A Enrique González Duro (Jaén, 1939) le gusta tanto George Brassens que no detiene el vinilo cuando empieza la entrevista: “Bueno, lo bajamos un poco”. Se inclina y procede, pero sin levantarse de la mecedora: “Es que esta música es una maravilla”.

Vamos a poner España en manos del psiquiatra porque la cosa anda revuelta. Los gobiernos caen y se levantan como si se tratara de un videojuego. Los políticos cambian de camisa como el que se viste de domingo. Por si fuera poco, al diputado que pide más psicólogos en la sanidad pública le increpan al grito de “¡vete al médico!”.

A González Duro, que comenzó a ejercer cuando los manicomios estaban gobernados por las monjas, todo esto le parece una “trivialidad”. Tacha de “analfabetos funcionales” a la mayoría de parlamentarios y les pide “concisión”. La misma que él trató de emplear en sus “biografías psicológicas”.

Su ensayo sobre Franco fue una revolución. Luego siguió con Felipe González, Fernando VII y uno de sus ilustres pacientes, el escritor Leopoldo María Panero, que le pedía quinientas pesetas cada vez que salía a la calle… para no devolvérselas nunca. 

González Duro es temido y respetado a partes iguales. Ha publicado la historia de la locura en España en no sé cuántos tomos. También Las rapadas (Ediciones Siglo XXI), una historia del franquismo contra la mujer. El establishment le tiene por disidente. Aprovecha cualquier rendija para clamar contra las farmacéuticas por sus sobornos a los psiquiatras. También zarandea a los psiquiatras por dejarse sobornar.

Se balancea en la mecedora. Se echa hacia atrás, coge impulso… y dispara. No hay manera, disculpe, don Enrique, de colocar la grabadora. Todo está lleno de libros. Las paredes, las mesas, las alfombras… Ahora, por fin, ya está.

Esta semana, cuando Íñigo Errejón pedía más psicólogos en la sanidad pública, un diputado del PP se mofó de él y le gritó: “¡Vete al médico!”. De un tiempo a esta parte, Isabel Díaz Ayuso ha sido atacada con insultos como “loca” o “desequilibrada”. Imagino que usted se llevará las manos a la cabeza. 

Pues no. A lo largo de mi carrera, como se imaginará, he tratado a muchísimos enfermos mentales. Y, precisamente, lo que he hecho ha sido desdramatizar; no convertir ese trastorno en tragedia. “Salud mental”, por cierto, es un concepto muy equívoco. 

¿A qué se refiere? 

“Salud mental” habla de “salud”, y no de enfermedad. “Salud mental” indica estar sano. ¿Por qué hacen falta profesionales para tratar la “salud mental”? Es equívoco, a eso me refería, a las palabras. Por otro lado, no son psicólogos lo que hacen falta. Porque los psicólogos no tratan habitualmente enfermos mentales.

¿En qué sentido lo dice?

Un psicólogo no está preparado para tratar enfermos mentales. Por otra parte, muy pocos psicólogos trabajan en las instituciones públicas. La mayoría lo hace en gabinetes privados.

De ahí la propuesta del Congreso.

Veo a los psicólogos en televisión y todos dicen lo mismo: confunden las enfermedades con los síntomas. No es lo mismo estar triste que estar deprimido. Se aprovechan de ese mito ancestral según el cual quien va al psicólogo no está loco; y quien va al psiquiatra sí lo está. 

Errejón, en concreto, hablaba de aumentar el número de psicólogos para tratar los trastornos de ansiedad y las depresiones, que han aumentado con la pandemia.

Que se informe. No se puede ser tan tonto como para confundir un psicólogo con un psiquiatra.­­

¿Los psicólogos no pueden tratar la ansiedad y las depresiones?

Un diputado debe precisar más. El Congreso se ha convertido en una jaula de grillos donde proliferan los disparates. Algunos de los casos que él mencionó pueden resolverse sin un especialista, gracias al grupo familiar o amistoso.

Bueno, eso dependerá de cada caso. ¿Y el “vete al médico” que recibió?

Es una trivialidad. Los catalanes son más finos. Dicen: “Háztelo ver”.

El 'vete al médico' en el Congreso el otro día me parece una trivialidad; dentro de un mes no se acordará nadie

Se le increpaba con la enfermedad mental como pretexto. 

Insisto: me parece una trivialidad. Dentro de un mes no se acordará nadie. Y Errejón cometió varios errores conceptuales.

