La última ocurrencia del Ministerio de Igualdad no ha podido ser más desafortunada en absolutamente todos los sentidos posibles. La campaña lanzada el pasado miércoles por Irene Montero, con una imagen de cinco mujeres en la playa bajo el lema "El verano también es nuestro", se le ha vuelto en contra a la ministra como un bumerán.

La campaña de Igualdad levantó una agria polémica desde el mismo momento de su lanzamiento, continuando con el estilo polemista y polarizador al que parece abonada Montero. Su ministerio ya tiene experiencia en sacarse de la manga problemas que no existen, y en crear otros nuevos de la nada.

El cartel, supuestamente, estaba destinado a visibilizar y normalizar otros tipos de cuerpos "no normativos" en las playas españolas. Una iniciativa para deshacer prejuicios ofensivos que sería muy loable, de no ser por un aspecto crucial: en nuestras playas no existe problema alguno de discriminación por motivos de aspecto físico.

La campaña #ElVeranoEsNuestro ha intentado replicar el relato de concienciación sobre la homofobia, construyendo ahora una narrativa paralela sobre la "gordofobia". Como si nuestras costas durante el periodo vacacional no fueran, precisamente, el lugar de convivencia de cuerpos y fisionomías de lo más variopinto, sin que ello haya supuesto nunca motivo de alarma social.

Chapuza gráfica

Pero esta ridícula lucha contra la "gordofobia" es aún más indignante en virtud de lo que hemos ido conociendo a lo largo de esta semana respecto a su confección. Comentaristas tuiteros y avezados navegantes de la web han podido demostrar que el cartel de Igualdad es, en realidad, un zafio collage a partir de imágenes con copyright copiapegadas chapuceramente.

No hay nada más vergonzoso que ver la cobertura que los medios internacionales le han dedicado a esta iniciativa. Una que, al principio, algunos de ellos celebraron como un pertinente fomento desde los poderes públicos de una desestigmatización de los cuerpos alejados de la norma. Pero pronto se hicieron eco de las denuncias de fotógrafas que acusaban al ministerio de haber usado sus imágenes sin autorización. Y de modelos curvy que cargaban contra el robo de fotos de sus redes sociales.

El patetismo de esta iniciativa es aún más grotesco si cabe si consideramos que la diseñadora del cartel introdujo modificaciones arbitrarias en las fotos que previamente había robado. Cambió de sitio el tatuaje de una de las mujeres. Añadió un pecho a una de ellas, que originariamente tenía una mastectomía en ambos senos. E, incluso, le cambió a una mujer su pierna prostética por una real, agregándole, por si fuera poco, vello en las axilas.

Esta manipulación de las imágenes originales contradice la motivación que Montero adujo a favor de la campaña. "Todos los cuerpos son válidos", tuiteó. ¿Todos? Para el ministerio de Igualdad, parece que no los de aquellas mujeres a las que les falta una pierna o un pecho.

La cruzada anti-gordófoba de Igualdad constituye un episodio más en el modus operandi de Unidas Podemos. Uno consistente en pergeñar narrativas efectistas que justifiquen sus pretensiones de ingeniería social sin escrúpulos. Y en suscitar enconados debates sobre cuestiones menores, desviando la atención de la inanidad programática radical que subyace a todos sus posicionamientos políticos.