Querida Manuela: ser poeta no es un derecho. Me asusta el mecanismo perverso del “todos valéis”, del “tú también llevas dentro un artista”, del “fracasar es no intentarlo”. A mí me da que se nos fue la mano estimulando a los pimpollos, que nos pasamos de rosca inyectándoles confianza, que tuvimos labio fácil para el “bravo”, y ahora mira: Mónica Carrillo se pone a parir microrrelatos con el don sinestésico de un crío de parvulario y las casas editoriales se pasan a Marwan como si fuese un porro, imprimiéndole un caché literario digno de César Vallejo.

Me pinchan, Manuela, y no sangro. Me niego a asumir que el techo poético de mi generación sea Elvira Sastre sólo porque sus ventas revitalicen la industria: también fue best-seller el Mein Kampf. O la guía de estilo de Dulceida. Hemos mentido para tener a los niños contentos, para hacerlos sentir especiales entre el vulgo, y no sé cómo vamos a gestionar toda esta caterva de egos imprudentes, todo este tropel de vanguardistas de los cojones, todo este fárrago de artistas multimedia. La democracia del talento sólo es autoayuda, Manuela, eso pienso. Estamos criando Lauras Escanes temerarias, lanzadas como kamikazes al verso. Si todo es poesía, nada es poesía. “Todos seremos pianistas si desaparecen los pianos”, decía Pedro Casariego.

Te cuento estos sinsabores míos porque, como ya sabes -de hecho, como has gestionado-, a partir de octubre nada más y nada menos que 1.100 pasos de cebra, repartidos por 21 distritos de Madrid, van a llenarse de versos de espontáneos sobreexcitados, de aspirantes líricos con traumas infantiles, de escritores wannabe en busca de casito, y yo estoy temiendo ya por las venillas de mis globos oculares, que a veces lloran sangre como las vírgenes de Cuarto Milenio. No te extrañe que me deje arrollar por un camión si un día me levanto un poco cruzada y me encuentro con un grafiti institucional en la carretera, pura cursilería pagada con mis impuestos: “Magia en las pisadas”, “El tiempo todo locura” o “Un recuerdo es un suspiro que derrama historias”. 

Ten piedad, Manuela Carmena. No conviertas nuestros deseos en imposiciones para el resto. A mí me hubiese flipado cantar bien, y tengo ese sueñecito frustrado de folclórica venida a menos. Me desquito de vez en cuando en los karaokes o en la ducha, pero me parecería obsceno grabar un disco, financiado por el contribuyente, y que sonase a todas horas en el Metro. Cualquiera que me haya escuchado en los agudos sabe que nuestros coetáneos no merecen esa tortura china. ¿Por qué no recibe las mismas cortesías la poesía que la música, Manuela? ¿Por qué es siempre la disciplina más pervertida?

“Ojalá con 'Versos al paso' estimulemos la creación literaria de todos esos poetas y poetisas anónimas que alberga Madrid”, has dicho tú, que eres la alcaldesa de mis ojos, olvidando que el mundo está lleno de buenas ideas mal ejecutadas. Me da pavor que aprovechen este tirón todos esos cracks del lenguaje deconstruido, todos esos jetas que quieren ser creadores sin haber sido antes lectores, todos esos performers chungos de barra de bar que rebosan éxtasis y visiones. Va spoiler, Manuela. No eran poetas, sino alcohólicos. Escriben porque no respetan el género. Escriben porque una vez se mataron en una paja acuosa de Bukowski.

Era una buena ocasión, creo, para recordar -o conocer- a Cohen, tan político: “Cualquier sistema que montéis sin nosotros será derribado”. O a Miguel Ángel Arcas: “Un beso es un caballo de Troya”. O a Idea Vilariño: “Nunca sabrás quién fui, por qué me amaron otros”. O a Cristina Peri Rossi: “Líbranos, Señor, de encontrarnos, años después, con nuestros grandes amores”. O a Leopoldo María Panero: “Escribir en España no es llorar, es beber”. O a Borges: “Me duele una mujer en todo el cuerpo”. O a Isla Correyero: “Aislado del amor, cualquier coño es violento”. O a Miguel Hernández: “Hay que levantar hombres a las estatuas”. O a Dorothy Parker, llena de ironías: "Al ver que no sonaba el teléfono, supe de inmediato que eras tú". 

Era una buena ocasión, creo, para no reventar de mal gusto y decantarnos por el homenaje, por la memoria, por el didactismo. Ya te digo, Manuela: nuestra España de charanga y pandereta no alumbra tantos poetas como ciudadanos, y no hay que hacer un drama de esto. Lo decía Szymborska: “La falta de talento literario no es ninguna deshonra. Es algo que les sucede a muchas personas inteligentes, ilustradas, nobles y extraordinariamente dotadas en otros campos”. No estaría mal tatuar eso en nuestras calzadas y aplicarnos el cuento.