Javier Milei visitó al papa Francisco en febrero de 2024, en el Vaticano.

Javier Milei visitó al papa Francisco en febrero de 2024, en el Vaticano. Simone Risoluti EFE

Europa

Los choques del 'Papa rojo' con la derecha devota y populista marcan un legado despreciado por Milei, Vox y el trumpismo

A quien espera esta derecha es a alguien que les acompañe en sus discursos del odio, y respalde sus posiciones radicales contra el islam y contra la inmigración.

Más información: El Papa se reunió con el católico JD Vance horas antes de su muerte y le reprochó su "desprecio" a los migrantes

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No deja de haber algo irónico en la mirada devota del vicepresidente estadounidense, J.D. Vance, durante la recepción que le concedió el Papa Francisco menos de veinticuatro horas antes de su muerte. El fervor del católico convertido no podía ocultar el hecho de que Francisco, en cierto modo, representaba todo contra lo que Vance había luchado durante su carrera política: el buenismo, o, si se quiere, lo woke. Francisco, desde su primer día en el papado, defendió a los inmigrantes, buscó la concordia con los homosexuales y transmitió el mensaje de una iglesia dispuesta a recibir y no a excluir.

Una iglesia que era todo lo contrario de lo que propugnan en la actualidad los populismos de derechas de todo el mundo y especialmente el movimiento MAGA. Una visión de Cristo como redentor piadoso, como vigilante de la bondad en el mundo en tiempos turbulentos. Los tiempos: hasta cierto punto, el cardenal Jorge Bergoglio llegó tarde al Vaticano. No solo eso, sino que lo hizo en medio de la mayor crisis en siglos, tras la “dimisión” de Joseph Ratzinger, un hecho inédito en la historia de la iglesia católica desde que Gregorio XII (1415) abandonara el Vaticano en pleno Cisma de Occidente.

Como la sociedad atiende cada vez menos a matices, se decidió que Ratzinger era un papa “de derechas”. Era tradicionalista y se sabía de memoria cada detalle de la doctrina de la Iglesia. Era un referente intelectual y un excelso organizador. Tras su retirada, por motivos que aún se desconocen, los cardenales quisieron dar un giro estético, modernizador. Corría el año 2013, las primaveras árabes estaban recientes, Barack Obama aún presidía Estados Unidos, el fantasma de un populismo difuso, tal vez de izquierdas, pero antisistema en cualquier caso, recorría Europa… Bergoglio podía representar el espíritu del tiempo con su bonhomía, sus orígenes humildes, su verbo fácil y su compasión.

No fue casualidad que adoptara el nombre de Francisco, en honor a la orden conocida por su humildad, su afán científico y su gusto por cuestionar toda autoridad. Inmediatamente, la tortilla dio la vuelta: resultó que el Papa era “de izquierdas” y se granjeó la enemistad de buena parte de los católicos más conservadores, sin atender, tampoco, a qué estaba pregonando Bergoglio ni hasta qué punto sus ideas no eran las mismas que la Iglesia había defendido desde sus orígenes.

De Abascal a Salvini

El problema, pues, fue que Francisco quedó en tierra de nadie: a los progresistas les caía simpático, sí… pero ahí quedaban colgando los silencios del Vaticano sobre asuntos de abusos sexuales y no parecía que el argentino estuviera dispuesto a organizar una revolución al respecto. Aparte, el progresismo y la Iglesia Católica, todo hay que decirlo, no se han llevado muy bien históricamente. Por su parte, “los suyos”, es decir, los tradicionalistas estaban envueltos en otra batalla cultural que acabarían ganando: la lucha contra “lo woke”, la lucha contra lo universal, la lucha contra las organizaciones supraestatales.

Así, en 2014, Marine Le Pen ganó las elecciones europeas en Francia; en junio de 2016, el pueblo británico apoyó el Brexit en nombre de unas rancias tesis nacionalistas promulgadas por Nigel Farage -irónicamente, también, uno de los hombres más populares en las redes sociales de los acampados durante los días del 15M-, y en noviembre de ese mismo año se cerró el círculo con la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos y el primer atisbo de lo que sería el movimiento MAGA, con su violencia inherente, su odio al enemigo político y social y su intención del regreso a una sociedad “tradicional” que excluya “desviaciones” de género y raza.

