Las mujeres que reconstruyen la memoria de Valencia tras la tragedia de la dana: "Hay que coger la vida como viene"
El desastre causó la muerte directa a 229 personas. Ellas siguen en pie, y ahora necesitan que las escuchemos, las conozcamos y las recordemos.

Hay dos formas de vivir. La de antes del 29 de octubre de 2024 y la de después. La dana causó la muerte directa a 229 personas. Tres de ellas siguen sin aparecer. Otras murieron más tarde. Algunas viven pero solo por fuera. Muchas se empeñan en levantarse y en reconstruirse para levantar y reconstruir a los que tienen a su alrededor.
Hay muchas mujeres. Puede que hayas leído sobre ellas. Estas son ellas. Las que siguen en pie. Las que necesitan que las escuchemos. Que las conozcamos. Que las recordemos.
Una de ellas se llama Elizabeth, pero le gusta que la llamen Eli. Y sus hijos le gustan. Mejor dicho: a sus hijos les quiere. Valeria tiene 4 años. Iván, 18. Lo que no le gusta es conducir.
La otra mujer se llama Elvira. Elvi, le dicen. Sabe que lo que somos nunca morirá y que el amor construye una autopista hacia el cielo. Lo sabe porque lo dice su canción favorita, Too Much Heaven, de los Bee Gees.
Elizabeth es su única hija y trabaja en el mismo motel que ella, con otro turno. Llueve tanto que alguien aconseja a la madre que se quede en el motel. Pero Elvi, que tiene marcado a fuego el sentido de la responsabilidad, coge su Focus y deshace el camino que ha hecho esa mañana. Recoge a su hija y la lleva al trabajo.

La tía de Izan y Rubén y portavoz de la familia durante la búsqueda de los pequeños, delante de la casa en la que vivían. La tarde del 29 de octubre, un camión arrastrado por la riada rompió una de las paredes de la vivienda. Delmi consuela a Bárbara, que no había ido a la casa hasta que se hizo este reportaje.
El último martes de octubre de 2024 es también el último día de su vida, aunque eso no lo sabe ninguna de las dos. A Elvira la enterraron el 12 de noviembre. Elizabeth no ha aparecido. No puede contar su historia, como tampoco pueden Izan ni Rubén. Izan tenía 5 años; Rubén, 3. Rubén era grande. Izan, noble.
Lo dice Bárbara Sastre, su tía, pero por su boca habla Marta Calatayud, su madre. Marta tampoco puede contar su historia. Está rota, por eso le ha pedido la voz a su prima hermana.
“No quiero que se olviden de mis hijos”, dice Bárbara que le dijo Marta cuando le habló de nosotras. El agua arrancó a los niños de los brazos de su padre después de que un camión impactase en su casa.
Pensó en soltarse del árbol al que se agarraba y dejarse ir con ellos, pero la idea de que Marta se quedase sola le hizo resistir. “Yo le doy las gracias todos los días por decidir seguir viviendo. Si también hubiera perdido a su marido, su vida sería imposible”, cuenta Bárbara.

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A Izan y Rubén les buscaron conjuntamente voluntarios, militares y los Topos Aztecas, un grupo de rescatistas mexicanos expertos en catástrofes. Los Topos son capaces de identificar los signos de la naturaleza cuando esconde un cadáver y saben también que nada reconforta más que poder despedirse.
12 días después de que el agua se llevase la vida de los dos críos, encontraron los cuerpos. Los Topos, liderados por Héctor Méndez, el Chino, aterrizaron en Valencia el 5 de noviembre, convocados por Delmi García, directora de la misión de la Iglesia de la Cienciología de Valencia.
Desde el primer momento, esta mujer de mirada limpia y abrazo cálido tuvo claro que algo tenían que hacer: “Estamos acostumbrados a ayudar y trajimos a los Topos”.


