Muchos analistas políticos de fuera de Cataluña me comentan con frecuencia que les cuesta mucho entender las fuerzas profundas que mueven los giros políticos de mi región natal. Yo intento explicarles, como buenamente puedo, que aquí todo reside (como en toda sociedad añeja de comerciantes, básicamente farisea) en los detalles aparentemente menores y, sobre todo, en la simulación y el fingimiento.

Los fingimientos repetidos provocan falsos lugares comunes y, en base ellos, se toman luego decisiones imposibles que, obviamente, nunca funcionarán. Aunque resulte sorprendente, esos lugares comunes pueden durar décadas a pesar de su comprobada falsedad, conocida de todo el mundo. Lo cual nos habla de una sociedad mucho más inmovilista ideológicamente de lo que parece, con pocos reflejos y de una capacidad de reacción muy lenta.

Cuando, por ejemplo, se habla de las fuerzas constitucionales en Cataluña y se intenta comprender cómo van a evolucionar y los pasos que darán, lo primero que habría que entender es que, propiamente, no existen como tales de una manera estricta.

Lo que existe es una gran parte de los catalanes, muchos más de la mitad, que se sienten formidablemente cómodos con la Constitución pero que, por razones sociales y de costumbres, jamás se han organizado o articulado en torno a ella. El PSC, por su curiosa condición (vamos a llamarla asimétrica para ser piadosos), no ha sido capaz o no ha querido articular esas voluntades. El PP, por razones de connotación mediática y social, no ha podido tampoco hacerlo.

Ni siquiera Ciudadanos, que ha sido (o podría ser) el principal destinatario natural de esas inquietudes ha conseguido estructurarlas más que de forma ocasional y sólo al principio de su desmesurada expansión. En Cataluña, Ciudadanos nació más bien para recuperar los valores democráticos de igualdad y ciudadanía y poner en evidencia las flaquezas de derechos de la democracia sentimental que estaba imponiendo el nacionalismo en la región. Fue sólo por ese camino, dado que coincidía con su proyecto de una manera lógica, que se encontraron de forma innata bajo el paraguas de libertad e igualdad de la Carta Magna.

El innecesario intento de Estatuto del tripartito fue su manera de intentar escenificar ese objetivo de una manera oblicua

Pero intentar comprender las ondulaciones profundas de la opinión pública catalana pasa inevitablemente por entender además los tics y las convenciones de una sociedad regional que al final siempre es muy pequeña. Una de las características principales de los catalanes es que nos pierden las apariencias y el fingimiento, de lo cual el tradicional gusto por el diseño fue siempre principal síntoma.

Debido a ello, partidos como ERC, que son en realidad tradicionalistas y conservadores, se empeñan en fingir fieramente que son de izquierdas. Buscan la apariencia de superioridad moral de moda, cuando en realidad sus votantes son muy inmovilistas. Luego salta a los ojos el hecho inocultable de que Oriol Junqueras, su líder indiscutido, es un religioso creyente de misa semanal. O la constante facilidad con que pacta con partidos de derecha sus acciones de gobierno.

De la misma manera, el PSC finge ser un partido constitucionalista cuando en realidad sus propuestas siempre han escapado a ese marco. Sucede principalmente porque, de una manera formidablemente cándida, cree, por supremacismo inconsciente, que ellos podrían alumbrar una Constitución más perfecta.

El innecesario intento de Estatuto del tripartito fue su manera de intentar escenificar ese objetivo de una manera oblicua. Se saldó con un ridículo monumental porque el documento resultó ser un rábano que necesitaba mucho más estudio y empaque jurídico para enmendar cualquier documento constitucional. No servía intentarlo sólo con prosa grandilocuente y contradictoria.

En la misma línea de fingimiento, cuando los interesados en ratificar ese despropósito no llegaron ni a la mitad del censo votante se simuló que todo había sido un ejercicio de democracia mientras de puertas adentro se hablaba de un fracaso que nunca se reconoció en público.

Se fingen motivos para el pacto envolviéndose en la bandera regional y aduciendo motivos patrióticos

Ahora se fingen duras peleas de negociación cuando toda la población sabe que se pondrán perfectamente de acuerdo porque la presa es evidentemente el presupuesto regional. Se fingen también motivos para el pacto (ese pacto que desdice la propia ideología fingida) envolviéndose en la bandera regional y aduciendo motivos patrióticos.

Todo es así de tortuoso, lento y desesperante aquí. Pero es lo que hay. Se finge incluso que el Gobierno es nuevo, cuando llevamos inmovilizados varios años y nada cambia, con similares caciques regionales inoperantes, atados de pies y manos en su constante simulación pública. Hasta el presidente regional finge en público que no quiere tratar al rey y luego lo trata en privado.

Es evidente que, de una manera casi fatalista, el camino de los indultos conducirá también, se mire como se mire, a un callejón sin salida. La situación es cómica: todos preferiríamos (catalanes y no catalanes) que, después de haber comprobado en sus carnes el error que han cometido y de sentir el peso de la ley constitucional, los políticos presos estuvieran en sus casas.

Pero ellos, que están hartos de su situación, han de fingir que no están arrepentidos y conservar la apariencia de rebeldes, porque siempre viste mucho más ser rebelde que un simple torpe. Sólo por ese fingimiento se creará un privilegio y un agravio comparativo entre catalanes que arrastraremos, lastrándonos.

Una vez más, la pueril vergüenza del qué dirán maniatará la siempre pendiente normalización política y administrativa de una región que fue una de las más ricas y emprendedoras de España.

*** Sabino Méndez es compositor y escritor.

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