La encalladura del Ever Given me ha tenido fascinado desde el minuto 1. No por las consecuencias de su varamiento en el comercio mundial ni por las peliagudas tareas destinadas a su reflotamiento ni todo eso, sino por la imagen misma del carguero, por su inusitado colosalismo, algo que sugiere dimensiones sobrehumanas.

De ese portacontenedores gigantesco, atascado en el canal de Suez como un fardo en una acequia, emanaban palpitaciones trágicas, como si se tratara de un monstruo mitológico o de una fabulosa quimera que, abatida, no dejaba de emitir, desde dentro de una narración poética extraordinaria todavía no escrita, sugerencias épicas y epopéyicas, simbólicas y metafóricas.

Hay en esta peripecia del Ever Given un gran relato escondido que el periodismo, en sus horas de vacas flacas por falta de recursos económicos, no ha podido cumplimentar hoy.

El material literario que contiene su aventura (desde su origen) y su accidente (en estos días) es sensacional, y ya espero con ansiedad los libros que puedan aprovecharlo bien. O las películas, o los documentales, o, simplemente, las fotografías, que apenas he visto alguna que me haya impresionado. Más allá de la primera imagen inicial y esencial.

Ahora que vemos tantas cosas (cómo se asalta el Capitolio, por ejemplo, otro hito de nuestros aciagos días), apenas hemos visto nada con algún detalle y de cerca, sobre este excepcional acontecimiento. Sí, se nos está ofreciendo en directo, pero en plano inevitablemente general (véase YouTube), que no es manco, pero que no transmite todo el dramatismo del episodio. ¿Y el barco de noche?, ¿y sus sonidos?

Y no es sólo lo ocurrido ni lo que está ocurriendo tras ser reflotado. Lo visto ahora hace pensar en la titánica labor de la ingeniería y de la construcción de semejante artefacto de navegación, en cómo llega a organizarse y consumarse la parafernalia del cargamento de 20.000 contenedores en él y su posterior descarga, en cómo se desarrollan sus travesías habituales, cabe suponer que con tormentas y oleajes, en cómo es la vida cotidiana de su tripulación (¿25 operarios solamente?) y sus cometidos de seguridad, mantenimiento, aprovisionamiento y tantas cosas más.

Ya sabemos en base a qué requisitos y leyes flotan los barcos, sean veleros, mercantes y pesqueros o grandísimos trasatlánticos, petroleros y portaaviones. ¿Pero acaso no parece mentira que este artefacto de 400 metros de eslora y una capacidad de carga de más de 200.000 toneladas pueda flotar? ¡Y moverse!

No sé, estoy asombrado. Todos estamos asombrados ante los logros de la ingeniería, de la ciencia y de la tecnología. Es un asombro sin conocimiento, que nos deslumbra por los resultados sin que sepamos las reglas, los pasos y los detalles que conducen a esos resultados. Y, por ello, ese asombro puede perder rango y hacerse anécdota y costumbre.

El siglo XXI está prolongando hasta lo inusitado los prodigios científicos y tecnológicos del siglo anterior. Las novelas y películas de ciencia-ficción abrieron un ancho y apasionante camino para explicar muchas cosas. No obstante, y al margen de la fantasía, se diría que no hay una narrativa literaria y cinematográfica capaz de abordar esta enormidad de la ciencia, la tecnología, la industria, la economía, el comercio, la comunicación e, incluso, la política que se concreta en la simple fotografía del Ever Given encallado en Suez. Con la contingencia humana y la implicación internacional de por medio, además. Y, ya digo, con todo su potencial simbólico y metafórico. No la hay, no.

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