El otro día, en una entrevista, el psiquiatra Rojas Marcos me decía que la ansiedad y las depresiones se han multiplicado debido a la pandemia. 

El único dato objetivo para justificar eso que usted dice es el consumo acentuado de medicamentos ansiolíticos. Pero eso viene de mucho antes de la pandemia. La automedicación es un problema verdaderamente grave. Tiene más que ver con la voracidad de las farmacéuticas que con el padecer de la gente.

Las empresas farmacéuticas.

Sí. Están ansiosas por que se receten sus productos. Y lo consiguen psiquiatrizando a media población. De ahí que, paradójicamente, la labor de los psiquiatras sea muchas veces despsiquiatrizar al paciente. Las farmacéuticas convierten el malestar social en enfermedad. La mejor terapia, en gran número de ocasiones, pasa por escuchar al paciente. 

Como Freud.

Es que la ansiedad es una cosa tan banal… Todo el mundo la padece en algún momento de su vida. No es una enfermedad, sino un síntoma. 

Hombre, la ansiedad puede convertirse en un trastorno generalizado que imposibilita la vida diaria del paciente. Genera mucho sufrimiento.

Errejón confunde un trastorno generalizado con un sufrimiento puntual. Una enfermedad mental no se genera de la noche a la mañana; no se genera en pandemia.

El hombre tiene capacidad de aguante y una mente lo suficientemente fuerte como para que la enfermedad tarde dos o tres años en consolidarse. Por eso, para hablar de ese aumento de trastornos, habrá que esperar un tiempo prudencial. ¿Sabe una cosa?

Diga.

Desde Freud quedó demostrado que la gran mayoría de problemas que afectan al orden psiquiátrico se gestan en la infancia. Esta pandemia no me parece el origen de los trastornos que se mencionaron en el Congreso. Porque la Historia ha demostrado cómo en situaciones mucho más graves, como las guerras, no se produjo un aumento de esas patologías. Insisto: lo sabremos pasado el tiempo.

No cree, por tanto, que hagan falta más psicólogos en la sanidad pública.

Vaya por delante que me solidarizo con los psicólogos porque sufren mucho el paro, pero lo que hace falta en las instituciones públicas son psiquiatras.

¿Y por qué sí hacen falta psiquiatras?

Porque las instituciones públicas, en ese sentido, están muy mal dotadas. El tratamiento privado es más caro y de peor calidad.

La biografía psicológica de Franco, escrita por González Duro, fue un best seller. Carmen Suárez

Probablemente sea un ignorante, pero ¿podría explicarme por qué hacen falta psiquiatras y no psicólogos? ¿Cuáles son las principales diferencias entre el trabajo de uno y otro?

La pregunta no es absurda. Antes que nada una reflexión: el psiquiatra comete el error de recetar pastillas cuando la gente necesita hablar; y el psicólogo habla porque no puede recetar pastillas. ¡Los psicólogos están deseado que se les dé permiso para recetar!

Pero, oiga, no: para ser psiquiatra se necesitan diez años de formación. Una licenciatura en Medicina y tres años de especialización. El psicólogo necesita un lustro. Esa es una diferencia importante.

Pero, entonces se produce una paradoja: dice que el psicólogo quiere dar medicación y no puede; y que el psiquiatra, que es quien puede, es el que apenas la receta. ¿Lo he entendido bien?

El psiquiatra dispone de otras tecnologías que no son la medicina, pero la invasión de la industria farmacéutica ha sobornado a muchos psiquiatras para que receten sus medicamentos. Muchos psiquiatras, es verdad, se limitan a recetar pastillas, y no a escuchar. Le digo algo. 

Dígalo.

En total, no existen más de veinte compuestos psicofármacos, pero las farmacéuticas les cambian las fórmulas para vender. A veces me dicen: el psicólogo se dedica a hablar con el paciente. Me sublevo. ¡Pero si el que tiene que hablar es el paciente, no el psicólogo! ¡Es que algunos psicólogos le cuentan su vida al enfermo! “Tú tienes que hacer tal y cual”. Se ponen como modelo. ¡Es una patada a Freud! Freud escuchaba y, de vez en cuando, hacía precisiones. ¿Para qué queremos psicólogos que nos cuentan su vida? 

Don Enrique, eso es una tremenda generalización.

No, no es verdad. 