Delmi García
Directora de Misión de Dianética y Scientology
de Valencia, en el barranco de la Hortaleza a su paso por Torrent.
Se trata de una rambla que desemboca en el barranco del Poyo.
Durante días, los Topos Aztecas buscaron a Izan, Rubén y otras
víctimas en esta zona.
Hay cosas que Delmi puede calcular con facilidad. Cosas que tienen que ver con números, pero hay otras que no se pueden cuantificar. ¿Cuántas lágrimas? ¿Cuánto queda de la Delmi de antes, la que ayudaba a las víctimas, la que todavía no había acompañado a los Topos mientras buscaban muertos?
Alguien le habló al Chino de Izan y Rubén, y decidieron buscarlos. Delmi García iba con ellos, pero Bárbara la conoce el día que hacemos las fotografías de este reportaje. Al verse, recuerdan el día del funeral: Delmi y los hombres aztecas acudieron al tanatorio con flores.
“Víctor pidió un aplauso para ellos”, cuenta Bárbara. Lo recuerdan. Ella tiene un hijo adolescente, un trabajo que le gusta y una vida que le pesa. “Te sientes culpable por seguir adelante. He pedido ayuda psicológica para estar bien, y para poder ser de ayuda”, dice.
Le pregunto qué diría a la Bárbara y a la Marta del pasado, antes de que la vida les diera esa cuchillada. “Que saborearan más los momentos, que dieran más abrazos, que dijeran más veces te quiero”, responde.
Le pregunto, también, qué pediría a quienes nos leen: “Que nunca nos olviden, no solo a nosotros, a Valencia, a todo lo que ha pasado. Y les daría las gracias”.
“A la Bárbara y a la Marta del pasado les diría que saboreen más los momentos, que den más abrazos, que digan más veces te quiero”.- Bárbara Sastre, tía de Izan y Rubén
Sole Giménez tiene también ese empeño. “El 3 de noviembre me fui a México, pero dejé aquí mi corazón y mi cabeza”, explica. De camino, empezó a organizar lo que terminó siendo la iniciativa Valencia canta por Valencia, un concierto benéfico, y ha participado en todos los eventos que recaudan fondos o visibilizan la catástrofe.
Quedamos para la entrevista en el mercado de Paiporta, porque allí, el 4 de enero, dio un concierto de casi una hora en la calle. “Hubo una corriente de amor increíble”, recuerda. Aquí, es una más. Sole ha participado en un concierto al mes para visibilizar la dana, y tiene la intención de seguir haciéndolo.
“Seguiré viniendo y participando en todo lo posible. Cuando hablo de esto, veo que el público tampoco quiere olvidar, quiere que llegue ayuda y soluciones. Hay emoción, hay empatía”, explica.

La cantante, en la puerta del Casino de Paiporta donde la tarde del 4 de enero ofreció un concierto gratuito para las víctimas de la dana. Sole recuerda la catástrofe en todas sus actuaciones, y participa activamente en eventos que recaudan fondos para los afectados.
Pilar Mateo es una de las diez mejores científicas de España. Su tecnología en pinturas insecticidas para el control de enfermedades como la malaria o el dengue la ha situado entre las 100 más reconocidas a nivel internacional.
Se define más como inventora que como científica. Pero desde el 29 de octubre es, también, una mujer resiliente. “Habíamos dado a nuestros trabajadores la opción del teletrabajo para que no tuvieran que coger los coches”. Estaba en Barcelona y comenzó a recibir mensajes inquietantes: su pueblo, Paiporta, se estaba inundando. Y volvió.
“Llegué a Alicante en avión y a Valencia con la policía de Elche, que iba a auxiliar. En el trayecto pude confirmar que todos, familia y trabajadores, se encontraban bien”. Estuvo más de un mes sacando agua y barro de las instalaciones con amigos y voluntarios.
“Nos prestaron maquinaria y personal especializado, y aceleramos la limpieza”, cuenta. Y reflexiona: “Ahora que está de moda el estoicismo filosófico, hay que acordarse de la cita atribuida a Reinhold Niebuhr: ‘Dios, concédeme la serenidad para aceptar lo que yo no puedo cambiar, valor para cambiar las cosas que puedo cambiar, y sabiduría para reconocer la diferencia entre ambos’”.
¿Es eso lo que vamos a necesitar para salir de esta situación: serenidad, valor y sabiduría? Ella asiente. Y ciencia, añade.

