
Una pancarta con una imagen del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en una protesta en Tel Aviv para exigir el regreso de los rehenes. Reuters
Israel se enfrenta a un terremoto político por los desencuentros entre Netanyahu y los ultras por la tregua en Gaza
Se aplaza a este viernes el gabinete de ministros en el que confirmará el acuerdo con Hamás, aunque algunas fuentes apuntan a que la votación será el sábado.
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En un ejemplo de lo extremadamente difícil que es un acuerdo de alto el fuego en Gaza, tanto Hamás como Israel han estado a punto de echarlo abajo un par de veces antes incluso de que entre en vigor. Si el miércoles por la mañana fueron los terroristas quienes quisieron apurar su suerte y propusieron enmendar un par de cláusulas que consideraban excesivas, este jueves la incógnita se centró en la aprobación o no del plan por parte del consejo de ministros israelí, que aplazó su reunión a este viernes ante el desacuerdo palpable entre sus miembros.
De hecho, ni siquiera está claro que el viernes se vaya a decidir nada. Fuentes cercanas al primer ministro Benjamin Netanyahu aseguraron al periódico The Times of Israel que lo más probable era que el voto se produjera el sábado por la mañana, algo que pondría en peligro la aplicación del acuerdo para el domingo, como quiere Estados Unidos, y probablemente lo retrasaría al lunes, coincidiendo justo con la investidura de Donald Trump.
Aunque en un principio Netanyahu justificó el aplazamiento culpando a Hamás del mismo -los bombardeos sobre Gaza continúan, con 70 fallecidos en las últimas 24 horas, según datos del ministerio de sanidad, controlado por la banda terrorista- lo cierto es que los ultraortodoxos no quieren saber nada de un compromiso… y Netanyahu los necesita para seguir gobernando.
La coalición Sionismo Religioso, encabezada por Itamar Ben Gvir y Belazel Smotrich, ambos ministros del gobierno, ha mostrado públicamente su oposición al acuerdo, llegando a culpar a Donald Trump, a quien consideraban un aliado y que, de repente, se ha convertido en un enemigo para la ultraderecha ortodoxa.
Smotrich no solo calificó el acuerdo de “malo y peligroso”, sino que anunció su decisión de abandonar el gobierno junto a su partido si la guerra no se reiniciaba después de las seis semanas de la primera fase.
En contra de la retirada de las FDI
Y es que ahí está ahora mismo la clave del asunto. Nadie duda que el gabinete acabará votando a favor del plan porque, de entrada, Netanyahu tiene mayoría. Tampoco sería políticamente inteligente para los ultras oponerse a la liberación de 33 rehenes, aunque se espera que unos cuantos sean cadáveres a los que dar sepultura.
No es su solución ideal, eso está claro, pero pueden vivir con ello. El asunto son las dos siguientes fases: en la segunda, las FDI completarían su retirada de Gaza a cambio de la liberación total de los rehenes… y en la tercera se trabajaría en un nuevo gobierno para la Franja. La administración Biden propone la participación de la Autoridad Palestina y la ayuda de los países árabes vecinos. Trump aún no se ha pronunciado.
Todo ello es inaceptable para Smotrich y Ben Gvir. Su posición ha sido clara desde antes incluso del 7 de octubre: Israel debe volver a ocupar Gaza y Cisjordania puesto que le pertenecen. No hay negociación posible al respecto.

Ultraortodoxos protestan en Jerusalén contra el acuerdo de alto el fuego que ven como un acto de rendición. Reuters
Los ultraortodoxos están detrás de las milicias de colonos que expulsan a los palestinos de sus casas para construir las suyas y ven en la ocupación de Gaza una doble ventaja: más terreno que habitar y el control sobre las distintas bandas terroristas que llevan años operando ahí sin que la Autoridad Palestina pueda hacer nada al respecto.
Quedan, por lo tanto, seis semanas de chantaje constante, pase lo que pase en la reunión de este fin de semana. Seis semanas de manifestaciones en las calles y de presión sobre Netanyahu para que, una vez liberados los 33 rehenes, acabe las cesiones y vuelva a los bombardeos y la ocupación. Una táctica que, sin duda, le ha servido para limitar muchísimo a Hamás, pero que apenas ha dado réditos en lo que respecta a la liberación de rehenes, para desesperación de las asociaciones de familias.
La apuesta por Donald Trump
Precisamente este riesgo de que la ultraderecha ortodoxa abandone el gobierno y deje a Netanyahu en minoría en el Knesset, el parlamento israelí, es lo que ha hecho que el primer ministro haya rechazado una y otra vez los distintos planes propuestos por Estados Unidos y los países árabes. En ocasiones, ha dado marcha atrás incluso cuando sus propios negociadores en Doha y El Cairo ya habían dado su aprobación.
Hay que recordar que el plan que se ha acabado aceptando es, básicamente, el mismo que el presidente Biden presentó en rueda de prensa en el mes de mayo. En medio, eso sí, Israel ha conseguido debilitar al extremo tanto a Hamás como a Hezbolá y la posición de Irán, el gran patrocinador de ambos grupos terroristas, es de una extrema fragilidad tras la caída de Bashar Al-Assad en Siria.
Con todo, parece haber consenso en que lo que más ha influido ha sido la presión de Donald Trump y de su enviado especial, Steve Witkoff. El empeño del presidente electo en poder presentarse a su investidura con esta muesca ya en su cinturón ha acabado de tumbar la resistencia de Netanyahu, quien ya no lidia con una administración a la fuga, sino con una con la que tendrá que negociar durante los próximos cuatro años y que puede ser un aliado decisivo, sobre todo en la lucha contra Irán.

El presidente electo de EEUU, Donald Trump, y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en una imagen de archivo. Reuters
En el cálculo político, Netanyahu ha preferido ceder ante Trump que ceder ante sus socios. Es una apuesta arriesgada, sobre todo teniendo en cuenta que Trump es un hombre voluble en sus afectos y que la relación entre ambos ha pasado por distintos altos y bajos. Trump, por ejemplo, aún no ha perdonado a Netanyahu que saliera a reconocer a Biden como presidente de los Estados Unidos cuando él aún estaba en el cargo propagando la teoría del robo masivo de votos. Son dos hombres acostumbrados a la venganza y por ello cualquier alianza puede tener los días contados.
Incluso en ese caso, Netanyahu se guarda las espaldas con un potencial nuevo chivo expiatorio. Durante meses, se ha parapetado en las exigencias de sus socios para rechazar planes que probablemente tampoco coincidieran con su forma de ver el conflicto. Si ahora la cosa sale mal, podrá echarle la culpa a Estados Unidos y a su nuevo presidente. Netanyahu maneja el victimismo como nadie y si tiene que volver a convocar elecciones, sabrá venderse como el hombre que derrotó a Hamás y que plantó cara a dos presidentes de Estados Unidos para defender la autonomía de Israel. Eso no le garantiza la victoria, pero sí le compra tiempo: los ultraortodoxos saben que nunca encontrarán un primer ministro más afín a sus planteamientos.