Si la leyenda negra española fue una creación de los ingleses como propaganda contra el Imperio español, durante estas últimas décadas sus autores están probando el amargo sabor de su propia medicina.

Por lo que se ve, sufrir la erosión de los valores sociales de una nación no es privativo del masoquismo autodestructivo nihilista de los españoles.

Porque la interpretación que la nueva izquierda anglosajona está haciendo de la esclavitud y la colonización británica ha derivado en críticas políticas que afectan a lo más importante de ese orgullo sobre el que se asienta la estabilidad nacional y la propia democracia.

Este 28 de agosto, el semanario liberal-conservador The Spectator publicó un artículo de opinión escrito por Robert Tombs y titulado Wokeness and the collapse of intellectual freedom in the West (Lo woke y el colapso de la libertad intelectual en Occidente) que fue el más leído entre sus lectores. Tombs es el coordinador de una plataforma de intelectuales que agrupa a la mayor parte de historiadores de los países de la Commonwealth y de los Estados Unidos llamada History Reclaimed.

El objetivo del artículo (y de la página web de estos historiadores, historyreclaimed.co.uk) es oponerse a la visión crítica de la nueva izquierda woke que ha encontrado en la tergiversación de la historia un poderoso instrumento de influencia política y de erosión de los fundamentos de la cultura occidental y del sistema demoliberal.

Es una izquierda que quedó noqueada por la caída del Muro de Berlín en 1989 y el avance de las posiciones liberales de Reagan y Thatcher, pero que ha despertado en el siglo XXI decidida a socavar los fundamentos constitutivos de las sociedades libres en los Estados nación occidentales.

Si bien la historia es su principal campo de batalla, la cultura woke se extiende con particular eficacia en sindicatos de profesores y entre activistas estudiantiles. Las promociones en universidades, los ascensos y las publicaciones exigen conformidad ideológica con esos nuevos valores disruptivos.

Afirma Tombs: “No en todas las disciplinas, por supuesto, pero es muy evidente en algunas: en ciertos campos históricos y en gran parte de las ciencias sociales, las artes y los estudios literarios. La llamada descolonización está extendiendo sus tentáculos incluso en la música, los clásicos y las ciencias, y más abiertamente en la psicología y en la medicina”.

Este despertar de la izquierda woke, escribe Tombs, ha perdido la referencia marxista y esgrime “una ideología mucho más insidiosa, si se puede llamar ideología, que está extendiendo un control demoledor no sólo sobre el sistema educativo, sino sobre toda nuestra vida cultural, y esta vez especialmente en el mundo de habla inglesa, cuyo apego a la libertad intelectual se ha demostrado débil. Este llamado despertar, o algo similar, es una colección suelta de teorías y actitudes. Algunos lo llaman marxismo cultural. Pero, a diferencia del marxismo clásico, carece de coherencia y rigor básicos. Esta fragilidad explica probablemente la renuencia de sus partidarios a aceptar el debate: mejor evitarlo. Así se explica la ira que los woke muestran cuando son desafiados por la razón y la evidencia”.

La fuerza formidable de esta preponderancia cultural no reside ni en la consistencia de los argumentos ni en el número de sus seguidores. Reside en el apoyo y la “voluntad de las instituciones (corporaciones internacionales, universidades globalizadas, servicios civiles, museos, medios de comunicación, escuelas, servicios civiles, gobierno local e incluso iglesias) de ceder a ella o, peor aún, de explotarla. Prestar atención al despertar woke es una póliza de seguro que parece costar poco y ofrecer mucho: una hoja de parra para los privilegiados, una estrategia de relaciones públicas para las instituciones, un camino hacia el progreso personal, una fuente de ganancias, un escudo contra las críticas, una muestra de virtud y un instrumento de poder”.

Entre los historiadores, hay que diferenciar de lo woke el enriquecedor debate historiográfico entre izquierda y derecha, que es positivo siempre que el Estado no consagre y legisle una única versión totalitaria de la historia, como José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez están haciendo con la memoria histórica.

En España, tanto la leyenda negra (asumida por parte de la sociedad española) como el antifranquismo sobrevenido y las historias territoriales contrapuestas y tergiversadas por los nacionalismos vasco y catalán emergen como uno de los principales instrumentos de división e inestabilidad.

Lo que peligra en Occidente es esa libertad de cátedra que permite cualquier visión de la historia que respete los hechos. Debemos mantener esa libertad de expresión que esta nueva izquierda está limitando en el mundo occidental mediante la imposición una visión de la historia que no admite disidencias.

En el nuevo desorden mundial, evidenciado con la retirada/huida de Afganistán, debilitar y descomponer culturalmente las naciones occidentales es un camino directo hacia su debilitamiento. Ese camino conduce hacia el nihilismo y sólo beneficia a las potencias enemigas del antiguo orden demoliberal, que es el que está en cuestión.

¿Leyendas negras? No, gracias.

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