Bajo el título de Revistiendo a Letizia, en este periódico, todas las semanas, se desarrolla un blog que frivoliza sobre las responsabilidades de la mujer que más lejos ha llegado en España, capaz de superar el contexto y su ambiente para situarse a la cabeza de las funcionarias del país, pero eso al final no es lo interesante y echamos el rato discutiendo sobre el conjunto que ha elegido para pasar el día en la oficina, es decir, en el Estado.

Después de ver las reacciones sobreactuadas a los titulares infantiles que señalaban los looks de alguna política, sorprende que nadie haya reparado todavía en esta sección punk, la esquina periodística por la que el feminismo pierde la última oportunidad de explicarse.

Revistiendo a Letizia, igual que sucede en el resto de periódicos, se permite desnudar pieza a pieza a la reina para juzgarla a través de la ropa sin provocar aspavientos ni crisis de reputación a la cabecera, algo insólito por cómo están configurados ciertos ambientes periodísticos en los que ser hombre significa ser sospechoso. En estas sabanas, las redactoras furiosas practican el buen mobbing, retirando el saludo a los trabajadores sin pinta de aliados, tragándose el último modelo de Letizia, la mujer florero a la que no moja esta new wave.

La prensa es capaz de sumarse a las reivindicaciones feministas para limpiar su imagen, generar marca, ponerle adjetivos irreprochables al producto, mientras gana dinero rentabilizando la fase más básica de la humanidad, la zona cero del feminismo: una mujer es lo que viste.

Letizia reina el país a través de los armarios, pensaría cualquiera que leyera los diarios. Por la épica del gusto avanza este país asomado a Primark, capaz de gastar miles de caracteres en criticar a esa mujer ambiciosa por combinar mal bolsos y vestidos, por repetir ropa, como si ninguna hubiera olido al levantarse una blusa pensando que quizá aguante ocho horas más.

Hablando siempre de Letizia, la ropa adquiere significados extraños. A nadie le importa si inaugura con el ministro de cultura nuevas salas de la Biblioteca Nacional, si preside cualquier acto por la igualdad entre hombres y mujeres o premia a los pobres niños de los que se ocupa Unicef, siempre es más interesante descubrir los mensajes ocultos detrás de las combinaciones, su estado de ánimo, si elige ella o no los outfits. Tiene gracia arruinar el empoderamiento dentro de una institución históricamente machista sólo por discernir si acude a su puesto lo suficientemente guapa.

Los analistas recuerdan a los brujos que sostenían las tripas de los animales para ver el futuro, el mondongo maloliente de la naturaleza podía dar pistas sobre lo que iba a pasar, y así leo yo cualquier aproximación al último estilo de Letizia, el ama de casa capaz de sostener una familia no ya para sí misma sino para cuarenta y seis millones de ciudadanos, como si hubiesen abierto las tripas de lo femenino con la intención de ir más allá, y lo que viene es una mierda: por mucho que avancen, las mujeres seguirán en el mismo sitio.