La artista Rigoberta Bandini (no se confundan, la Premio Nobel de la Paz era Rigoberta Menchú) se saca una teta en Logroño y la aplauden en Amurrio. No es una estrategia, pero la chica quiere ganar Eurovisión y está trabajando en ello, como diría José María Aznar.

Eurovisión nació en 1956, cuando España aún no se había apeado de la copla. Pocos han sido los pasos que ha dado la música española para merecer un premio. Que yo recuerde, fueron premiados Massiel, Julio Iglesias, Mocedades y, en una de estas, a lo mejor también premian a Rigoberta Bandini, que no es italiana, pero lo parece.

Ella es catalana y ha compuesto Ay mamá, homenaje a todas las madres que en el mundo han sido, incluidas las que no participan en el festival.

No es por meter baza, pero este año Eurovisión se celebra en Turín, la patria de los Agnelli, que no necesitan conquistar ninguna estrella porque ya nacieron estrellados. Todo lo contrario le ocurre al representante búlgaro de Eurovisión 2022, actualmente en busca y captura (en España) al incumplir la ley de alejamiento impuesta por un juez.

Hablando de todo un poco. Rigoberta, la catalana coyuntural, está dando a conocer estos días el cancionero con el que saltará a la fama si todo va bien. El último éxito de la artista consistió en, como he dicho antes, sacarse una teta. Muchos no supieron quién era Rigoberta Bandini hasta que se la sacó y el periodista Alberto Olmos lo pregonó a los cuatro vientos en El Confidencial.

Hace años, cuando nadie enseñaba las tetas, ni en Logroño ni en Alcázar de San Juan, las chicas creían que el gesto más heroico del feminismo era hacer topless en Almería a la hora de los cayucos. Cómo ha pasado el tiempo. Ni las Sabrinas de Nochevieja o las Susanas de Nochemejor han ganado una batalla distinta.

Ahora, en los programas de televisión, las chicas sólo enseñan una teta si alguien no la quiere ver. En cambio, las chicas de ahora enseñan tetas déjà vu, tetas caídas, desparramadas y obvias, tetas con raja, rajas solas.

Nada que ver con la pléyade de veinteañeras que llevaba madame Regine a Marbella. Las mismas francesas de todos los años, transparencias exquisitas y cuerpos escuetos con tirantes lenceros de satín.

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