La prestigiosa científica, sentada junto a las instalaciones de su laboratorio después de la dana. Cuando comenzó la riada se encontraba en Barcelona, pero decidió viajar a Paiporta para ayudar a sus paisanos. Tras el paso del agua, estuvo meses sacando lodo y escombros de las instalaciones.
El 29 de octubre, Cristina Durán –Premio Nacional del Cómic en 2019– y su familia sufrieron cuantiosas pérdidas en la casa en la que viven y en el estudio en el que trabajan. Perdieron, además, la certeza de que vivían en un lugar seguro.
“Este es el pueblo más alto de la zona. La sensación era de ‘tranquilos, para que se inundara tendrían que inundarse antes todos los pueblos de alrededor’. Parecía que no podía pasar”. Hasta que pasó.
Su hija mayor, Laia, tiene parálisis cerebral. “Nuestra prioridad absoluta era ella. No había electricidad para triturar su comida, ni para cargar la tablet con la que nos comunicamos, y los medicamentos se iban a terminar”, explica Cristina.
“Cuando volvió el teléfono, a los tres días, contactamos con teleasistencia y con emergencias, pero comprendimos que no iban a venir”. Escoge bien el verbo. “Lo comprendimos. Había que rescatar a personas atrapadas, recuperar víctimas. ¿Cómo íbamos a no entender eso?”, se pregunta. Así que decidió actuar.
“Nos dispusimos a caminar los casi cinco kilómetros que nos separan de Valencia, para que mi hermana se quedara con Laia”, cuenta. No fue necesario. “Nos cruzamos con un coche de protección civil que nos llevó la mitad del camino”, relata.
A la vuelta, por el Puente de la Solidaridad, coincidió con el río de personas voluntarias. “Aquello se convirtió en una de las experiencias más emocionantes de mi vida”, dice.
“Estoy enfadada y triste. Se podría haber evitado mucho sufrimiento y muchas muertes, si nos hubieran avisado a tiempo”.- Cristina Durán, afectada por la dana
El estudio LaGRÚA abrirá pronto con lo mínimo, en una primera fase que, esperan, sea definitiva antes de verano. La casa en la que viven y, por ahora, trabajan, está habitable, aunque faltan muchas cosas por arreglar.
La vida, poco a poco, empieza a parecer normal. Pronto trabajarán en un cómic sobre la dana: “Escribir pone orden en el desorden, y contar este duelo colectivo es algo que tenemos que hacer”.
Ahora mismo, confiesa Cristina, “estoy enfadada, y triste. Se podría haber evitado mucho sufrimiento, y muchas muertes, si nos hubieran avisado a tiempo. Negar el cambio climático es muy peligroso”.

La Premio Nacional de Cómic 2019 en el estudio LaGRÚA, devastado durante la dana. Perdió también parte de su casa y tiene previsto publicar una novela gráfica sobre la catástrofe junto a su marido, el guionista y dibujante Miguel Ángel Giner.
Eloísa del Pino pisó por primera vez la tierra enlodada de Paiporta a primeros de noviembre de 2024. Nada más llegar, se le acercó un vecino al que reconocería si volviera a ver. Estaba desesperado y preguntaba qué iban a hacer.
“Conozco esa sensación de la gente que ya no llora porque se le han acabado las lágrimas, pero también sé que tenemos que salir de esta situación”, afirma. Ese vecino necesitaba soluciones rápidas “y lo entiendo, pero la ciencia se cocina a fuego lento porque tiene que combinar la eficacia con la seguridad”, dice.
Tenían claro que había que explicar los tiempos muy bien. En enero, presentaron una solución para la eliminación de moho en paredes. “Diariamente se medía la calidad del aire con laboratorios móviles y sabíamos si se necesitaba mascarilla o si el lodo causaba problemas para la salud”, añade.
La tarea de Eloísa consistió en “organizar al equipo de más de 150 personas, asistir diariamente al CECOPI y engrasar lazos con el resto de operativos. Era vital que se generase un clima de confianza para que se tomaran las mejores medidas”.
El CSIC asesoró en la cuantificación de los daños en edificios e infraestructuras y en la búsqueda de zonas seguras para depositar lodos, y envió dos buques y una flota de drones.
“Tenemos que aprender de esta catástrofe y para eso hay que recoger datos, algo que comprobamos que no se había hecho en situaciones similares en otros países”, asegura. Porque si algo parece claro es que este tipo de fenómenos van a seguir produciéndose. “La ciencia puede prevenir sus efectos. Invertir en ciencia es invertir en futuro”, dice.
La emoción de Eloísa aparece varias veces. Cuando recuerda a aquel vecino de Paiporta; cuando menciona a su equipo –“no tengo palabras para decir lo orgullosa que estoy de su entrega y su vocación de servicio”– y cuando remarca “la dignidad de las víctimas, que saben que tienen que exigirnos soluciones”.
“De esta etapa me llevo a mi equipo desviviéndose por ayudar, a los vecinos agradecidos y resilientes”.- Tamara Aragón, teniente jefe de la Sección de Intervención en emergencias naturales en la UME.
Tamara Aragón es teniente jefe de la Sección de Intervención en emergencias naturales en la Unidad Militar de Emergencias (UME). Cuando llegó a la zona cero el jueves 31 de enero, le pareció “que estaba en una ficción distópica sobre el fin del mundo”, recuerda.
Según han informado desde la UME, durante las primeras horas se desplegaron más de 1.500 efectivos. A los pocos días, los militares procedentes de la UME, los tres Ejércitos y la Guardia Real, eran ya 7.800.
La labor de la teniente Aragón, que sigue trabajando en la zona, consistía en salvar vidas.
“Mediante extracciones de personas aisladas, llevando comida y medicamentos, achicando en garajes, recuperando víctimas, retirábamos vehículos siniestrados de calles… Nos esforzábamos por ayudar lo que podíamos, lo que se nos asignaba y lo que nos íbamos encontrando”, cuenta.
Meses después de lo que cuenta, las palabras de la teniente se quedan cortas para describir todo lo que contienen.
Extracciones de personas aisladas quiere decir rescatar a seres humanos que están atrapados y creen que van a morir. Llevar comida y medicamentos significa alimentar y curar a quien tiene hambre y está enfermo, pero no puede salir de casa, y cree que va a morir. Recuperar víctimas es abrir una herida y cauterizarla a la vez.