¿No existen psicólogos competentes?

Hay psicólogos competentes, sí, pero una inmensa mayoría… El problema de los psicólogos viene de las Facultades. Enseñan conductismo. No importa el origen del problema, sino la conducta. E intentan modificarla. ¡Eso es fascismo!

¿¡Fascismo!? 

Sí. Eso es muy facha. Modificar la conducta ajena se parece mucho a lo que, en los años cincuenta, se conoció como “lavado de cerebros”. Quien se dedica a tratar problemas de este tipo debe renunciar a su ideología política y cultural. Tiene que escuchar al paciente y entenderlo. Necesito que me cuente y generar una atmósfera adecuada para que lo haga. No por hacer yoga se me van a pasar los problemas. Hablemos de los celos.

Hablemos. 

Es un problema muy extendido, no es cierto que se trate de una antigualla. El maltrato de la mujer, en gran parte, se produce por los celos. La mujer se hace independiente y el hombre ve en riesgo lo que cree que es su derecho de posesión. El “si no eres mía, no eres de nadie”. Esa es la lógica del celoso. ¿Va a dejar de comportarse así porque haga ejercicios de relajación? El psiquiatra debe llegar al punto de partida para poder ayudar. Debe escuchar.

Los psicólogos que escuchan son una minoría; el problema viene de las Facultades

Oiga, habrá psicólogos que escuchen, ¿no?

Sí, una minoría. Pero ya le digo: el problema viene de las Facultades. Enseñan conductismo. Le pongo un ejemplo extremo: hace no mucho se trataba a los homosexuales para que dejaran de serlo. 

Se le van a echar encima todos los psicólogos.

Estoy acostumbrado. Me gusta ir a contracorriente. También critico a los psiquiatras pastilleros. 

¿Cómo?

Sí, a los psiquiatras que se dedican fundamentalmente a dar pastillas.

Por fortuna, hemos avanzado mucho. Cuando usted comenzó a ejercer, cuenta que los manicomios estaban en manos de las monjas. ¿Cómo eran los tratamientos? 

Le doy una explicación histórica.

Dispare.

La Revolución Francesa fue un fenómeno social que conmovió al mundo. Con su Declaración Universal de los Derechos Humanos. Nadie iba a poder ser privado de su libertad excepto si un juez lo determinaba. En la toma de la Bastilla liberaron a todos, salvo a los criminales juzgados y condenados. Pero, ¿qué pasó con los enfermos mentales?

¿Qué pasó?

No habían cometido delitos en un altísimo porcentaje de casos, ¿por qué mantenerlos encerrados? ¿Porque son raros? Los prebostes de la Revolución Francesa se encontraron con ese problema. El encierro empeora al loco. Un loco está peor encerrado que libre. Parece lógico, pero la realidad histórica ha sido la contraria.

Venga, venga, ¿entonces qué hicieron?

Se inventó la psiquiatría. Una justificación a la represión de la locura. Era un médico quien determinaba que los locos tenían que estar encerrados. A partir de ahí, se cometieron un montón de barbaridades. El nazismo liquidó cientos de miles de enfermos mentales. ¡La psiquiatría alemana se reputaba como la mejor del mundo! ¿Lo ve? También me meto con los psiquiatras. 

Y eso que la Revolución Francesa era “progresista”…

Ya ve. A partir de ahí, el encierro permaneció. Y se generaron tópicos como “al loco hay que darle la razón como al tonto”. Grave error. Los locos tienen una sensibilidad especial para captar las cosas. Mire la historia del arte, de la literatura, de la música…

González Duro también ha publicado biografías psicológicas de Felipe González, Fernando VII y Jesús Polanco. Carmen Suárez

Le había preguntado por lo de los manicomios y las monjas…

Sí, sí. Cuando empecé, los manicomios públicos pertenecían a la beneficencia. No estaban incluidos en la Seguridad Social. Esa es la primera discriminación. Era una asistencia para pobres, mal dotada, con escasos médicos y mal pagados. Los psiquiatras iban dos o tres horas al manicomio, que estaba en manos de los enfermeros y de las monjas. Sí, ellas gobernaban la institución. Por supuesto, con el aval del director, que lo aceptaba para quitarse trabajo de encima.

Sin embargo, cuando llegó la izquierda, con Felipe González, aquello no mejoró demasiado. En su día relató que aquel Gobierno dio orden de “proteger a las farmacéuticas” y continuar con los excesos de medicación. 

