"Durante al menos los últimos veinte años el PP ha estado financiándose de forma ilegal, recibiendo donaciones en metálico de constructores y otros empresarios que a su vez obtenían adjudicaciones o contratos de las administraciones gobernadas por el partido".

"La caja B del partido consistía en una estructura financiera y contable, paralela a la oficial, existente al menos desde el año 1989, cuyas partidas se anotaban informalmente, en ocasiones en simples hojas manuscritas, como las  correspondientes al acusado Bárcenas, en las que se hacían constar ingresos y gastos del partido o en otros casos cantidades entregadas a miembros relevantes del partido".

Ilustración: Javier Muñoz

Cualquiera diría que estos dos párrafos han sido extraídos de un mismo texto correlativo. Pero el primero procede del inicio de mi Carta Cuatro horas con Bárcenas y el segundo de la sentencia dictada este jueves por la Audiencia Nacional. Su concordancia es tan exacta, que hoy no puedo dejar de constatar mi satisfacción moral.

La publicación de ese artículo el 7 de julio de 2013 en El Mundo -va ya para cinco años- desencadenó el escándalo político, latente desde hacía meses en la vida política y judicial española. Cuando al día siguiente, acompañado de María Peral y Cristina Peña, entregué en la sede de la Audiencia el primer original de los papeles de Bárcenas, una de esas "simples hojas manuscritas", la suerte quedó echada.

No la de Rajoy, responsable del partido durante todo ese periodo, en uno u otro puesto, y receptor durante años de sobresueldos ilegales, en cajas de puros, por valor de más de 300.000€, sino la mía. Cualquier otro presidente, en cualquier otro país democrático, habría dimitido fulminantemente. Sobre todo, después de que, al cabo de una semana, yo reprodujera en primera página los SMS que revelaban su respaldo a Bárcenas.

Cualquier otro presidente, en cualquier otro país democrático, habría dimitido fulminantemente

Pero él se enrocó en la mayoría absoluta de su grupo parlamentario, formado por cobardes estómagos agradecidos -ninguno de los que le avaló entonces puede merecer ya nuestro respeto- y el 1 de agosto de aquel año me acusó ante el pleno del Congreso de "manipular y tergiversar" lo sucedido, en connivencia con "un delincuente". 

Lo que ocurrió después es de todos conocido. Tras seis meses de acoso y derribo, coordinado desde la Moncloa y el infausto Consejo de la Competitividad que lideraba César Alierta -ahí están los datos que prueban la retirada orquestada de la publicidad-, fui destituido de la dirección del periódico que había fundado un cuarto de siglo antes, con la cooperación necesaria del Bellido Dolfos que aprendió italiano.

Fue una bendición disfrazada, pues sin aquella felonía no habría nacido EL ESPAÑOL, esta tercera criatura periodística que, según las últimas cifras oficiales, lleva camino de alcanzar pronto a sus hermanos mayores. Tras poco más de dos años de vida, Google Analytics nos otorga 32 millones de usuarios en todo el orbe y Comscore certifica que, sólo en España, tenemos ya casi 12 millones de lectores, en la misma medición que atribuye 20 a los que son líderes, al cabo de treinta y cuarenta años de existencia.

No se trata, pues, de ajustar cuentas con el pasado -yo sólo miro, en todos los órdenes de la vida, hacia adelante- pero sí de saborear este momento dulce en que la Justicia, el único baremo que a todos nos atañe en un Estado de Derecho, ha corroborado, de pe a pa, como ya ocurriera en el caso de los GAL, aquella denuncia periodística. 

No se trata, pues, de ajustar cuentas con el pasado -yo sólo miro, en todos los órdenes de la vida, hacia adelante- pero sí de saborear este momento dulce

El antecedente viene a cuento porque la situación de Rajoy es ahora equivalente a la de Felipe González, después de que Amedo 'cantara La Traviata' ante la grabadora de Melchor Miralles y en el juzgado de Garzón. Al igual que a "Glez", en lo único en lo que el tiempo ha dado la razón al Estafermo es en lo de tildar de "delincuente" al otrora protegido, execrado por su locuacidad. Pero la condena de Bárcenas también equivale a la de Amedo, pues ni el uno ni el otro habrían podido hacer lo que hicieron al margen de una línea jerárquica que implicaba las más altas connivencias.

