica emulando Oxford y Cambridge, pero con la consolidación del estilo, estas asociaciones libres se fueron desbordando hasta, como relatan Venturi y Scott-Brown, diseñar el puesto de hamburguesas con forma de hamburguesa como intento e expresar la función mediante la asociación pero persiguiendo la persuasión comercial.

Primer proyecto de Pedro Mariño para el centro escolar Curros Enríquez. Arquivo do reino de Galicia. Recogido en el texto de Ana Lamelas Fernández. Dos proyectos escolares del arquitecto Pedro Mariño en la ciudad coruñesa: Concepción Arenal y Curros Enríquez. Universidade de Santiago de Compostela

Pedro Mariño, uno de los arquitectos que dio forma a la ciudad

El arquitecto Pedro Mariño (1865-1931) es uno de los arquitectos que desarrollan su obra en tiempos eclécticos. De influencia inicialmente francesa y posteriormente vienesa, viste sus edificios con ornamentación clásica que, por su abundancia en numerosos edificios monumentales, pasa desapercibida como un elemento compositivo más de la ciudad. Mariño es uno de los arquitectos que da imagen a A Coruña como Albalat en décadas posteriores o Juan de Ciórraga en tiempos paralelos. Mariño, que fue arquitecto municipal hasta su fallecimiento, definió muchos aspectos urbanos desde la planificación a las necesidades de equipamiento o vivienda.

Siempre en contacto con las vanguardias europeas, sus ideas importaban conceptos del París decimonónico y de la Viena de la secesión. Europa creaba y mantenía un estilo común con matices locales, en un movimiento común no premeditado por la adaptación de las ciudades a los tiempos que incluyen, entre otras ideas, el embellecimiento estético. De esta forma comienzan a aparecer actuaciones urbanas sobre fragmentos de la ciudad, que tienen como origen la incorporación de un equipamiento capaz de generar una onda expansiva a su alrededor. Y todas ellas, se enlazan dentro de una sucesión de trabajos de reorganización destinados a la transformación urbana.

A Coruña, dentro del contexto europeo, es una de esas ciudades que intenta un proceso de reforma interior a través de esa metodología. Pedro Mariño propone intervenciones y equipamientos dentro de la ciudad que son capaces de generar esa onda expansiva en su entorno. Quizás con la mirada puesta en la Place Vendôme o en la magnífica Ópera de París, Mariño a través de su mirada ilustrada propone la construcción de dos centros escolares, uno de los cuales se realizará en el Campo de Marte. Destaca la ideología que apoya la materialización de estos centros escolares, ya que no se trata únicamente de servir a una necesidad debido a una demografía creciente, sino la profunda convicción de que todos los niños y niñas debían de asistir a la escuela y que ésta fuese higiénica, sana y progresista. 

El Campo de Marte

En 1906 se propone por primera vez la construcción de un centro escolar en el Campo de Marte o Campo Volante, un espacio vacío entre dos barrios. El conjunto de parcelas constituyen un espacio triangular, que se postulaba como un espacio para la construcción de una pequeña colonia urbana, que aún se mantenía vacía. El centro escolar, supuso el argumento fundamental para reestructurar este pequeño triángulo urbano, sería la pieza que cerraría el lado más alto del espacio, permitiendo la consolidación de las escalas desde el urbanismo más denso a la baja densidad que previsiblemente ocuparía el perímetro de la plaza. Sin embargo, este proceso urbanístico llevará más tiempo del esperado, ya que como muchos proyectos se enfrentó a una coyuntura compleja y pequeñas dificultades que se convirtieron en problemas de gran magnitud. 

Durante la Primera República los ministros Marcelino Domingo y Fernando de los Ríos impulsaron un plan de reconstrucciones en los edificios escolares. Un prólogo para la fundación del Instituto-Escuela y la Oficina Técnica de Construcciones escolares un par de décadas después. Sin embargo, la mayor parte de construcciones escolares de este momento, aunque alentadas desde el estado fueron construidas con el impulso municipal, lo que además permitía una variación estilística mayor y en ocasiones, la incursión de la vanguardia.

Entre 1906 y 1908 el proyecto para un centro escolar, denominado Casa-Escuela pública es sometido a debate, constituyendo en 1908 una comisión especial para determinar el tipo de docencia que se impartiría en ese centro y por lo tanto sus necesidades programáticas. Tras un intercambio amplio de ideas se determina que el lugar no es adecuado para un colegio, ya que se encontraba próximo a lugares que entrañaban peligro como cementerios, industrias y cuarteles. Además, muchos de los pequeños tendrían que caminar mucho para llegar a este centro que, entonces se encontraba muy alejado del tejido residencial. Sin embargo, había aspectos positivos muy relacionados con la vanguardia de la enseñanza y los principios higienistas, como las ventajas del contacto con la naturaleza, o las posibilidades de instalaciones amplias y ventiladas que en lugares más compactados resultaría muy difícil

Este centro escolar se enfrentaba además a problemas económicos que impedían financiar las obras, ya que el ayuntamiento tan sólo era capaz de proveer la cuarta parte del presupuesto de ejecución que ascendía a 261.945,50 pesetas. Se organizó una campaña para recaudar fondos, y desde buenos Aires llegaron 15.019,69 pesetas para financiar el monumento al poeta que se colocaría delante del centro. Como recoge Ana Lamelas en su investigación sobre la construcción del centro Curros Enríquez y Concepción Arenal, el proceso de construcción del centro fue largo y ocupó a dos arquitectos que desarrollaron proyectos muy diferentes, que no se llevaron a cabo: el primero de Pedro Mariño y el segundo de Antonio Mesa y Eduardo Lagarde

El proyecto inicial, de 1906 se modifica para reducir su presupuesto entregando una segunda propuesta en 1910 que finalmente se vería descartada en 1917. Este proyecto era una obra compacta, con una estructura que casi emulaba a las construcciones masivas del neoclasicismo francés. Las fachadas que transmitían gravedad, presentaban una ornamentación plana que marcaba un relieve de sillarejo muy próxima a las fortalezas renacentistas italianas, incorporando grandes huecos que garantizaban la adecuada iluminación y ventilación natural. En las esquinas el edificio se remata con resaltes, simulando una fortificación y acumulando en ellos la ornamentación que se localiza fundamentalmente en la parte superior del mismo.