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Lo sabe la teniente Aragón, de 37 años mientras nos lo cuenta. Lo sabe la Tamara de 12 años que quería vestir uniforme porque sabía que las mujeres eran capaces de hacer lo mismo que los hombres.
Sabe Tamara Aragón que las letras que forman las palabras que dice son insuficientes para representar a una anciana pidiéndole que rescatara a alguien más joven porque ella ya había vivido suficiente. O para contener la emoción de reencontrarse con personas que le decían: “Tú me ayudaste y estuviste ahí”.
Una de las principales quejas de las víctimas tiene que ver con la falta de inmediatez en la llegada de la ayuda.
No poder haber hecho más es, para la teniente Aragón, “la mayor pena, la que llevo conmigo. Pero de esta etapa me llevo tantas cosas... A mi equipo desviviéndose por ayudar. Al pueblo valenciano ayudándose sin descanso. A los vecinos agradecidos y resilientes”.
Confiesa que en ella misma “han cambiado muchas cosas, la más importante es que me ha enseñado a ver lo fuerte que puedo llegar a ser y darme cuenta de que estaba más preparada de lo que creía”.


Tamara Aragón
La teniente jefe de la Sección de Intervención
en emergencias naturales en la Unidad Militar de Emergencias
(UME), posa en un paso a nivel de Catarroja en el que se trabajó
rescantando personas tras las inundaciones.
A Mari Carmen Bañuls, directora general de Ricard Camarena, no le gustan los focos. Lo suyo es estar donde se ganan las guerras: en la retaguardia, resolviendo el problema antes de que el problema dé la cara.
Por eso, cuando el 30 de octubre estaba a punto de ponerse a preparar lentejas para miles de personas, su marido, Ricard, lo tuvo claro: “No quiero que cocines —le dijo—, necesito que te encargues de la organización”.
Bañuls creó y coordinó un equipo de más de 200 personas, entre cocineros, transportistas, repartidores —todos voluntarios—, contactos en cada municipio y responsables de la UME.
“A los vecinos les llamo mis ángeles, especialmente a un grupo de mujeres que venían con su pelador y su delantal y se pasaban horas pelando patatas. Se quedaron como el ‘equipo patata’, explica Mari Carmen.
Sonríe varias veces durante la entrevista, las mismas en las que los ojos le brillan por la emoción del recuerdo. “Es que fue emocionante ver cuánta gente se volcó en ayudar –asegura–. Nadie dijo que no. Nadie puso una pega”.
Varias semanas después, vieron que las necesidades habían cambiado. “Lo que más falta hacía era dinero. Y entonces creamos el proyecto Desde Valencia para Valencia”, cuenta.
Y explica la iniciativa: “Planificando la cena de Navidad de la Asociación Valenciana de Empresarios, pensamos que podríamos cambiarla de celebración a recaudación de fondos, pero Ricard dijo: ‘¿Y si la replicamos en todo el mundo?’. Y nos pusimos a ello”.
Mari Carmen lo dice como si conseguir reunir cocineros y restaurantes de todo el mundo para que el mismo día –el 13 de diciembre– organizaran una cena solidaria a beneficio de las víctimas de la dana hubiera sido sencillo.
Fruto de esa cena que se sirvió en cerca de 200 restaurantes y de la recogida de donativos, se recaudaron más de cinco millones de euros, repartidos entre pequeños empresarios de menos de una decena de trabajadores con hijos al cargo.


