Me ha venido a la cabeza en estos días un librito muy enjundioso y de lectura muy agradable del escritor francés Michel Tournier: El espejo de las ideas. Está en Acantilado.

En su preámbulo, Tournier fundamenta su ensayo en dos premisas: nuestro pensamiento funciona con un número limitado de conceptos clave y esos conceptos, dice, tienden a ser agrupados en parejas de signo y significado opuestos.

Así, Tournier escribe, por ejemplo, del sol y la luna, del alma y el cuerpo, de la risa y el llanto, de la sal y el azúcar, de Dios y del Diablo, de la salud y la enfermedad… También del hombre y la mujer, por supuesto, y de la derecha y la izquierda, faltaría más.

Aunque lo cierto es que la ciencia categoriza muchas más variables que las estrictamente opuestas (lo sólido, lo líquido y lo gaseoso, por ejemplo) y que el arte, desde la libre subjetividad creadora, borra o difumina trincheras, parece claro que (al menos, al primer toque) los humanos seguimos apegados a un sistema de clasificación binario, sistema que ahora está siendo rebatido por algunas corrientes, no sin polémica, en el terreno de los sexos y de los géneros, mientras que en paralelo (dato contradictorio de los tiempos) se está reforzando en el campo de la política.

Durante los largos años del bipartidismo, el sistema binario se materializaba preferentemente en las siglas, PP y PSOE, pues el predominio apabullante de estos partidos dejaba en segundo término, aunque no en el olvido, su más que latente adscripción ideológica a otra categorización binaria: la derecha y la izquierda.

Es esta la que se ha abierto paso en el lenguaje (no sé si decir que curiosamente) cuando el fin (no sabemos si provisional o definitivo, otra clasificación binaria, por cierto) del bipartidismo podría haber dado lugar (con cinco principales partidos nacionales en liza, más la concurrencia de varios regionales) a la disolución del esquema binario, germen, aunque no único, del fenómeno conocido como polarización.

Pero no. Al contrario. La presunta, posible e, incluso, probable diversidad de matices y posiciones, bien como anticipación o bien como desenlace del juego electoral en orden al logro del poder, no sólo no sabe disfrutar o no se siente cómoda o no encuentra salida con la rica oportunidad de cancelar lo binario, sino que se reagrupa con firmeza y plena voluntad en la mineral erección de las dos clásicas y persistentes categorías opuestas: derecha e izquierda.

Hasta tal punto una por lo demás descriptible atomización se muestra insatisfecha consigo misma que, en su viaje respectivo a los polos contrarios, parece aniquilar (querer aniquilar) esa tercera categoría que, con manifiesta timidez y fragilidad, apuntaba maneras de romper lo binario, el centro político, con el no menor detalle, eso sí, de que es el propio centro el que busca guarecerse en un extremo cobijado de la calle, aunque eso suponga seguir siendo dejando de ser. Estar en el ser, siendo la nada, otra pareja.

Y, por si todo esto fuera poco, la invitación al acomodo bajo el techo de uno de los elementos de toda inevitable pareja de contrarios, se ha gritado en forma de urgente y desgarradora disyuntiva: comunismo o libertad, fascismo o democracia.

¿No da para más echar un vistazo a la realidad? ¡Qué sutileza! ¡Qué pereza!

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