Es verdad que no es lo mismo matar que robar, pero tampoco es igual atrincherarse con 134 diputados que con los 159 que tenía el PSOE en el 95. Porque en política sólo se puede sobrevivir sin credibilidad si se cuenta con mayoría parlamentaria. Y Rajoy ya no va a recuperar ni la una ni la otra.

Su problema es el que describía la madre de la epistemología política Miranda Fricker, glosando la novela Matar a un ruiseñor: al actual presidente del Gobierno y a los restantes miembros de la cúpula del PP, que aparecen como perceptores de sobresueldos ilegales, los tribunales -y por supuesto la opinión pública- les creen ya menos que a los negros cuando prestaban declaración ante los jueces de Alabama. Con la diferencia de que, en este caso, el prejuicio de partida era a su favor. Pero han mentido tanto, que tendrán un gran problema el día que decidan decir una verdad.

En política sólo se puede sobrevivir sin credibilidad si se cuenta con mayoría parlamentaria

En términos morales, la situación es idéntica a la de hace veintitantos años. Ni la sociedad española, ni sus instituciones democráticas pueden aceptar que siga en el poder el jefe de un partido que, según sentencia del tribunal especializado en la lucha contra la delincuencia de altos vuelos, se ha beneficiado, elección tras elección, del dopaje de la financiación ilegal, adulterando los resultados y ensuciando todo el proceso político. Si encima existe la fundada presunción de que obtuvo un lucro personal de la trama, la situación es éticamente insostenible.

Todo sería más sencillo de resolver si la sentencia se hubiera conocido veinticuatro horas antes, pues Ciudadanos difícilmente habría podido mantener su apoyo al Presupuesto y, a falta de cuentas públicas, las elecciones anticipadas a este otoño habrían sido la salida inexorable de la crisis. No me extraña que haya quien piense que la secuencia no fue casual. 

De hecho, muchos de quienes creemos que los grandes problemas de España, incluido Cataluña, no se encauzarán hasta que las urnas aglutinen una amplia mayoría social en torno a un gobierno con un claro programa regeneracionista, sentimos el miércoles por la noche, cuando el PNV decidió anteponer la conveniencia a los principios, al modo de la antigua CiU, que dos años más se iban a la basura. De nuevo una minoría nacionalista amarraba el eterno empate del inmovilismo en el que ha echado raíces Rajoy.

No me extraña que haya quien piense que la secuencia no fue casual

Pero, claro, una cosa es resignarse a seguir esperando el cambio, mientras se agota una legislatura estéril, y otra tener que convivir con un estado de ignominia, acreditado por la Audiencia Nacional. Una cosa es que dos años de nuestras vidas se vayan metafóricamente "a la basura" y otra que ese tiempo transcurra materialmente "en la basura", como si el túnel del tiempo nos devolviera a la "fermentada letrina" en la que Donoso Cortés veía pudrirse la era isabelina.

¿Cómo escapar a ese fétido destino? Si descartamos el rasgo de patriotismo que supondría la dimisión de Rajoy o el golpe de audacia de que fuera él quien apelara a las urnas, sólo una moción de censura, con sus consabidos problemas de implementación constructiva, puede sacarnos del atolladero. Desde el punto vista democrático, casi cualquier cosa sería mejor que quedarnos como estamos. Pero “casi cualquier cosa”, no es cualquier cosa.

Pedro Sánchez ha intentado crear una situación de hechos consumados, al comparecer como candidato, sin negociación ni pacto previo con nadie. Ni siquiera con los abajo firmantes de su propio partido, acarreados en improvisados folios. Su problema es que, sin el apoyo de Ciudadanos, quedará engullido en el abrazo del oso de Pablo Iglesias y aún todavía habrá de ser devorado por los separatistas, para que le salgan las cuentas. Parafraseando a Aznar sobre Cataluña, en esas condiciones, antes se romperá el PSOE que las resistencias a su investidura. 

