Escribió Maurizio Viroli que la diferencia entre el patriota y el nacionalista es que el segundo esconde aquellos episodios de la historia que le avergüenzan. El motivo, argumentó el italiano, es que necesita construir un relato de grandeza en el que no cabe el error, ni la miseria o la mezquindad.

La falsedad, en definitiva, lleva a ocultar o tergiversar el pasado para conseguir un efecto en el presente. Es decir, si se miente sobre lo que ocurrió es que se está mintiendo sobre lo que se es y lo que se quiere ser.

Trasladado al mundo de las organizaciones políticas, ese nacionalismo sería el partidismo. Es decir, la glorificación de las personas y los acontecimientos pretéritos, con la ocultación de los errores y maldades para construir un relato mitificado al objeto de engañar a la gente.

Eso es lo que ocurre con la izquierda, y significativamente con el PSOE y su pasado.

Estos días, los socialistas conmemoran con gran orgullo a Francisco Largo Caballero. Carmen Calvo, ministra de la memoria democrática, dijo en el acto conmemorativo que el PSOE de hoy se podía seguir identificando con Caballero por su “defensa de la clase trabajadora” como “la mejor manera de estar y de participar en un país en ebullición”.

Quizá Carmen Calvo se refiera al compromiso que Largo Caballero asumió con la dictadura de Primo de Rivera en la Organización Nacional Corporativa, con un importante cargo en representación de la UGT.

Largo Caballero, además de pésimo ministro del Trabajo, fue un golpista y un guerracivilista

El resto fue un fracaso. Su ley de términos municipales de 1931 generó mucho desempleo en el campo, y la atribución de la jornada de ocho horas no fue más que la copia de la que estableció Romanones en 1919.

Por cierto, las personas que murieron en las checas, o que fueron fusiladas, torturadas, violadas y robadas durante su presidencia, también eran trabajadores.

A esto añadió Calvo que Largo Caballero tuvo un “compromiso” tan grande que lo pagó con el “exilio, la represión, el campo de concentración y el sinfín de sufrimientos”.

El compromiso no fue con la democracia ni con la República. El 24 de septiembre de 1933, Caballero declaró a El Socialista, órgano del PSOE, que no sabía cómo había quien tenía “tanto horror a la dictadura del proletariado” porque “¿no es mil veces preferible la violencia obrera al fascismo?”.

Es más. El partido debía estar preparado para una “acción de tal naturaleza” que “conduzca al proletariado a la revolución social”. Había que “prepararse seriamente para la lucha”. El compromiso era con la revolución y la dictadura.

Y por cierto, esa entrevista la hizo un joven llamado Santiago Carrillo.

Podríamos decir que el concepto de democracia que manejaba entonces el PSOE era el propio de la época. Cierto, pero es imposible defenderlo hoy, al menos con cordura. Largo Caballero, además de pésimo ministro del Trabajo, fue un golpista y un guerracivilista. No asumió el talante de los republicanos y rompió el Gobierno en 1933, lo que obligó a la convocatoria electoral de ese año, que perdieron.

Mientras los socialistas europeos combinaban el socialismo y la democracia, Largo Caballero afirmaba que eran incompatibles

En vista de que la democracia burguesa no se dejaba avasallar, decidieron dar un golpe de Estado al que llamaron revolución. Era 1934.

No sólo fracasó el golpe, sino que hirió de muerte a la República. Claro que a Largo Caballero no le importaba la democracia, y menos la República. El 21 de enero de 1936 dijo en un mitin en el cine Europa de Madrid (donde luego hubo una checa) que “antes de la República, nuestro deber era traer la República. Pero, establecido este régimen, nuestro deber es traer el socialismo. Y cuando hablamos de socialismo, hay que hablar de socialismo marxista, de socialismo revolucionario con todas sus consecuencias”.

¿Y qué pensaba Largo Caballero de la expresión democrática en las urnas? Que no servía para nada. “Si triunfan las derechas (afirmó el 20 de enero del 36) tendremos que ir a la guerra civil declarada”.

Podría considerarse un despiste, pero lo repitió en un mitin en Alicante poco después, y más tarde el 2 de febrero en Valencia. “La clase trabajadora tiene que hacer la revolución. Si no nos dejan, iremos a la guerra civil”. No parece que Largo Caballero fuera un ejemplo de nada positivo.

Mientras algunos socialistas europeos combinaban el socialismo y la democracia, aquí, Largo Caballero afirmaba que eran incompatibles. Lo importante era tomar el poder, y eso no se hacía “echando simplemente papeletas en las urnas”, como dijo el 10 de febrero de 1936.

El líder del PSOE sentenció seis días antes de la convocatoria electoral de ese año: “Estamos ya hartos de ensayos de democracia. Que se implante en el país nuestra democracia”.

Y una vez hecho, la consolidación de su régimen, dijo el 1 de noviembre de 1933, “exige hechos que repugnan, pero que luego justifica la historia”.

La disyuntiva entre socialismo y libertad ya existía hace casi cien años

En fin. Son muchas las citas antidemocráticas y vulneradoras de los más elementales derechos humanos que cabe atribuir a Largo Caballero. No parece que esa violencia sea la mejor manera de un líder político y sindical para, como ha dicho Carmen Calvo, participar en un “país en ebullición”.

Podemos pensar que ese radicalismo tenía como objetivo excitar las masas españolas. No. Largo Caballero lo dijo en 1934 en Ginebra (Suiza), cuando afirmó que el PSOE no creía en la democracia “como valor absoluto”. “Tampoco creemos en la libertad” dijo luego. La disyuntiva entre socialismo y libertad ya existía hace casi cien años.

Tampoco le gustaba a Caballero el parlamentarismo. Es decir, la representación legítima de la soberanía popular. Stalin escribió a Largo Caballero en diciembre de 1936, cuando era presidente del Gobierno, que aparentara formas parlamentarias junto a republicanos como Azaña. El Lenin español contestó que dichas instituciones no tenían entre los socialistas “partidarios entusiastas”.

Carmen Calvo representa el feminismo socialista. Pero el homenajeado despreciaba a las mujeres en política. Por eso votó en contra del sufragio femenino el 30 de septiembre de 1931, y sólo rectificó cuando se convirtió en una cuestión de partido.

Estaba tan poco convencido del voto de las mujeres que nunca se refirió a él en un mitin, a diferencia del grupo de Juan Besteiro, que resaltaba su importancia. Es más. Largo Caballero reforzó la necesidad de que el marido autorizara a su mujer a trabajar, según su Ley de contrato de trabajo de 1931.

El socialismo en España, en definitiva, debería dejar de ser una religión secular llena de santos laicos que nunca cometieron errores ni maldades. Eso sí sería hacer memoria.

*** Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento en la Universidad Complutense y autor del libro 'La tentación totalitaria'.

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