El efecto mariposa murciano se estrella en la frente de Pablo Iglesias con una verdad incontestable: “Madrid no es una serie de Netflix que haya empezado el pasado miércoles con la convocatoria de elecciones”.

Y aún otra, de Mónica García: “Las mujeres estamos cansadas de hacer el trabajo sucio para que, en los momentos históricos, nos pidan que nos apartemos”. Mónica García es la candidata de Más Madrid a la presidencia de la Comunidad y la autora del zasca más sonoro escuchado en el entramado patriarcal podemita desde su falso nacimiento el 15-M.

Ni tutela para quitar presión, ni premio de mercería y puesto en lista. Ni ministerio y chófer, ni castigo de columna parlamentaria. El concubinato podemil cae por su lado más sensible: Pablo Iglesias. Y lo hace con un argumento más solvente que la incongruencia comunista del chalet de Galapagar. Un hermana, yo sí te creo de libro.

No quita mérito al argumento que, como en las series (no necesariamente de Netflix), haya sido necesario intuir debilidad y algo de descomposición para desafiar a Iglesias y su política de gineceo.

Nos queda sólo la duda de saber de qué habla exactamente la tal Mónica con lo del trabajo sucio. Fíjense que cualquier alternativa que imaginen (así, de pronto) parece particularmente ofensiva o de mal gusto, y no sólo para las mujeres.

Aunque quizás sólo se refiera a boicotear a conciencia el hospital Isabel Zendal (pero eso lo puede hacer también un hombre). O quién sabe si amedrentar al consejero madrileño Javier Fernández-Lasquetty haciendo el gesto de disparar en el pleno de la Asamblea de Madrid. Como una Dolores Ibárruri cualquiera. O un Indalecio Prieto.

Trabajo sucio. Cierto.

Pero habrá que reconocer que la revolución del serrallo podemita empezó en el sur, con Teresa Rodríguez a la cabeza y sin necesidad de esperar a que oliese a muerto.

La mujer que entendió la primera (si excluimos a Tania Sánchez y las que han ido desapareciendo) que lo de sororidad, hablando de Irene Montero, era una pamema, no ha querido dejar pasar una ocasión tan buena para apuntillar a Pablo Iglesias.

Si para Mónica García el pecado era la soberbia, para Teresa Rodríguez lo es la vagancia y la inmadurez.

“Se aburre” dice Rodríguez. “Algunos están en política por apetencias e impulsos” añade. No, no parece que siga suscitando entusiasmo en la sección femenina del partido. El ciclo testosterónico se acaba. Habrá que reciclarse, como los niños prodigio o los galanes maduros.

Nos falta saber qué opinión se guarda Irene Montero de su súbito desplazamiento en la línea sucesoria de Podemos en favor de Yolanda Díaz, que ni siquiera es del partido. Si se encontró ya cocinada la sorpresa en el microondas, si lo vio venir como Isabel Díaz Ayuso con Ignacio Aguado, o si, al fin y al cabo, ella es la única que siempre ha sabido que Podemos no es más que una monarquía patrilineal.

Y aunque eso escandalice a las afiliadas, a ella no le va nada mal así.

En cualquier caso, que nadie a quien no le guste el comunismo aplauda todavía. El último año nos ha enseñado que lo que vale para hoy es inservible para mañana. Que las estrellas que lucen un día, al siguiente son materia inerte.

Y, lo más importante, que los que carecen de escrúpulos (y de la política sólo quieren el poder y no el servicio) suelen sobrevivir en casi todas las circunstancias. Aunque sea por el aleteo de una mariposa.

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