Lo peor de todo no son las horas perdidas con James Rhodes, ni el tiempo por detrás y por delante. Lo peor de todo es haber perdido tantas horas hasta descubrir por James Rhodes el programa A mi yo adolescente, que es empalagoso y desconcertante de tantas maneras que la opinión de James Rhodes sobre el reguetón, Beethoven y el salchichón pasa a un segundo plano de una galaxia lejana.

El programa dura 45 minutos, se emite en Televisión Española y aborda cuestiones como el sentido de la vida, los abuelos y la música.

El episodio sobre música incluye al presentador, a colaboradores con breves apariciones (como Rhodes) y a doce jóvenes nada adolescentes con perfiles no tan heterogéneos. Hay una mitad de chicos correctos, y otra mitad de chicos desenfadadamente correctos. También se cumple el perfil de chica recostada en la silla que se estira y pasa las manos por detrás del respaldo y dice no sé antes de intervenir y no sonríe en absoluto.

El presentador se da un aire a Arkano y, durante el programa, se esfuerza por abrir debates. Qué género te gusta. Qué escuchas. Qué significa la música para ti. Verdad que la música une. Los chicos se limitan a responder a sus preguntas. El presentador introduce cada diez minutos vídeos de amigos y colaboradores de mediana edad que cuentan su propia experiencia con la música, casi siempre americana o británica de grupos blancos de los 60 a los 90, y los chicos no reaccionan al respecto.

"El programa no parece tan pensado para que lo vean los jóvenes como para convencer a los directivos de que lo ven los jóvenes"

El presentador saca una guitarra y cuenta lo importante que fue para él tocar un instrumento cuando era joven y tenía pocos amigos. Es una escena un poco boyscouts. Propone a los veinteañeros el juego de reconocer las melodías que rasga con la guitarra, en lugar de reproducirlas en algún tipo de dispositivo, y entre canciones exhala un eufórico “yeah” previo a las respuestas. Toca Back in Black, Smells Like Teen Spirit, Song 2 y Seven Nation Army. Al menos una cuarta parte de ellos las reconocen. A alguno se le escapa el nombre. Creo que trata de comprobar una brecha generacional.

Durante el programa se habla de “consumir” música y los no adolescentes dan algunas opiniones y cuentan historias. El chico que parece más alto dedica un tiempo a explicar que no le importa la música, sino las letras, porque es escritor y escribe a su hermana minusválida. Rapea delante del resto algo que ha escrito. El resto guarda silencio y luego aplaude. El presentador le abraza y lo expone como ejemplo de las virtudes de la música para expresar emociones.

La chica que parece más joven y de clase alta dice que “está claro que las clases bajas son las que mejor se expresan”, y la chica recostada que dice con el cuerpo que nada de esto va con ella reconoce que los Beatles y los Stones tampoco, porque son “referencias masculinas”. Pero le gusta el rock y su banda favorita es The Cure. Y todos sabemos lo de Robert Smith.

El programa que presenta el hermano mayor de Arkano también se puede ver desde la página web de TVE, y en la carátula de cada episodio aparece un protagonista en una fotografía muy limpia y muy nítida y el protagonista aparece muy feliz y muy sonriente, como en una marquesina publicitaria. El programa está patrocinado por un banco, que imagino se hará cargo de los gastos, y no parece tan pensado para que lo vean los jóvenes como para convencer a los directivos de que lo ven los jóvenes.

"Lo que no entiende Rhodes es el reguetón. Pero no el género, en general. Rhodes no entiende su popularidad"

Tampoco podemos descartar que el banco no esté tan interesado en que lo vean los jóvenes como en proyectar la idea de que el banco no es ajeno a los jóvenes, que nuestras preocupaciones son las suyas y que es importante hablar de ciertas cosas, como del sentido de la vida, los abuelos y la música.

El presentador da paso a James Rhodes y recuerda que relató “su difícil infancia y adolescencia” en un libro. A veces pasa con Rhodes que parece que hayamos acogido a Kubrick. También que debemos recordarle lo mucho que le queremos para que no se marche. Juega con ventaja. A España viene un inglés sin tambalearse y le damos la nacionalidad.

La intervención de James Rhodes no desentona. El también-pianista aparece en pantalla y dice que “la música clásica tiene una reputación de ser aburrida y pija”, pero es “una injusticia” porque es “música para todo el mundo”.

Dice que si se escucha a Bach, Chopin y Beethoven dos o tres siglos después es por una razón, y recurre a su olfato para preguntarse y responderse si ocurrirá lo mismo con Bad Bunny: “¡Ni de coña!”. Aunque hace un pequeño quiebro para que los españoles no se lo tomen a mal: “No quiero decir que Beethoven sea más meritoso que Leiva o Rosalía. ¡Ni de coña!”.

Rhodes añade que le gustan Robe Iniesta y Charly García (quién sabe si porque suenan muy parecidos a sus influencias americanas e inglesas), y que los Beatles y los Stones se escucharán en cuatro, cinco o seis décadas. Pensar en algunas de sus canciones le hace decir “joder, qué fuerte” y le produce “escalofríos”.

Lo que no entiende Rhodes es el reguetón. Pero no el género, en general. Rhodes no entiende su popularidad. “No estoy diciendo que es una mierda. Pero no lo entiendo. No entiendo la popularidad de este tipo de música. Si hay alguien que me diga por qué es la puta hostia, dime, te escucho con toda mi alma”.

"Rhodes pregunta sobre el reguetón como quien señala un perro sarnoso, con una expresión corporal de 'no sé dónde le veis la gracia"

Rhodes sabe que no es tan importante mostrar interés como fingir que muestras interés, y pregunta sobre el reguetón como quien señala un perro sarnoso, con una expresión corporal de “no sé dónde le veis la gracia”. Pero pone el oído con toda su alma, aunque el vídeo no sea en directo y esté pregrabado, y entonces sea un acto de fe que Rhodes entre en rtve.es y busque A mi yo adolescente y no se confunda con el episodio Abuelos o El sentido de la vida y dedique unos minutos a escuchar con toda su alma al chico alto o a la chica que dice no sé explicar la popularidad del reguetón, etcétera.

Se produce en el también-pianista una contradicción que le parte en dos: cómo marida ser querido y que te sigan llamando de sitios y que te rían las bromas de inglés apadrinado que come morcillas y pronuncia más o menos bien paella con reconocer lo que realmente piensas sobre la música que sí es para todo el mundo. Cómo decirle al pueblo que su música no es Beethoven, aunque el de Pereza (por alguna razón) pueda ser recordado en 200 años, y seguir siendo especial y entrañable y escuchado por quienes nunca te escucharían si no fueras especial y entrañable.

Es cruelmente divertido verle víctima de su propia trampa. No había ninguna necesidad. Nadie le pide que suba al cuadrilátero a Mozart y Daddy Yankee, a Bob Dylan y al neandertal que daba golpes a una piedra. Nadie le pregunta quién es más digno de la palabra música. Nadie le pide que los despoje de su contexto, melodías, herencias y posibilidades técnicas.

De su hipocresía se desprenden tres opciones sobre el reguetón: que no le gusta, que no le interesa o que le parece “una mierda”. De su cobardía, una posibilidad: que piense que ser de izquierdas te inhabilita para darle un palo a la música del pueblo. De su arrogancia discreta, una certeza: ignora que asumir que Rosalía está a la altura o casi de Beethoven, y que Bad Bunny ni de coña, dice mucho más de sí mismo que decir lo que de verdad piensa sobre el reguetón (¿y quienes lo escuchan?).

*** Jorge Raya Pons es periodista.

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