Kabul no es Saigón. Y, si lo fuera, quizás podríamos respirar más tranquilos. Apenas quince años después de aquella retirada de la entonces capital de Vietnam del Sur, Estados Unidos (bajo las presidencias de Ronald Reagan y George Bush padre) infligía una derrota sin paliativos al totalitarismo soviético y mostraba una superioridad militar y tecnológica apabullante en la guerra del Golfo por la liberación de Kuwait.

La década que tenemos ahora por delante (caracterizada por un entorno darwiniano de competición sin reglas y rivalidad estratégica entre grandes potencias) se presenta mucho más complicada para EEUU y sus aliados europeos. Y lo que está en juego no es sólo la hegemonía global

La retirada de Afganistán no será la tumba del imperio americano ni anticipa un declive inevitable de EEUU. La evacuación de las tropas estaba prevista y planeada desde hace más de una década. Y aunque había frustración y sensación de atolladero, los talibán ni se han impuesto militarmente ni generaban una presión insoportable a las fuerzas de la coalición internacional.

EEUU quería abandonar lo que considera (igual que Irak) un teatro secundario por el cansancio de su opinión pública y porque piensa que detrae atención y recursos de la competición estratégica con China, el filtro que moldea ya el conjunto de su política exterior. Es discutible, no obstante, que la retirada completa sea la mejor opción. La evidente satisfacción de China, Rusia e Irán (más allá de la calamitosa retirada) invita a pensar que no lo es.

China tratará de incorporar Afganistán a la Eurasia sinocéntrica concebida en su nueva Ruta de la Seda

Desde el principio, los tres contemplaron de forma ambivalente la intervención norteamericana en Afganistán. Por un lado, era bienvenida en la medida que ponía fin a un régimen que percibían como una amenaza. Pero, por otro lado, temían que EEUU enraizara su presencia en lo que consideran su retaguardia estratégica. En dos décadas, el contexto ha cambiado drásticamente. Ahora, Rusia, China e Irán (hasta cierto punto) mantienen una interlocución fluida con los talibán y los contemplan como un potencial factor estabilizador de Afganistán y Asia Central.

Si es así (aún está por ver), China tratará de incorporarlos a la Eurasia sinocéntrica concebida en su nueva Ruta de la Seda, y presentarlo como un ejemplo, otro más, de las bondades y pretendida superioridad del modelo de relaciones internacionales que propone Beijing. Un modelo que no sólo contempla el liderazgo chino, sino un mundo más seguro para las dictaduras y poco propicio o incluso hostil para las democracias liberales y sus valores. 

Así, un Asia Central libre de presencia occidental, invita a Beijing, Moscú o Teherán no sólo a testar la determinación de Washington en otros frentes como Ucrania, Libia, Siria o Taiwán, sino también a incidir en la dimensión ideológica e informativa. Por medio de lo que se ha dado en llamar poder incisivo o afiliado (sharp power en inglés), Rusia y China han dado con la fórmula para amenazar la integridad de las democracias desde dentro operando por debajo de su umbral de detección, de comprensión o de respuesta.

Se trata, por un lado, de neutralizar estratégicamente a las democracias desde dentro aprovechando su carácter abierto e hiperconectado por medio, entre otros, de infiltración y cooptación de elites e instituciones o campañas de desinformación e influencia. Por otro, de seducir y atraer a las emergentes clases medias de Asia, África y América Latina hacia el ámbito de influencia sino-ruso.

Bruselas confunde con demasiada facilidad criticar a Washington con hacer autocrítica

De esta manera, es más que probable que en las próximas semanas veamos, por ejemplo, intentos de los medios del Kremlin en inglés por agitar e instrumentalizar el malestar de los veteranos británicos y norteamericanos que han combatido en Afganistán. Y a los medios de Beijing insistir en la idea del supuestamente inevitable declive occidental y el advenimiento de la hegemonía china.

El repliegue de Afganistán no entraña necesariamente tal declive de EEUU. Eso está por ver. Pero, sin duda, las lamentables imágenes de ciudadanos afganos cayendo del fuselaje de un C-17 o algunas declaraciones un tanto confusas del presidente Biden, pueden erosionar su credibilidad y liderazgo a corto plazo. 

La Unión Europea se ha sumado, acaso con demasiado desparpajo, a este cuestionamiento, pensando que así refuerza su perfil internacional y autonomía frente a EEUU. Sin embargo, implorar diálogo con los talibán cuando ni siquiera han consolidado su poder en Kabul y no tener más discurso que la acogida de refugiados como si fuera un fin en sí mismo, no refleja autonomía, sino desorientación y debilidad estratégica europea.

Pero Bruselas confunde con demasiada facilidad criticar a Washington con hacer autocrítica, sin advertir que cuanto más contribuya a la erosión del vínculo transatlántico, más probable es que tenga que hacer frente sola a crisis en su vecindario inmediato del Sahel al Mediterráneo oriental para las que no dispone ni de las capacidades ni de la voluntad política necesarias. Así, la UE corre el riesgo de acabar en el peor de los mundos posible: sin el paraguas de seguridad norteamericano y sin una defensa europea creíble y real más allá del papel.

*** Nicolás de Pedro es Senior Fellow del Instute of Statecraft en Londres.

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