Mi abuela no era consumidora de Coca-Cola. De ahí que su gestión de este recurso líquido, cuyo único propósito en la nevera era el agasajo de sus nietos más adictos a la sustancia, dejara un poco que desear. Su apuesta era siempre por la botella grande de plástico.

Cualquier entendido en la materia sabe que este formato sólo es válido cuando va a ser ventilado en poco tiempo por un gran número de personas. Dejarla abierta en la nevera sólo conduce a un rápido proceso de degradación que reduce el brebaje a una pálida representación de sí mismo, más próximo al Clamoxyl que a la bebida refrescante de extractos propiamente dicha.

Los Óscar de este año han sido Coca-Cola de casa de la abuela. La progresiva politización de la ceremonia en los últimos años se ha dado la mano con la sobriedad (¿obligatoria?) de la pandemia.

El resultado es un producto desnaturalizado. Hollywood renegando de sí mismo. Ya no es únicamente el palmarés. La propia concepción del evento se mimetiza con este para lanzar el mismo mensaje. Uno que puede tener un valor social y político muy demandado por determinados sectores de la creación de opinión. Pero que adolece de lo que tendría que ser la columna vertebral del, ejem, espectáculo: la cinefilia.

El palmarés. Siempre he detestado los análisis de los premios de la Academia que hablan de estos como si fueran fruto de una decisión colegiada, en vez de producto de la suma de miles de votos individuales. El resultado ha cumplido algunos pronósticos y ha echado por tierra otros.

Nomadland película y director(a), una mujer perteneciente a una minoría que permite a ese cuerpo electoral sacudirse las acusaciones de falta de diversidad. Bien está.

La simpatía que despierta Yuh-Jung Youn no es suficiente para parar la frustración de que ese monumento que es Glenn Close se quede sin su Óscar

Los actores protagonistas optaron por la vía más o menos conservadora: Frances McDormand y Anthony Hopkins, dos pesos pesados reincidentes.

Los de reparto sí entraron en el ánimo de ofrecer una fotografía diversa, reforzada por la ausencia de Hopkins para el posado. La madre de Daniel Kaluuya expresó el sentir general cuando su hijo aludió a las relaciones sexuales que le engendraron en su larguísimo discurso de agradecimiento.

La simpatía natural que despierta Yuh-Jung Youn no es suficiente para parar la frustración de que ese monumento hollywoodiense que es Glenn Close se quede sin Óscar por octava vez (soy consciente de que ni el trabajo ni la película lo merecían, pero hay deudas que hay pagarlas aunque sea con billetes manchados). Ahogó las penas con perreo.

Los Angeles Times cree descubrir algo cuando revela que era parte del guion. La tele es así (y los Óscar son tele). Eso no quita que le echara todavía más gracia que la que podía estar escrita.

La gala. El punto fuerte de los Óscar han sido siempre sus montajes de vídeo. Cualquier excusa era buena para juntar clips de películas y generar material emocionante que sirviera para recordar al público la cantidad de filmes del pasado que todavía no ha visto y debería. “Películas sobre superar adversidades”. “Cómo se sale de un drama mundial”.

Anda que no había excusas este año, en el que el material enlatado podía suplir la falta de interacciones en el escenario. Ni por esas. No vaya a ser que la emoción sustituyera al cálculo.

Ni siquiera muriéndose Sean Connery se han puesto las pilas para hacer el In Memoriam

Ni siquiera muriéndose Sean Connery se han puesto las pilas para hacer el In Memoriam. Un aburrido desfilar de fotografías (¡en el arte de la imagen en movimiento!) con el audio del público capado para que los aplausos no marquen diferencias entre unos y otros (malas noticias para la sociedad Mr. Wonderful: no todo el mundo deja la misma huella universal y por eso no todas las muertes impactan igual).

La cosa empezó como una película. Un plano secuencia de Regina King caminando hacia al escenario con los créditos desfilando a ojos del espectador.

Primer error: una ceremonia de este tipo tiene que guardarse ases en la manga. Anticipar cuáles van a ser todas las presencias que veamos durante las siguientes horas resta uno de los alicientes que pueden tener unos Óscar.

Pero se trataba de eso. Existía un esquema y había que seguirlo. En este sentido, resulta ilustrativa la crónica de The New York Times, un listado del hito que supone que tal o cual colectivo resulte premiado, sin apenas menciones a valores cinematográficos.

El balance tenía que completar una idea de diversidad que ni siquiera ha satisfecho a los que con más ímpetu la demandaban.

Bienvenida sea incluso esa aberración si la añada 2021 consigue que Hollywood se reivindique en una gala llena de cinefilia

Tampoco hay que pasarse de iracundo. No ha sido un año fácil para nadie. Ni la cosecha ni las circunstancias ayudaban. Así que a pensar en el próximo.

De momento, Steven Spielberg ha presentado el tráiler de una fotocopia de West Side Story. Hollywood en busca de sí mismo, OK, pero… ¿a qué precio?

Bienvenida sea incluso esa aberración si la añada 2021 consigue que Hollywood se reivindique en una gala llena de cinefilia, genuinamente inclusiva porque a nadie se le haga un escáner de aptitud woke para ser premiado. Si bebes Coca-Cola, quieres que tenga burbujas.

Quién nos lo iba a decir. La Academia del Cine Español ha sabido dar respuesta a la pregunta ¿cómo se salva una gala en medio de una pandemia? infinitamente mejor que su fuente inspiradora. No es difícil imaginar los mensajes que a estas horas estén cruzando los directivos de la AMPAS.

“¿Alguien tiene el teléfono de Antonio Banderas?”

*** José Ignacio Wert Moreno es periodista.

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