Sí, es cierto. El primer gobierno socialista suscitó un entusiasmo colectivo. Yo ya había trabajado con ellos. Pensé: “Pobre gente, qué chasco se van a llevar cuando los vean funcionar”.

El ministro de Sanidad, que desgraciadamente mató ETA, se dedicaba a estudiar para una cátedra de Economía. Tenían un especialista en Farmacia muy avanzado… que tuvo que dimitir. Los laboratorios tomaron las riendas de la formación de los psiquiatras.

Y eso dice mal de…

Los psiquiatras, que se prestan a ello. Los laboratorios se han gastado mucho dinero en congresos e historias así para seducir a los psiquiatras. Antes trabajábamos con el objetivo de que la locura era curable; ahora ya no…

Los laboratorios han tomado las riendas de la formación de los psiquiatras

Usted ha publicado un montón de biografías psicológicas acerca de grandes personajes de la Historia. Permítame hacer de abogado del diablo: ¿se puede hacer algo así sin haber tratado directamente a esas personas?

Eso me lo preguntó una vez Emilio Romero, maestro de periodistas. Publiqué la biografía psicológica de Franco y fue un éxito porque los propios franquistas no sabían quién era Franco. El mito había hecho desaparecer a la persona.

Pero, ¿cómo pudo escribir esa biografía psicológica sin haber tratado a Franco?

Lo titulé “biografía psicológica” porque jamás traté a Franco como si fuera un enfermo mental. No lo era. Ahondé en la psicología de la persona. Una biografía debe escribirse al morir el biografiado. Si no, quedará incompleta. Acabo de publicar la de Leopoldo María Panero.

¡Pero a él sí lo trató!

Bueno, es verdad, pero lo traté esporádicamente. Leopoldo era un tío ingobernable. No se sometía.

¿Estaba loco?

Bueno, es muy difícil definirlo. Se tiró veinte años en un manicomio y murió en un manicomio. La muerte fue trágica. La familia no existía, la madre había muerto, los dos hermanos también…

A lo que iba: ¿cómo construyó el retrato psicológico de Franco sin haberlo tratado? 

Le respondo con otro ejemplo. Cuando estaba escribiendo la biografía psicológica de Felipe González, la editorial quería que corriera para publicarla con él en el poder. Al final, salió justo cuando dejó Moncloa. Me vino bien porque, así, podía trazarse la biografía de todo un ciclo. Y tampoco me entrevisté con él. 

¿Lo intentó?

Me lo sugirió la editorial. Entonces lo intenté. Como se imagina, no me concedieron esa audiencia. Llamaba y me respondían: “Déjenos su teléfono y ya nos pondremos en contacto con usted”.

Sí, ésa me la sé.

Seis o siete llamadas a Moncloa. Hasta que me harté. Total, me habría contestado lo que le hubiera dado la gana. Me habría contado un cuento chino. En ese momento, yo ya sabía más de Felipe que él mismo.

Ponga un ejemplo.

La falsedad de su nacimiento.

¿La “falsedad de su nacimiento”? Creo que me he perdido.

Espere, espere, que ahora se lo explico. [Coge impulso en la mecedora y se levanta. Camina hasta la biblioteca de la entrada. Hay, por lo menos, una biblioteca en cada habitación. Dice que no lo encuentra, se ofusca. Pero lo encuentra. Su libro sobre Felipe González. Y vuelve a la entrevista] 

Me decía que…

En las biografías oficiales se decía que el padre de Felipe González había sido presidente de un Ateneo republicano en la provincia de Sevilla. Era imposible porque allí mandó Queipo de Llano, conocido por su represión. Investigué. El padre de Felipe había sido nada menos que el peón de confianza de un torero fascista apodado El Algabeño, que se dedicó literalmente a cazar rojos.

El padre de Felipe González jamás visitó La Moncloa. No encontrará usted esa foto. Cuando Felipe se quedó huérfano de madre, su padre se volvió a casar. Ninguno de los hijos fue a la boda.

Le había preguntado por Franco y hemos acabado hablando del padre de Felipe González, don Enrique. 

Sí, sobre su pregunta, que era cómo preparé la biografía psicológica de Franco. Cuando murió el dictador, la gente que verdaderamente lo conoció comenzó a hablar y a contar anécdotas. Apareció información veraz. Me leí absolutamente todo. Lo que se publicó en dictadura y lo de después. Así tracé el retrato. Investigué mucho.

