Hace un par de años le regalé a una amiga el libro Mi vida en la carretera de Gloria Steinem. Ella ha hecho lo propio con sus conocidas y amigas porque, hoy, sigue agradeciéndome tal chorreo de inspiración y quiere que mucha gente se empape de la libertad y la energía de esta señora superlativa que acaba de ganar el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades.

Steinem no sólo encarna la lucha por la igualdad de las mujeres, sino también la energía, la perseverancia y la claridad mental que disfrutan las personas que nunca olvidan lo que aprenden ni dejan de lado aquello que consideran justo.

Ella decidió brillar y contagiar su brillo a otras, sabedora de que, al destacar, le caería la del pulpo. Pero es que no hace daño quien quiere, sino quien puede, y nadie puede con semejante intención y con tanto foco colocado en el lugar correcto.

Cada día hablo con mujeres que me cuentan su miedo al cambio, su miedo al fracaso, su miedo a ser ellas mismas. Del miedo como forma de vida. Lógico, teniendo en cuenta que nos criamos convencidas de que la existencia es, por defecto, una línea recta y sosa. Que lo mejor que te puede pasar es que no se desvíe mucho, que no haya grandes desajustes. Nada de sustos. No te muevas que molestas, no hables que te escuchan, no te comportes diferente vaya a ser que otros se ofendan.

El ojo siempre sobre la opinión de los demás, a mí que me den. Nada de ambiciones, chavala, eso es de prepotentes. Mantén un perfil bajo. Ve de puntillas por la vida. Que nadie se entere de que has pasado por aquí.

Pero es que aquí lo importante es crear impacto, dejar huella, recordarte cada día que lo suyo es multiplicar y no dividir, evolucionar y revolucionar. Dar puñetazos en la mesa y golpes de melena. Pasarte por el arco del triunfo lo establecido para dibujar una historia única y sólo tuya, que empuje a otras, no a imitarte, sí a seguirte. Hostión a la mediocridad.

En un mundo complicado, la solución no es ni la inercia ni la inmovilidad, sino la evaluación de la realidad y de aquello que somos; el abandono del conformismo y la resignación. El mundo no avanza gracias a los culos pegados a los sofás.

Gloria se pasó la infancia en la carretera gracias a los viajes en furgoneta con su padre, que se buscaba la vida allá donde fuera. Los viajes y las búsquedas no son más que participación activa, aprendizaje, apertura de mente. Saber de dónde salgo, quizás a dónde llego y, con suerte, qué camino tomar. Liderazgo y autoliderazgo, que lo llaman ahora. Incertidumbre en estado puro, con el pánico que le tenemos, siendo lo único que existe.

Estar dispuesta a hacer las maletas en cualquier momento es una actitud mental que lo cambia todo, que define a los que se saben sólidos, adaptables, inteligentes hasta la médula; valientes. Más aún cuando naciste en un tiempo (que sigue siendo este tiempo, ojo, qué pena) en el que lo común, que no lo normal, era que te agarraras a un matrimonio, a la maternidad, a la cocina y santas pascuas. Nada de inventar una vida apasionante, niña, que eso es para ellos.

Menos mal que algunas cometen la locura de ignorar esos mandatos y se empeñan en abrir camino, en convertirse en un ejemplo al que mirar cuando lo cómodo (llámalo aburrido, llámalo cárcel) no nos sirve, porque nos anula, y a nosotras lo que nos gusta es existir a lo grande, como ha hecho Gloria.

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