1. La ley de pandemias no le interesa ya a nadie

En agosto de 2020, Pedro Sánchez cedió la gestión de la lucha contra la pandemia a las comunidades autónomas sin dotarlas primero de los instrumentos legales necesarios para ello. Del caos judicial, sanitario y político que se derivó de ese lavado de manos es testigo la hemeroteca.

EL ESPAÑOL ha editorializado en más de una ocasión sobre la necesidad de una ley de pandemias. La última vez, el 9 de abril de este año. Esa ley habría sido de utilidad durante la segunda, la tercera y la cuarta ola de la Covid-19. Pero hoy, con la epidemia en su fase final, esa ley de pandemias es anacrónica y está fuera de foco.

Tampoco debería confiar el PP en el impacto de hipotéticos dictámenes judiciales futuros que declaren la ilegalidad de las medidas adoptadas por el Gobierno contra la Covid en 2020: ningún español está ya en eso y su relevancia en las urnas sería, en el mejor de los casos, testimonial.

Además, ¿quién pide hoy el VAR para la final de la Champions de 1985?

2. Pero sí interesa el fin de las restricciones

Dinamarca ha anunciado el fin de todas las restricciones para el 10 de septiembre. Es de prever que el resto de la UE se sume a Dinamarca (y Reino Unido) durante las próximas semanas.

Cuando Pedro Sánchez anuncie el final de esas restricciones en España, la bandera de la libertad que hasta ahora había enarbolado Isabel Díaz Ayuso pasará, sin necesidad de mayor esfuerzo, a manos del PSOE. ¿A qué espera entonces el PP para proponer un calendario para el fin de las restricciones que le permita adelantarse al PSOE o, en el peor de los casos, evitar que este patrimonialice en exclusiva el ansiado retorno a la normalidad?

3. Isabel Díaz Ayuso marca el camino

Todas las discusiones bizantinas sobre cuál debería ser la hoja de ruta ideológica para un partido que aspire a aglutinar a la derecha tradicional, a los liberales y a los conservadores, se acabaron el 4 de mayo de este año, fecha de la arrolladora victoria de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones autonómicas de Madrid.

Ayuso es el primer fenómeno político natural que surge en España desde el Felipe González de 1982. Su capacidad para reunir bajo un mismo paraguas y en tiempos de multipartidismo al público tradicional del PP, pero también al centroderecha, al centroizquierda y a los jóvenes, canibalizando además a Ciudadanos y a Vox, sería digno de estudio si no fuera tan elementalmente obvio como un buen guion de Hollywood: libertad, liberalismo, naturalidad, osadía y personalidad propia.

Ayuso no pretende contentar a nadie y por eso atrae a tantos. Es, al mismo tiempo, la política menos táctica de España, pero también la más estratégica. Y hay que entender la diferencia entre lo uno y lo otro porque ahí está la clave de su éxito.  

4. ¿Pero qué identidad ni qué ocho cuartos?

Nadie entiende peor el nacionalismo que las elites madrileñas, que lo interpretan como una reivindicación identitaria cuando es poco más que una reivindicación de poder.

Los mismos que aclaman hoy a Carles Puigdemont u Oriol Junqueras aclamaban a Francisco Franco en 1960 y lo mismo vale para el nacionalismo vasco, quizá el más consciente de que el independentismo aberzale es residual y poco más que una herramienta política de chantaje cuyo éxito se mide en privilegios y concesiones a costa del lomo del resto de los españoles.

El nacionalismo, en fin, no pide identidad. Pide caciques y liderazgos fuertes, paternalistas y proveedores. Y si no se entiende eso, no se ha entendido nada. En ese sentido, el de Sánchez es un liderazgo incomparablemente más fuerte, paternalista y proveedor que el de Mariano Rajoy. Y de ahí la mansura del nacionalismo de hoy, que apenas se atreve a aquello para lo que el Gobierno le concede permiso.  

Pedir "respeto" para la "identidad gallega", en resumen, no hará al PP ganar un solo voto. Como decía Errati en Twitter, hay que andar muy desubicado para creer que Galicia, la comunidad más tribalmente conservadora de este país, puede acabar montándole un procés a España.  

5. Un plan para lidiar con el nacionalismo

El plan del PSOE para Cataluña, que es el mismo que el del PSC, no sólo no servirá para que el nacionalismo catalán haga por fin esa transición a la democracia que el resto de España hizo en 1978, sino que muy probablemente devuelva a los catalanes de nuevo a 1934. En este sentido, el diagnóstico del PP es acertado: la solución definitiva al problema nacionalista no es la república federal que pretende el PSOE.

Pero ¿cuál es entonces el plan del PP para Cataluña y el País Vasco? ¿Existe o, como el valor en el ejército, sólo se le supone? Sobre todo a la vista de que el objetivo de ambas comunidades no es (ni ha sido jamás) la independencia, sino sólo una reclamación eterna de independencia que permita sangrar las arcas públicas nacionales y obtener beneficios mucho mayores que los que se obtendrían con la secesión. 

6. Basta de bloqueos

Lo hemos defendido por activa y por pasiva en EL ESPAÑOL: el PP debe aceptar que el Consejo General del Poder Judicial ha de ser renovado y que no queda otra opción que hacerlo con la ley actual. Ley que el PP podrá cambiar en cuanto gane las elecciones.

