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El campeón húngaro que descubre a jóvenes promesas de la halterofilia en A Coruña

Ferenc Szabó vio truncada su carrera de deportista de élite al perder parte de una pierna en un accidente y su reto vital es conseguir que un gallego vaya a los JJOO de esta modalidad
Ferenc Szabó en la Calle Real de A Coruña.
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Ferenc Szabó en la Calle Real de A Coruña.
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El presente y el futuro de la halterofilia de la comunidad está en sus manos y uno de sus retos vitales antes de jubilarse es conseguir que un gallego vaya a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 o de París 2024 de esta modalidad. Esta es la mejor carta de presentación de Ferenc Szabó, un deportista nato que llegó a ser campeón absoluto de Hungría con solo 23 años, un triunfo con el que siguió los pasos de su padre, toda una eminencia de este deporte en su país (lo practicó hasta los 87 años y se coronó como campeón del mundo en categoría máster) y que fue a los JJOO de Múnich 72 y Montreal 76 como juez internacional.

Un desgraciado accidente en su luna de miel en el Mar Adriático le dejó sin parte de una pierna y truncó su carrera cuando estaba preseleccionado para las Olimpiadas de Moscú, un episodio que le desvió hacia el papel de entrenador pero que benefició a la halterofilia coruñesa, ya que su función de ojeador desde 1991 en los institutos de la ciudad ha dado sus frutos y Szabó ha descubierto a grandes promesas de esta disciplina, entre los que se encuentran campeones del mundo y medallistas en europeos.

“Mi padre fue el presidente fundador de la Federación Húngara de Halterofilia en 1957 y desde que tengo uso de razón estoy unido a este deporte. Con cinco años ya practicaba en casa levantando un pequeño tubo de gas”, cuenta Szabó, que empezó muy joven en este mundo combinando los estudios y los entrenamientos cinco días a la semana en su Hungría natal (se crió a pocos metros del icónico Parlamento húngaro, en Budapest). El trabajo duro dio sus frutos y siguiendo la estela familiar de éxitos en este deporte, a los 15 años ya era campeón infantil de su país y a los 23 absoluto y miembro de la selección húngara. “Estudié la carrera de ingeniero técnico de agroalimentación e Inef y durante el servicio militar obligatorio formé parte del club del ejército de halterofilia. En aquella época, durante el comunismo, todo era diferente y las grandes empresas e instituciones nacionales tenían sus clubes”, rememora.

Su avance en esta disciplina era imparable, a los 23 años estaba preseleccionado para acudir a los Juegos de Moscú de 1980 y se casó con la que actualmente es su mujer, que empezó en la halterofilia gracias a Szabó y hace unos años incluso llegó a ser campeona del mundo en categoría máster. Todo cambió durante su viaje de novios, ya que una desgraciada casualidad hizo que estallase una bombona en el cámping de la antigua Yugoslavia donde estaban alojados y le tuvieron que amputar una de sus piernas de rodilla para abajo. Lejos de hundirle, este suceso le dio fuerzas para seguir, además de que no tenía dudas de que seguiría vinculado a la halterofilia como profesional por los buenos resultados que había cosechado durante su trayectoria y porque tenía en su currículum varios cursos de entrenadores. De hecho, a los pocos meses del accidente empezó a trabajar como entrenador del club del ejército húngaro, una labor que desempeñó desde los 23 a los 34 años hasta que le llegó la oportunidad de trasladarse a Galicia.

“En competiciones internacionales coincidí con gente de la federación española, que fueron quienes me recomendaron a la federación gallega y por eso me llamaron. Me ofrecieron ser director técnico de halterofilia en Galicia y allí me fui con mi mujer y mis dos hijos pequeños”, afirma. No le costó demasiado dar este giro en su vida ya que cuenta que en aquel momento “lo de viajar y ver mundo era un privilegio y tanto él como su mujer estaban ilusionados por poder vivir fuera de Hungría”.

Cambio de vida

La noche de Reyes de 1991 aterrizó en A Coruña sin saber apenas nada de la ciudad, simplemente le sonaba porque un popular jugador de ajedrez húngaro venía anualmente a un conocido torneo. “Cuando llegué no había casi quien practicara halterofilia. Poco a poco conseguí meterme en los institutos y hacer captación mediante unas pruebas sencillas de saltos, lanzamientos, flexibilidad y coordinación para detectar la agilidad y velocidad de los chicos”, dice Szabó, que combina su cargo de director técnico de la federación con su colaboración con el club de halterofilia coruñés.

Su instinto en estos test de capacidades que lleva realizando desde hace casi 30 años es infalible y gracias a él coruñeses como Víctor Castro (campeón de Europa y aún tiene posibilidades de poder clasificarse para Tokio), Irene Martínez (considerada la heredera de la medallista olímpica Lydia Valentín y que consiguió medalla en el campeonato de Europa) o Ruth Fuentefría (subcampeona de Europa con tan solo 15 años) se han iniciado en la halterofilia y son deportistas de élite con proyección y muchos retos por delante aún que conseguir. “Coruña es un nido de cracks de la halterofilia y yo les formo mientras están aquí y hasta que se van al CAR de Madrid para seguir creciendo. Como son muy jóvenes normalmente cuando les acompaño al tren o al bus antes de que empiecen una nueva vida siempre les digo lo mismo: “No olvides de donde saliste””, asegura emocionado.

A pesar de que Szabó ya conoce las mieles del éxito en este deporte tanto como atleta como entrenador, admite que “aún no lo ha vivido todo”. “Está por llegar el día que el primer gallego participe en unas olimpiadas en la modalidad de halterofilia. Meter a uno en Tokio o en París es mi reto, aún veo lejos mi jubilación”, dice tajante. Mientras no cumple este anhelo personal, el húngaro seguirá descubriendo a promesas de este deporte en las aulas de primero de la ESO de la ciudad y cogiendo fuerzas para su labor en O Portiño, su rincón coruñés favorito porque está situado al lado del mar. “Vivir a pocos pasos del océano sigue siendo un sueño para mí”, concluye.

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