La reunión de la Junta de Defensa Nacional tras el 23-F a la que asistió Francisco Laína como director de Seguridad del Estado.

La reunión de la Junta de Defensa Nacional tras el 23-F a la que asistió Francisco Laína como director de Seguridad del Estado. Europa Press

La Tribuna

Los secretos de Francisco Laína

Tuvo un papel trascendental en un momento tan crítico de nuestra historia reciente como el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. 

8 enero, 2022 17:49

Francisco Laína ha fallecido este sábado en Ávila. Llevaba muchos años apartado de la política, pero siempre estaba atento a lo que pasaba. Laína y varios de sus compañeros que se dedicaron a la política en los aledaños del franquismo postrero, tuvieron todos un gran “secreto” que hoy constituye una rareza en la vida política: no dejaron nunca de ser amigos. Suárez, Martín Villa, Eduardo Navarro, Josep Meliá, Ortí Bordas, Alberto Aza, Laina, Graullera y alguno más del que seguro me olvido, siempre fueron, sobre cualquier otra circunstancia, amigos.

A todos ellos conocí, a algunos los traté con asiduidad. Fue el caso de Eduardo Navarro Álvarez, que había trabajado con mi padre en la Comisaría para la Ordenación Urbana de Madrid. Eduardo fue uno de los artífices silenciosos de la Transición pacífica a la democracia que, entre otras hazañas, logró desmontar el Movimiento Nacional. A ninguno de esos hombres les temblaba el pulso para tomar decisiones difíciles y, entonces, muy arriesgadas.

Además de Adolfo Suárez, de todo ese grupo, descontado Martín Villa, Francisco Laína tuvo un papel trascendental en ese momento tan crítico de nuestra historia reciente, el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Pese a los años transcurridos cuán próximo nos parece esa fecha a quienes la vivimos entre angustiados, desconcertados e indignados. ¿Cómo era posible que se hubiese producido un dislate de ese calibre? Claro que, viendo las imágenes del asalto al Capitolio de hace un año, ya sabemos que hasta lo inimaginable puede suceder.

Laína y varios de sus compañeros que se dedicaron a la política en los aledaños del franquismo postrero, tuvieron todos un gran “secreto” que hoy constituye una rareza en la vida política: no dejaron nunca de ser amigos

A Laína lo conocí, primero, por Eduardo Navarro, aunque lo traté con mayor asiduidad, muerto ya Eduardo, junto a José Luis Graullera. Laína guardaba las cintas que se grabaron el 23 y 24 de febrero, cuando presidió el Gobierno provisional de España en esos infaustos dos días que duró la asonada, pues era la autoridad del Ejecutivo de mayor rango ya que como secretario de Estado de la Seguridad era el jefe de la Comisión Permanente de secretarios de Estado y de subsecretarios, esa Comisión que se había creado para aligerar el trabajo y la duración de los consejos de ministros.

Era, pues, la máxima autoridad del Gobierno en libertad. Hablamos en varias ocasiones sobre el contenido de esas cintas. Pero cuando llegaba el momento de proceder a su audición, siempre terminaba por echarse atrás. Creo, más bien estoy seguro, que eran aspectos de la vida privada del monarca que había desvelado Armada y que Laína, leal al Rey y a su juramento, no quería que se escucharan.

En una ocasión, en el año 2009, cuando el historiador Juan Francisco Fuentes preparaba su imprescindible biografía de Suárez (“Adolfo Suárez”, Planeta, 2011), después de consultar a lo largo de varias semanas lo que era el esqueleto de las memorias del expresidente, cuya custodia me había confiado Eduardo Navarro, José Luis Graullera y yo organizamos un almuerzo con el historiador y Laína en el hotel Wellington de Madrid. La intención era que Laína le contara el contenido de esas cintas, pero al final almorzamos sin Laína, pues en el último momento pretextó que tenía neumonía y una bronquitis brutal. Eran bastante frecuentes en él esas dolencias, ya que fumaba muchísimo, tosía más y a veces apenas podía hablar.

El esqueleto de las memorias de Suárez sirvieron para publicar un libro póstumo de Eduardo Navarro: La sombra de Suárez, con prólogo mío (Plaza y Janés, 2014). La intención de Suárez era que esas memorias suyas las escribiera Eduardo con la ayuda de su hija Amparo, pues ambos, Amparo y Eduardo, se tenían gran afecto y respeto. Pero se fueron enfermando y muriendo sucesivamente todos ellos quedando en proyecto. Esa documentación hoy puede consultarse en el Archivo General de la Universidad de Navarra, que fue donde yo decidí depositar esa valiosa documentación.

Sí recuerdo con nitidez, en cambio, escucharle a Laína contar lo que entonces no se conocía: que esas cintas coincidían, en líneas generales, con el relato oficial de lo que ocurrió esos días, con algunas diferencias de matiz, especialmente sobre el papel de Sabino Fernández Campo. Las teorías conspiratorias quedaban, pues, derrumbadas.

Ahora que es tan fácil criticar al Rey Juan Carlos, no está de más recordar que fue su decidida actuación -según hoy se sabe y Laína me contó que quedó grabado- al frente de las fuerzas armadas, la que paro el golpe de raíz. Recuerdo a Laína, emocionado, cómo nos narraba que él había visto llorar al Rey mientras escuchaba en esas cintas, el 24 0 25 en el palacio de la Zarzuela, lo que pensaba de él Alfonso Armada, el general Armada, que era quien se postuló, como ya se sabe, para presidir un gobierno de concentración con comunistas y socialistas incluidos. El Rey, con la mano puesta en la frente y mirando a la casete, no daba crédito a lo que escuchaba, según nos contó Laína a Graullera y a mi, dejándole un sabor de lo más amargo por lo que suponía de traición a la Corona.

Recuerdo a Laína, emocionado, cómo nos narraba que él había visto llorar al Rey mientras escuchaba en esas cintas lo que pensaba de él Alfonso Armada

Esas cintas contenían muchas más cosas, pues duran varias horas. No se qué será de ellas, si es que todavía existen. Aunque si Laína las había guardado tanto tiempo -hablé de ellas con él 25 años después- no creo que hayan sido destruidas. Supongo que estarán a buen recaudo y que, un día u otro, podremos escucharlas, aunque no creo que modifiquen, más que en algunos matices, como ya he dicho, el relato oficial, que también, salvo matices, dejó escrito como impecable acta notarial Javier Cercas en su libro Anatomía de un instante (Mondadori, 2009).

Ha muerto Francisco Laína, presidente del Gobierno provisional de España entre los días 23 y 24 de febrero de 1981. Una persona sumamente discreta y eficaz, pues gracias a este hombre, el gobierno de la nación no se vio del todo interrumpido. Desconozco qué honores se le van a rendir. Pero yo creo que se le deberían rendir los honores que corresponden a un expresidente y sus restos mortales velados en el Congreso de los Diputados. Sería el justo homenaje a todos aquellos personajes que forjaron la Transición española.

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