Sin el apoyo de Ciudadanos, quedará engullido en el abrazo del oso de Pablo Iglesias y aún todavía habrá de ser devorado por los separatistas

Aunque sea la cuarta fuerza en el Congreso, Ciudadanos tiene la llave. Su hándicap es que a la vez es la primera en las encuestas y eso dispara el recelo hacia su impecable planteamiento de apelar a las urnas. De hecho, tanto el PSOE como el PP se frotan las manos ante la perspectiva de que la moción de censura de Sánchez implique desgaste, por uno u otro flanco, para Rivera.

Su dilema de las últimas semanas de forzar o no el adelanto electoral, retirando su apoyo al Presupuesto, recordaba a la discusión de Casio y Bruto en el cuarto acto de Julio César, sobre si deben atacar, cuanto antes, a las tropas de Octavio y Marco Antonio. Bruto se sale con la suya con su famoso apremio "there is a tide in the affairs of men..." (*); pero Rivera podía habernos replicado a los partidarios de pasar a la ofensiva, provocando la disolución del Congreso, que, esa obsesión por aprovechar la "marea" y "bogar sobre la pleamar", empujó a los conjurados al desastre de la batalla de Filipos. 

Lo ideal habría sido que el Presupuesto hubiera sido rechazado, pese al apoyo de Ciudadanos, al mantener el PNV la exigencia -imposible de cumplir con Torra enrocado en ungir de nuevo a presos y fugados- de que se levantara previamente el 155. La zorrería de Urkullu y sus jeltzales difuminó ese escenario, pero ahora hay otro equivalente al alcance de la mano, pues el argumento de que la sentencia de Gürtel proporciona motivos más graves para tumbar a Rajoy que a Cristina Cifuentes es insoslayable. 

Lo ideal habría sido que el Presupuesto hubiera sido rechazado, pese al apoyo de Ciudadanos al mantener el PNV la exigencia de que se levantara previamente el 155

El problema para Ciudadanos es que la opción de que el PP proponga otro candidato, como en la Asamblea de Madrid, no tiene sentido pues, mientras los episodios del máster y el Eroski sólo afectaban personalmente a Cifuentes, los hechos probados de la sentencia afectan al PP en su conjunto. A expensas de lo que pueda resultar de la instrucción secreta contra Zaplana –sería una triste sorpresa que hubiera cobrado comisiones-, la acumulación de casos de corrupción abarca tantos momentos y escenarios que sólo puede obedecer a pautas y hábitos generalizados en el partido. Y que el nuevo hombre clave del PP sea un “mafioso” de baja estofa, “lo peor de lo peor”, como Maíllo –la definición es de alguien que le conoce tan bien como Rosa Valdeón-, o el propio cinismo con que Rajoy ha tratado de desmarcarse de los hechos, disipan cualquier expectativa de expiación y reconversión internas.

Rivera tiene que romper definitivamente y para siempre con este PP afincado en la sentina marianista. Excepto en los grandes temas de Estado, debe ir ya en todo con el repudio por delante. Al jefe de la Gürtel, incumplidor flagrante de todos sus compromisos de investidura, ni los buenos días. Pero el “no” a Rajoy no puede equivaler a un “sí” a Sánchez, si lo que pretende es acampar el resto de la legislatura con un gobierno “okupa” de 84 diputados, rehén de Podemos y el separatismo. Eso no sería una moción de censura, sino una patada en la puerta. 

Mientras Ciudadanos mantenga la presión para que se convoquen elecciones, el “no” a esa fórmula de Sánchez no le pasará factura. Cuestión distinta sería si el líder del PSOE se comprometiera a ser él quien devolviera la decisión a los españoles este mismo otoño. Lo idóneo sería acordar una nueva moción meramente instrumental con otro candidato, pero si Sánchez asumiera algo parecido al calendario exprés de Ciudadanos, cabría pedir a Rivera que le respaldara como reina por cien días. Ese podría ser el nuevo mini-Pacto del Abrazo.

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(*) "There is a tide in the affairs of men which, taken at the flood, leads on the fortune; omitted, all the voyage of their lifes is bound in shallows and in miseries. On such a full sea are we now afloat, and we must take the current when it serves, or lose our ventures".

"Hay una marea en el océano de las cosas humanas que conviene aprovechar para alcanzar la fortuna; pero si no se aprovecha, todo el viaje de la vida transcurre entre escollos y naufragios. Tal es la pleamar en que bogamos ahora; si la desaprovechamos, comprometeremos nuestra suerte".