La decisión de la Justicia alemana de descartar la entrega de Carles Puigdemont a España por un delito de rebelión es un duro revés a la causa que por este tipo penal ha abierto el Supremo contra los líderes del procés. Aunque la Fiscalía alemana estudia la posibilidad de recurrir la resolución de la Audiencia Territorial de Schleswig-Holstein, la impresión inicial es que ni siquiera existe una vía de impugnación. 

Si Puigdemont resulta finalmente extraditado, sólo podrá ser juzgado por  malversación, de mucha menor entidad que la rebelión. Eso crearía el absurdo de que, en el juicio por esta causa, quienes fueron subordinados del president se sentarían en el mismo banquillo que él pero acusados de delitos mucho más graves. 

Choque de legitimidades

No compartimos el fallo de la Justicia alemana, que pone en cuestión el propio sentido de la euroorden y de la configuración de un espacio judicial común. Quien mejor puede determinar la punibilidad de la actuación de Puigdemont, puesto que dispone de muchos más elementos para hacerlo -desde la declaración de testigos a las pruebas obtenidas durante la instrucción- es la Justicia española y no un magistrado de Schleswig-Holstein.

Ese fallo ha envalentonado a los independentistas, que ya plantean una investidura de Puigdemont -por más que siga siendo tan inelegible hoy como ayer- y exigen la libertad de los políticos en prisión preventiva por el golpe separatista. Pero lo peor es que refuerza moralmente a los independentistas y fomenta el choque de legitimidades que plantean, debilitando así al Estado tanto en el ámbito político, como judicial, legislativo y de orden público.

Pérdida de peso en la UE

De esta forma, la resolución del magistrado alemán que dicta que el delito de rebelión no puede aplicarse a Puigdemont porque considera que no recurrió para sus propósitos a la "violencia", hace que el Estado español pierda autoridad. En la situación actual que vive Cataluña, eso puede contribuir a generar más tensión y problemas en la calle.

No hubiéramos llegado hasta aquí si el Gobierno hubiera hecho sus deberes, pero prefirió descargar en el Tribunal Constitucional, el Tribunal Supremo, la Audiencia Nacional y la Fiscalía la responsabilidad de parar el procés. Hoy el Ejecutivo está "consternado" y, tal y como publicamos en EL ESPAÑOL, echa la culpa a la UE: "Estamos solos en Europa". Pero el Gobierno no puede esconder su parte de responsabilidad en la pérdida de prestigio en el continente: Rajoy lleva seis años como presidente y ha sido incapaz de ejercer un liderazgo en Europa. De hecho, ha abdicado de hacer una política exterior digna de tal nombre. Si estamos solos es por nuestra culpa.

Una estrategia fracasada

Lo bien cierto es que el presidente Rajoy apostó por una estrategia en Cataluña que ha fracasado estrepitosamente. Estamos, por tanto, ante la constatación de un error de planteamiento en un asunto crucial: el de la defensa de la unidad de España, el más importante, el único en el que no se podía fallar.

El Gobierno no debería haber dejado nunca que la situación en Cataluña llegara hasta donde llegó. Tenía varias alternativas, desde haber recurrido antes el 155, a aplicarlo con mayor rigor. No lo hizo y optó por convocar unas elecciones deprisa y corriendo, y ahora vemos las consecuencias de tamaño disparate. Por si fuera poco, a todos esos errores se sumó el haber dejado huir de España a Puigdemont y a varios de sus colaboradores, sin depurar siquiera responsabilidades por ello. 

Nuevo Gobierno para nueva política

No es casualidad que la encuesta de valoración del Gobierno que hoy ofrecemos revele que para un 69% de los ciudadanos la gestión está siendo "mala" o "muy mala". ¿Qué diría el sondeo si se hiciera hoy, después de conocerse el giro que ha dado la situación de Puigdemont?    

Rajoy es el responsable político de que hoy estemos en el punto en el que nos hallamos. Aquí el problema no es ya la cuestión catalana: estamos ante un problema nacional, que afecta al conjunto de España, y por ello deben ser todos los españoles los que lo resuelvan en las urnas en función de las distintas opciones que le planteen los partidos. Hay que apelar ahora más que nunca al sentido del patriotismo del que Rajoy ha presumido en alguna ocasión: se impone un nuevo Gobierno para hacer otra política.