“Tristemente, tienen todo el sentido”. Quise terminar la presentación de El Médico de Mosul (Kailas, 2021) hace pocos días en Casa Árabe preguntando a su autor, el periodista Óscar Mijallo, si, después de tantos años cubriendo conflictos bélicos en Oriente Medio, le había descubierto algún sentido a las guerras.

Esperaba un “no, claro que no” para poder cuestionarle a continuación sobre la atribución de culpabilidades. ¿Y por qué siguen sucediéndose? ¿Por qué no concluyen para siempre, exentas, como parecen, de razonamiento o de justificación válidos?

Pero, para mi sorpresa, e imagino que también para la de quienes llenaban el auditorio, el excorresponsal de TVE en Jerusalén, tras pensarlo unos segundos y soltar una respiración profunda, señaló: “Cuando acabe este evento nos iremos a tomar una cerveza al Retiro. Cuando lleguemos a casa, tendremos la nevera llena y elegiremos la cena. Mañana podremos hacer lo mismo, y la semana que viene también. Pero en muchos lugares del mundo, lo que sucede no se parece en nada a eso”.

Mijallo, que ha conocido como pocos informadores las causas y los secretos de los conflictos en Siria, Afganistán, Irak o Libia, afirmó que en muchas partes del planeta ocurre que, incluso para alimentarse, muchos individuos tienen que quitar a otros lo que tienen. “Si no es así, ni ellos ni sus familias comen ese día”. Mientras esta sea la realidad en tantos lugares, seguirá habiendo guerras, afirmó el escritor. Carlos Franganillo, presentador de la segunda edición del Telediario de La 1, que ha cubierto conflictos de tanta trascendencia como la crisis de Crimea, asentía desde su posición en la mesa de ponentes, y parecía de algún modo corroborar la aseveración de Mijallo.

Es cierto que las guerras, esa actividad que congrega las más bárbaras maneras del ser humano, también generan situaciones en las que se dispara el concepto opuesto, la generosidad y la entrega. En El médico de Mosul se relatan algunas de ellas.

Pero, en todo caso, llevamos desde el Paleolítico combatiendo unos con otros. Y esta no es una exageración. Acaba de confirmarse que los humanos ya nos matábamos con violencia hace 13.400 años, como sugieren conclusiones recientes al respecto del estudio de un cementerio en Sudán. Allí se comprobó que casi el 70% de los casos estudiados había sido agredido de forma violenta.

Así que, a pesar de que la humanidad prospera en tantos campos (hasta hemos enviado un vehículo a otro planeta), parece que en lo más trascendental, el asunto de cómo vivir sin asesinarnos, no aprendemos nada. Parece irrelevante, para eso, que pasen miles de años. En España nos matamos hace 85. Cerca de medio millón de españoles murió en la Guerra Civil. Hay quien cree, como el cineasta y escritor Carlos Saura, que ahora se está fraguando la posibilidad de otro conflicto de similares características.

Yo no creo que eso vaya a ocurrir. Es más, estamos muy lejos de semejante escenario porque, entre otras circunstancias definitivas, la más importante es que tenemos la nevera llena.

La denuncia de Mijallo, en cualquier caso, rebosa cordura y hay que abordarla porque se nutre aún más de la razón que de la empatía y de la solidaridad: tienen todo el sentido.

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