González Duro lleva ejerciendo la profesión desde los años sesenta. Carmen Suárez

Resulta demasiado fácil, y además es un consuelo, pensar que un dictador comete atrocidades porque está loco. Hitler, Mussolini, Stalin… Pero imagino que la cosa es mucho más compleja que todo eso. 

Sí. Además, pensar eso impide la investigación. Si el dictador está loco, eso lo explica todo. No, no estaban locos. ¿Y los alemanes a los que convenció Hitler? ¿Todos estaban locos? A un loco no se le hace caso. Una persona con tanto consenso social, por lo general, no está loca.

No es locura, sino maldad. 

Qué quiere que le diga. Soy uno de los pocos españoles que se ha leído Mi lucha. Lo hice en los años sesenta. Ese es el mejor antídoto. Hitler, Mussolini, Stalin… No estaban locos. Es como cuando Vallejo-Nágera decía que había un virus marxista.

¿Le preocupa la fanatización de la política? Parece que se consolidan dos bloques en España y los ciudadanos no están dispuestos a cruzar a la otra trinchera hagan lo que hagan los suyos.

El insulto equivale a la ausencia de argumentos. Los políticos de hoy tienen una escasísima formación. Si hiciéramos una biografía de los diputados veríamos que la gran mayoría son analfabetos funcionales. Los políticos hablan como los aficionados al fútbol. 

Es decir: esa fanatización tiene que ver con la falta de conocimiento.

Sí. La falta de formación. Dudo mucho que el jefe de Gobierno tenga una formación política decente. No digamos ya algunos otros… Los insultos, de por sí, alteran el diálogo. Las peleas siempre acaban a navajazos.

Hitler, Mussolini y Stalin no estaban locos. Decir eso impide el análisis y simplifica la realidad

Ya que es usted autor de biografías psicológicas, le propongo tres personajes para trazar un retrato. Empecemos por Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno.

No tiene ideología política, pero sí mucha ambición de poder. No es tonto. Es listo. Preparación política, cero.

Los psiquiatras sabemos distinguir el significado de los actos fallidos: cuando se dice una cosa sin querer, inconscientemente, pero que representa lo que piensas. Dijo: “Voy a dar un giro de trescientos sesenta grados”. Eso significa volver al punto de partida. Sánchez es un sistema de circunferencias impenetrable donde no hay diálogo posible. Eso es síntoma de la ambición. Y le da fuerza.

Pablo Iglesias.

Uy, ese es más difícil. Porque no ha alcanzado tanto poder. A mí, al principio, Podemos me despertó interés. Fui incluso a alguno de esos círculos, que luego fueron círculos fantasma. Asistí a dos reuniones en El Retiro. Nos sentábamos en el suelo.

¿Y qué tal? 

Fatal. No había libertad. Lo que yo opinaba sentaba muy mal. Cuestionaba cosas tan peregrinas como ésta: querían echar a suertes, como en la lotería, algunos puestos de las listas electorales. Pero, ¿qué idiotez es ésa?

Fui a un mitin de Iglesias, en Vallecas. Público adicto. Movilizaba a las masas. Su acto en la Puerta del Sol, con gente de toda España, no se ha vuelto a repetir. Fue increíble.

El retrato.

Esa movilización de masas de la que era capaz se acabó cuando cambió de novia, formó una familia y se mudó al chalé de Galapagar. Vive en una clase social que no es la suya. Él suele responder: “Vivo donde me da la gana”. Claro, y nosotros opinamos lo que nos da la gana.

Cuando sus hijos sean mayores, ¿irán al instituto público de Vallecas? Allí, ahora mismo, hay una romería para insultarle. Se ha alejado de su territorio natural de pertenencia.

Isabel Díaz Ayuso.

Tiene una ambición de poder que rebasa incluso la de Pedro Sánchez. Su formación es muy mala y, ahora, de repente, se ve haciéndole la oposición al Gobierno central. Porque su enemigo no es Sánchez, sino Pablo Casado. Ya lo veremos.

Ayuso está de campaña continua. Tiene cierta inteligencia. Si no la tuviera, careciendo de preparación, como es su caso, no lograría algunas cosas. 

Se la ha insultado mucho. La han llamado loca. Usted es psiquiatra.

No está loca. Sabe lo que quiere: dinero y poder.

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