Dick Cheney supervisa una intervención del presidente Bush en Washington, en 2007. Reuters
Luces y sombras de Dick Cheney, el hombre que ideó la "guerra al terror" y la persecución interna tras el 11-S
El vicepresidente de Bush hijo será recordado por ampliar considerablemente las competencias del gobierno federal a la hora de investigar, vigilar y detener a ciudadanos estadounidenses tras el ataque de Al Qaeda.
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Dick Cheney, antiguo secretario de Defensa de Estados Unidos, dos veces vicepresidente del país y la persona que diseñó la llamada “guerra contra el terrorismo” tras el atentado de las Torres Gemelas, ha fallecido este lunes a los 84 años de edad. La causa: una neumonía, aunque también arrastraba una enfermedad cardíaca y vascular.
Su muerte ha devuelto a las cabeceras estadounidenses la foto del “vicepresidente más poderoso” en la historia del país y uno de los más controvertidos debido, precisamente, a su rol como arquitecto de la política exterior de Estados Unidos tras los ataques del 11 de septiembre del 2001; cuando terroristas de Al Qaeda secuestraron cuatro aviones comerciales y estrellaron tres de ellos contra el World Trade Center y el Pentágono.
El cuarto, cabe recordar, terminó chocando contra el suelo en una campiña después de que el pasaje tratara de recuperar el control del aparato. Sus dos posibles destinos eran la Casa Blanca y el Capitolio.
Aquella jornada no solo dejó miles de muertos; también puso en pie de guerra a Washington. Y ahí estaba Cheney, nombrado vicepresidente de George W. Bush meses antes y alguien dispuesto a liderar la nación gracias a la fama de eficiente –de “alguien que sabe cómo hacer las cosas”– que tenía dentro de aquel Partido Republicano.
Y es por eso por lo que será recordado. Por su defensa de la invasión de Afganistán a finales del 2001 y, sobre todo, por su defensa de la invasión de Irak en 2003 argumentando que el régimen de Sadam Huseín mantenía vínculos con Al Qaeda (no era cierto) y guardaba armas de destrucción masiva (tampoco era cierto).
Una invasión, esta última, que muchos estadounidenses no tardaron en considerar un desastre tanto estratégico como humanitario –se cobró cientos de miles de vidas, generó millones de refugiados y costó alrededor de dos billones de dólares– y que explica, en parte y en opinión de muchos expertos, el ascenso al poder de figuras de corte aislacionista como Donald Trump.
“No solo fue el principal artífice de la guerra contra el terrorismo”, escribía Gregg Carlstrom, corresponsal en Oriente Medio de la revista The Economist, tras enterarse de su fallecimiento “Se puede trazar una línea directa entre las guerras y el poder ejecutivo sin rendición de cuentas que impulsó y el actual desastre político que vivimos en Estados Unidos”.
Su confianza en todas esas aventuras bélicas bebía, en parte, de la exitosa Guerra del Golfo que libró Estados Unidos una década antes. O sea: en 1991. Después de que las fuerzas iraquíes invadieran y se anexionaran (por la fuerza) Kuwait y todas sus reservas petrolíferas. Los estadounidenses, al frente de una coalición internacional compuesta por una treintena de países, lograron expulsar a los iraquíes del pequeño emirato. Cheney, en calidad de secretario de Defensa estadounidense, fue uno de los responsables de la operación.
Un final antitrumpista
En el plano doméstico, Cheney será recordado por ampliar considerablemente las competencias del gobierno federal a la hora de investigar, vigilar y detener a ciudadanos estadounidenses tras el ataque de Al Qaeda. Lo hizo bajo el pretexto de estar velando por la seguridad nacional. Una decisión que abrió la veda a un sinfín de tribunales secretos, escuchas telefónicas sin orden judicial, la detención indefinida de sospechosos sin audiencias ni cargos y, también, a métodos de interrogatorio que eludían las prohibiciones de tortura establecidas en los Convenios de Ginebra.
Aunque hubo protestas, Cheney se mostró firme y consiguió mantener esos cambios en vigor.
“Defendió sistemáticamente las extraordinarias herramientas de vigilancia, detención e inquisición empleadas en respuesta a los ataques terroristas del 11 de septiembre”, contaba la agencia Associated Press este martes en su obituario. “No era partidario de la transparencia en el gobierno y era un gran defensor de la expansión del poder ejecutivo”, escribía también este martes Liz Wolfe, editora de la revista Reason.
Aquejado de problemas coronarios durante casi toda su vida adulta, Cheney sufrió cinco infartos entre 1978 y 2010 y llevaba un dispositivo para regular su ritmo cardíaco desde 2001. Luego, en 2012, o sea tres años después de retirarse de la política, se sometió a un trasplante de corazón con éxito.
Su trayectoria pública podía haber quedado ahí, pero en los últimos tiempos sorprendió a propios y ajenos afirmando que votaría por la vicepresidenta Kamala Harris, del Partido Demócrata, en las elecciones de 2024. Lo afirmó tras definir a Trump como un “inepto” y “una grave amenaza” para la democracia estadounidense.
Aquel anuncio se hizo eco de uno anterior lanzado por su hija, Liz Cheney, quien tras haber sido congresista del Partido Republicano por Wyoming rompió con Trump después del ataque del 6 de enero del 2021 al Capitolio perpetrado por sus seguidores. Ella también afirmó que votaría a Harris.