Si alguna vez se sorprende arrancando una frase con los jóvenes de ahora, o a su edad, nosotros, o bien en mis tiempos, deténganse un momento antes de formular la sentencia jactanciosa que marca distancia moral o intelectual. Es una maldición, como aquellas que se invocan ante el espejo. Si lo hace, el espejo le devolverá un vejestorio: usted. Pero no se busque las arrugas en la frente o la aventajada calva, los párpados plomizos ni las canas rielando en las sienes. Es el espíritu lo que tendrá hecho un pellejo.

El género humano es de natural cobarde y se reserva para el adolescente las reprimendas que nunca se atrevería a darle a un señor de 50 tacos. Con los chavales todo vale, incluso violar los derechos fundamentales que como ciudadanos les asisten. Se les puede confinar en un hotel aun sin una miserable PCR que sirva de aval al atropello, como una detención sin cargos y sin que te lean los derechos. Hasta que el juez dice lo que es claro: que eso no puede ser. 

A los jóvenes se les culpa hoy del aumento de contagios en España, y es cierto que entre ellos crecen a mayor ritmo del que se observa en los mayores. Pero no es imprescindible un apego cartesiano a la duda para formular alguna hipótesis alternativa a la demonización de los chavales. Que sean el segmento de edad pendiente de vacunar quizá no sirva como argumento exculpatorio de ciertas conductas, pero es una variable explicativa menos endeble que la del juicio moral. 

Los jóvenes ya no despiertan el instinto de protección que nos enternece ante los niños y todavía no inspiran el respeto de los adultos. Son jaraneros, ruidosos, pesados, me hago cargo. Fui, hace no tanto, una de ellos. Desde hace un año y medio, esa vida en la que son prioritarias las reuniones sociales, las confesiones extrafamiliares, la comunión del grupo, la exaltación etílica de la amistad y la seducción ha tenido que aplazarse y aplacarse a fuerza de mascarilla y encierro

Habría que cometer la injusticia de elevar la anécdota a categoría para sostener que los jóvenes no han cumplido con la sociedad. Yo todavía me pasmo de verlos pasear con mascarilla por la calle, ahora que ya no es obligatoria, cuando caen casi 40º a la sombra. 

Cabe preguntarse, al revés, si la sociedad está cumpliendo con ellos. Los jóvenes españoles son los europeos más afectados por el desempleo y la precariedad, con excepción, quizá, de los griegos. La mayoría no conquistarán la estabilidad laboral hasta ser cuarentones, cuando debieran alcanzar el ecuador de una carrera profesional. Más de la mitad de ellos son trabajadores temporales, cuyos sueldos son inferiores en un 22% a los de los empleados fijos. 

Según el INE, el 50% de los jóvenes españoles cobraban menos de 1.047 euros mensuales antes de la pandemia. Como explicó Antonia Díaz en Nada es gratis, los precios de la vivienda en Madrid, donde las oportunidades laborales son mayores, ya habían superado en 2018 los de la burbuja. Vivir en 60 metros cuadrados en Puente de Vallecas cuesta unos 720 euros al mes, 900 en Arganzuela. No hace falta tener grandes competencias matemáticas para concluir que proyectos básicos como emanciparse, construir un hogar y formar una familia son arduos.  

Y sí, antes de que alguien venga con el discurso de que los jóvenes de hoy son unos flojos (recuerden la maldición), más arduos de lo que fueron para sus padres. Según Fedea, el salario mensual real de los jóvenes de entre 18 y 35 años es hoy menor que en 1980, un 26% inferior para quienes tienen edades de entre 30 y 34 años y hasta el 50% para los de 18 a 20 años.

Hace dos semanas se anunció con gran pompa un acuerdo para vincular las pensiones al IPC, lo que disparará el déficit futuro del sistema. No pasa nada, porque el Gobierno trasladará ese déficit a los Presupuestos Generales del Estado, así que será sostenido mediante un aumento de impuestos (o un recorte social cuando venga la Unión Europea con las rebajas). El problema, pues, no desaparece, sólo se mueve de un sitio a otro. 

Como ha explicado Jordi Sevilla, en las próximas tres décadas el número de pensionistas aumentará un 50%. La pensión media actual es muy superior al salario medio de los jóvenes, así que, de seguir como hasta ahora, el déficit del sistema contributivo se duplicará

No hay que ser un hacha para darse cuenta de que el acuerdo, aprobado con la mansedumbre de unos sindicatos apesebrados, no garantiza en nada la sostenibilidad del sistema. El pacto intergeneracional continúa roto y no se atisban las reformas que permitan extender la dignidad de las pensiones medias a los salarios medios. Es sólo una patada más a la lata. Una patada más a los jóvenes. Pero no sé qué de un viaje a Mallorca.

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