El edificio ocupaba toda la parcela de forma trapezoidal designada para su ubicación, incluyendo un patio central y otro frontal con áreas ajardinadas. La fachada hacia este patio (la cual se correspondería con el frente hacia el campo de Marte en la actualidad) resuelta con más ornamentación, solucionaba el desnivel con escaleras y rampas, creando una topografía artificial de gran belleza. A pesar de conseguir el visto bueno de la corporación municipal, entonces liderada por el alcalde José Folla Yordi, el problema económico imposibilitaba su construcción

Y unos cuantos proyectos después...

Unos años después se decide buscar una solución más económica, como describe Ana Lamelas en su trabajo, el ayuntamiento solicita a la Asociación de Arquitectos de Galicia un nuevo proyecto que recae en Antonio Mesa y Eduardo Lagarde quienes lo entregan en 1916, y que tampoco se llegaría a construir. Será en 1929 cuando el arquitecto Luis Martínez Díaz finalmente entregue el proyecto que actualmente se encuentra construido, aunque con una pequeña salvedad, y es que aunque se diseñase como grupo escolar, su primer uso no fue este. 

Martínez Díaz proyecta un edificio sobrio, con un cierto lenguaje Art-Dèco que recuerda a ese eclecticismo inicial pero ahora depurado. Se limpian de todo exceso las líneas ricas de los tres primeros proyectos para culminar con un diseño de simetría estricta y sencillez forma que sin embargo, conserva los principios esenciales de la buena arquitectura docente del momento. El grupo escolar desarrollado por Martínez Díaz es una pieza simétrica y limpia, formada por un bloque central y dos alas que dividían la zona de niñas y de niños, ambas con patios en la parte posterior. Esta distribución ha variado en la actualidad adaptándose a las necesidades de la docencia contemporánea. Pero hubo un paso previo.

Cuando se finalizó al fin, la construcción del colegio, se produjo el golpe de estado que dio lugar a la Guerra Civil. Esta situación excepcional modificó el uso del Centro escolar Curros Enríquez que adaptó sus instalaciones para dar servicio como Hospital. El diseño, moderno y seguidor de principios higienistas fundamentales, lo convirtieron en el edificio público idóneo para este fin. Terminado el conflicto bélico, el edificio paso a manos militares, siendo utilizado como uno de los tres centros de la ciudad para pruebas y fábrica de armamento (junto con el colegio Eusebio da Guarda y la sala de pruebas en San Amaro).

El proyecto de adaptación corrió a cargo del arquitecto coruñés Antonio Tenreiro, y sus obras dieron inicio el 23 de octubre de 1934 como se recoge en la documentación de final de obra del mismo. Este uso llegó a su término en 1956 como se indicaba en el BOE de aquella fecha: ''ORDEN de 11 de abril de 1956 por la que se aprueba la liquidación final de las obras de construcción del Grupo escolar Curros Enríquez de La Coruña [...] vista la solicitud de don Roberto Aleu Torres, contratista que fué de las obras de construcción del grupo escolar Curros Enríquez. de La Coruña. en petición de que se proceda a la liquidación final de las obras y le sea devuelta la fianza constituida para garantizar la ejecución de dicho servicio, cuyo edificio escolar fué requisado por Orden del excelentísimo señor Capitán General de la VIII Región, con objeto de destinarlo a fines militares, [...] y actualmente ocupado por la Fábrica de Armas''. A principios de 1960, finalmente recuperó su uso inicial como centro docente, readaptándose una vez más, quizás la última.

Al fin, un centro escolar 

El actual centro escolar mantiene su volumen y estética originales, con grandes huecos y detalles art-dèco que lo dotan de un carácter único. Un centro escolar de apariencia serena, que esconde tras esa sencillez una historia apasionante y un ejemplo de flexibilidad espacial, que pone de manifiesto la enorme modernidad con la que la arquitectura previa a la guerra enfrentaba los retos programáticos de un país que comenzaba a modernizarse a la europea. 

"A forma subxectiva é unha forma egoísta e o poeta máis que nada débese á humanidade, ao mundo que o rodea"

Curros Enríquez

El colegio Curros Enríquez es un edificio con una identidad intensa que no se mimetiza con el fragmento urbano que completa, sino que lo mejora creando un punto de atracción que organiza las dinámicas del espacio a su alrededor. Y es que casi de forma premonitoria, el edificio desarrolló una personalidad similar a la del poeta que le da nombre. Una identidad única, singular intensa y poseedora de numerosas capas históricas tan importantes para la memoria social que lo conforma como una pieza única a nivel arquitectónico, pero también un testigo vivo en forma de edificio, que describe la historia local desde su ubicación urbana.

A veces los edificios no son testigos mudos, ni siquiera monumentos autistas, son fragmentos construidos que modelan y contribuyen a la ciudad, ejemplos de vanguardia y modernidad que esconden entre sus muros la vida de otros tiempos y de otras personas. Quizás como decía Italo Calvino en Las ciudades Invisibles (1972): "Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos2

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