Los discursos de Francisco seguían siendo los mismos: una insistencia machacona en la caridad humana y el respeto a los demás sin salirse de las convenciones de la Iglesia. Sin embargo, eso ya estaba pasado de moda y las críticas, que habían estado ahí desde el primer día, arreciaron: en 2019, el líder de VOX, Santiago Abascal, pretendió cuadrar el círculo diferenciando la figura del Papa Francisco y la del “ciudadano Bergoglio”. Lo único que había hecho el argentino era criticar a los que “intentan poner muros”.

Ni siquiera se refería a Abascal, probablemente, y parece una afirmación lógica en el líder de una religión cuyo nombre proviene del griego “katholikós” (universal), que a su vez incluye los términos “kathos” y “leukos”, es decir, “por encima de la sangre” o por encima de lo tribal.

Ese mismo año, Matteo Salvini, líder de la Liga Norte y por entonces ministro del interior del gobierno de Giuseppe Conte, empezó también a bramar contra Francisco por sus posiciones a favor del respeto a los inmigrantes. Sorprendentemente, en los mítines de la Liga, el nombre del Papa empezó a ser silbado, algo insólito en la muy católica Italia. A partir de ahí, se abrió la veda: Marine Le Pen, Viktor Orban o el omnipresente Steve Bannon montaron un frente común en 2021 junto al ala más conservadora de la Iglesia, encabezada por los cardenales Robert Sarah o Carlo María Viganò, que acabó excomulgado en julio de 2024.

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Buscando al siguiente Papa conservador

La gota que colmó el vaso de la paciencia de Francisco fue una carta abierta de Viganò que decía lo siguiente: "Mientras que para el creyente católico la Iglesia es Una, Santa, Católica y Apostólica, para Bergoglio la Iglesia es conciliar, ecuménica, sinodal, inclusiva, inmigracionista, ecosostenible y amigable con los gays". Era un resumen perfecto de todo lo que se le había criticado a Francisco hasta ese momento y en el que podían reflejarse millones de fieles de todo el mundo… aunque muchísimos otros, no.

Para rematar, en una especie de última enfrenta, el ahora presidente argentino y por entonces candidato y agitador, Javier Milei, se unió a la fiesta afirmando que Francisco era un “zurdo asqueroso” y un “comunista impresentable”. Es cierto que luego hicieron, más o menos, las paces. El poder calma mucho. En torno a esa época, Milei afirmó su voluntad de convertirse al judaísmo, algo que aún no ha hecho. Tal vez la muerte de Francisco y la llegada de un Papa más afín a sus tesis podría hacerle cambiar de opinión.

¿Qué Papa podría ser ese? El nombre que aparece en todos lados es el de Sarah, por supuesto. El cardenal africano agrupa a todos los sectores ultraconservadores que tanto se oponían a Bergoglio. Esa misma derecha tampoco vería con malos ojos al húngaro Péter Erdö, simpatizante del gobierno de Viktor Orban y amigo del patriarca ortodoxo de Moscú, Cirilo. Estaríamos hablando de lo más parecido a Joseph Ratzinger entre los “papables” del próximo cónclave, por su enorme cultura y preparación académica.

La Iglesia como faro o como antorcha

En cualquier caso, más allá de los nombres, a quien verdaderamente espera esta facción de la derecha conservadora y supuestamente devota es a alguien que les acompañe en sus discursos del odio. Alguien que respalde sus posiciones radicales contra el islam y contra la inmigración. Alguien que coloque a los homosexuales de nuevo en el foco de mira de la doctrina católica y que apele a los valores más tradicionales de la sociedad, muchos de ellos, curiosamente, contradictorios con el anarcoliberalismo del propio Milei.

Una Iglesia menos amistosa, menos comprensiva y más próxima a los dogmas conservadores. Un regreso a los tiempos de Juan Pablo II, con una enorme diferencia: Karol Wojtyla tenía en el comunismo de la esfera soviética un enemigo temible y poderoso. Su conservadurismo tenía, por así decirlo, una razón de ser. Elegir a un nuevo Papa a la imagen de Vance, Bannon, Orban o Salvini sería elegir a un Papa duro con el débil y complaciente con el poderoso. En los próximos días, la Iglesia tendrá que decidir qué quiere ser y cuál es su camino entre las aguas turbulentas del mundo actual. Si quiere ser faro o quiere ser antorcha. Millones de creyentes en todo el planeta esperan con ansia la determinación.