El PSOE, por su parte, debe aceptar que ese periodo de la democracia española en el que los políticos escogían a los jueces tiene fecha de caducidad. Y no porque lo diga el PP, sino porque lo dicen la Constitución y la Unión Europea.

La ocasión, además, le permitirá a Pablo Casado demostrar que su PP es diferente a ese viejo Partido Popular que prefirió no cambiar la ley cuando pudo hacerlo (con mayoría absoluta) para poder mangonear a placer en el Poder Judicial como ahora pretenden hacerlo el PSOE y Podemos. 

Y lo que no debería hacer bajo ningún concepto el PP es amenazar con bloquear la renovación a perpetuidad si no se destituye a quien a ellos se les antoje. Primero, porque el CGPJ es una institución clave del Estado de derecho español.

Segundo, porque sólo los niños amenazan con dejar de respirar si no se hace lo que ellos quieren.  

Y tercero, porque en esta batalla de órdagos entre PP y PSOE, las únicas víctimas son los españoles, que ven degradarse la calidad de su democracia día a día. 

7. Esta herencia no se pesca: se caza

Los sondeos, actualmente muy favorables al PP, están reviviendo entre los populares la vieja ensoñación marianista contra la que ya se estrelló el partido hace año y medio: la de que la Moncloa acabará cayendo en manos de Pablo Casado como fruta madura gracias a los errores de Pedro Sánchez.

Le convendría al PP no menospreciar al presidente, cuya habilidad como político va más allá de esa carencia de escrúpulos que le atribuyen sus enemigos como único mérito (y que probablemente sea poco más que la frialdad despiadada que en Italia se le atribuía a Giulio Andreotti o en Francia a François Mitterrand).

El aparente giro al centro del PSOE, la llegada de los fondos europeos, la bajada del paro y la pacificación de Cataluña, que callará a cambio de cientos de millones en inversiones, generarán la sensación de que España ha superado ya la convulsión de estos últimos cinco años. ¿Injusto, teniendo en cuenta que el PSOE ha tenido buena parte de la culpa en esa crispación? Sí. Pero la Moncloa no se gana a los puntos, sino por KO. 

El PP debe entender que un español, como decía Rafa Latorre, es sólo un tipo a la espera de que el PSOE le dé una excusa para votarle encantado. 

8. Vox ha tocado techo

La frase no es mía, pero como si lo fuera: Vox tiene un suelo bajo, pero muy firme, y un techo medio, pero muy frágil. Y ese techo ha sido alcanzado ya con creces por los de Santiago Abascal.

Todos los votos que Vox consiga por encima de ese suelo (un suelo muy beligerante en las redes sociales, pero sin relevancia ni influencia alguna en la vida real) serán una concesión del PP. Cuídense por tanto los populares de conservar el aura de voto útil en su lado del tablero político porque si la pierde, los incentivos para votar a Vox aumentarán exponencialmente.

Dicho de otra manera. A Vox se le vota, sobre todo, cuando se percibe que la victoria del PP es imposible (porque en ese caso el voto derechista es irrelevante y aumentan los incentivos para darte un gustazo de radicalismo que no conduce a nada).

Es lo que ocurrió en Cataluña y lo que generó el espejismo de que Vox podía superar a nivel nacional al PP. Es también el motivo por el que los líderes del partido conservador parecen tan diluidos durante los últimos meses: los resultados de Madrid demostraron que Vox ha perdido ya su momentum.

Hoy, Vox apenas aspira a convertirse en el Podemos del PP. Es decir, en la muleta obligada a apoyar al hermano mayor para que no gobierne la izquierda. Y cuando ese es todo tu margen de acción, tu caída en los sondeos hasta tu suelo natural es sólo cuestión de tiempo.

Todas las bebidas gaseosas se acaban desbravando en un momento u otro.  

9. Un spin doctor, por el amor de dios

El fútbol ha cambiado y la política también. Hoy se juega en el terreno de la percepción y no en el de la gestión (no todas las comunidades, además, pueden exhibir los excelentes resultados madrileños y el notable crecimiento andaluz).

El consejo de ministros en la sombra de Pablo Casado, a imagen y semejanza de los shadow cabinets anglosajones es una buena idea. Pero los mejores asesores del mundo en sus respectivas áreas de conocimiento no sustituirán jamás a un estratega político capaz de detectar tendencias de fondo a largo plazo y los movimientos telúricos en la sociedad española que pueden hacerte ganar las elecciones.

A veces no hace falta tener un gran plan, sino sólo un plan.

10. Las redes sociales son mentira

El PP debería ser consciente de que las redes sociales no son la vida real, sino sólo una burbuja creada por los periodistas y los medios tradicionales (de forma bastante estúpida por nuestra parte) para rellenar espacio cuando las noticias escasean. Si por ellas fuera, Vox y Podemos se alternarían en la Moncloa cada cuatro años. España, en fin, no está en Twitter, ni en TikTok, ni en Instagram, ni en Facebook. El PP debería dejar de buscarla ahí y utilizar las redes de una forma bastante más cínica. 

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