Yo, que tantos hombres he sido (algunos lamentables), no seré nunca aquel en cuya lectura desfallezca el libro sobre Borges del expresidente Zapatero. He leído las entrevistas y el prologuito y ya tengo bastante: no necesito fatigar sus páginas para saber que ninguna iluminación borgiana, o borgeana, me deparará No voy a traicionar a Borges (Huso), un título muy de político haciendo promesas.

Cuando salió la noticia de este libro sentí una mezcla de estupor y malestar: como si su sola idea infamara el universo. La única relación de Zapatero con Borges que se me ocurría (juego con sus títulos y metáforas aparte) era lo decisivo que ha sido el expresidente en la argentinización de España, con la emergencia de diversos peronismos: lo que más detestaba Borges. Sin que hayamos sido recompensados con un Borges.

Por el contrario, tenemos No voy a traicionar a Borges. Si los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres, ¿qué es el hombre que multiplica el número de los libros sobre Borges? A los pies de las pirámides de Egipto, Borges tomó un puñado de arena y lo echó más allá. “He modificado el desierto”, dijo. Zapatero podría decir con igual propiedad: “He menoscabado una ingente bibliografía”. 

Me imagino a Bioy leyéndole a Borges unas páginas del libro de Zapatero en una aplicada tarde de Buenos Aires. Al notar al amigo ensimismado, se interrumpe para demandarle un juicio. Con una melancolía no incompatible con la travesura, dice Borges: “Bueno, puede considerarse un nuevo capítulo de la Historia universal de la infamia, ¿no?”.

Podría seguir así hasta el final de esta columna, a la que le falta poco. Pero el columnista que era cuando la empecé se ha ido apagando en el transcurso de la mañana. En su lugar hay otro que se acuerda del otro Borges: no el aniquilador sino el que decía que no hay libro que no contenga al menos una línea feliz. Nunca lo sabré, pero seguro que el de Zapatero también la contiene.

En el soberano acto de la lectura, que Borges relacionaba con la filosofía del obispo Berkeley, para el que la realidad sólo existe cuando la percibimos, hay un Borges singular, que tal vez no se parece a ningún Borges. Y es el Borges que existe en la lectura de Zapatero. 

Acaso la gesta de Pierre Menard escribiendo el Quijote no sea superior a la de José Luis Rodríguez Zapatero leyendo a Borges.

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