La directora general de Ricard Camarena en Habitual, el restaurante donde se cocinaron miles de raciones de comida para los afectados y se gestó el proyecto ‘Desde Valencia para Valencia’, que recaudó más de cinco millones de euros para repartir entre empresarios afectados.
La prioridad, desde el principio, fueron las vidas. Pero en medio del caos de barro y desesperación, las redes sociales de la Universitat de València (UV) lanzaron un mensaje a los tres días de la catástrofe en el que pedían a los afectados que no tirasen sus fotografías.
Cuando alguien lo ha perdido todo, encuentra consuelo entre sus recuerdos. Salvem les fotos integra a las cinco universidades públicas valencianas y a otras instituciones, y está recuperando más de un millón y medio de instantes congelados en el tiempo.
Trabajan en laboratorios instalados en la zona cero: el Museo de Historia Natural de la UV, la Casa Alamanzón de Utiel, L’ESART de Algemesí, el Castillo de Alaquàs y el Museu Comarcal de l’Horta Sud, en Torrent, donde realizamos la entrevista y comprobamos cómo se trabaja para que la memoria no se pierda. Literalmente.
“Al recuperar fotos, se salvan recuerdos y se honra la memoria de las personas afectadas”.- Ester Alba, vicerrectora de Cultura de la UV
Ester Alba, vicerrectora de Cultura de la UV, se refiere a las fotografías como familias. “Hemos recogido más de 815 familias, aunque cada día llegan más”. Cuando llega una, se la intenta salvar de inmediato. “Somos médicos de campaña”, dice Alba.
El proceso comienza con la eliminación de barro y humedad y la extracción de los soportes en los que estaban guardadas. El patio está lleno de tendederos en los que se secan, y en el interior abundan los congeladores en los que tratan de detener con el frío el avance del deterioro.
También está previsto incluir la IA en el proceso. Recuperar fotos es “un ejercicio de memoria colectiva. Te cuentan sus casos, empatizas”, asegura.
La vicerrectora compara este proyecto con el arte del kintsugi, la técnica japonesa que repara cerámica rota y convierte las grietas en parte esencial de la pieza. “No buscamos borrar las huellas del daño, sino aceptarlas. Se salvan recuerdos y se honra la memoria de las personas afectadas”, concluye.

La vicerrectora de Cultura de la Universitat de València muestra el trabajo de recuperación de Salvem les fotos. Esta iniciativa devolverá a sus propietarios más de un millón y medio de fotografías dañadas por los efectos de la dana. Se trata de un proyecto que involucra a todas las universidades públicas valencianas y que recurrirá a la IA en algunos casos.
Amparo Salas es de Picanya y todo el mundo la conoce como Amparo la Pastora porque en su casa hubo ovejas y otros animales. Cumplió 84 años el 10 de febrero, y, si le preguntas cuántas veces ha vuelto a empezar en su vida, se encoge de hombros y dice que no lo sabe.
Esta mujer delgada, de cabello blanco y gafas de metal, parece pequeña. Pero esconde dentro de un cuerpo que parece frágil la fuerza de todas las mujeres del mundo que se han levantado después de caer.
“Si ese día yo me hubiera acostado pronto, seguramente me hubiera llevado también”, aventura Amparo, pero vuelve a encogerse de hombros antes de añadir: “pero no era mi hora. Dijeron que iba a llover, pero aquí no llovía”, dice.
Aquí era una casa de dos plantas que empezaba a pie de calle y que bajaba hasta el barranco del Poyo. Aquí era el hogar en el que crio a sus dos hijos. Aquí era donde daba de comer a los conejos o recogía los huevos de las gallinas, o plantaba judías verdes. Aquí es donde estaba lo que ya no está: la única vida que Amparo había conocido.
Mario, el nieto de Amparo, fue a por ella esa tarde, alertado por el agua que bajaba del barranco.
Enfrentarse, sí, pero ¿con qué armas? Ella responde con la fuerza de la lógica: “Pensando que siempre podría ser peor”.- Amparo Salas, vecina de Picanya

La Pastora es de Picanya y tiene 84 años. El agua arrancó de cuajo su casa y se ha convertido en un símbolo de resiliencia. Tras ella, el puente provisional que construyó el Ejército de Tierra en una semana. Algo más lejos, los restos de los hogares destruidos en la Almacereta. Y en medio, el hueco dejado por el suyo.
Se fue la luz, se cortaron las comunicaciones y, cuando regresaron, Amparo recibió una llamada de su hija. Y entonces ocurrió lo que hace que estemos hablando con Amparo para esta entrevista.
Amparo no lloró. No se achicó. Se hizo inmensa. “No te apures, no pasa nada, no pasa nada”, le respondió a su hija. Lo mismo que me dice hoy. “Es que no pasa nada. La vida hay que cogerla como viene, y aquí estoy muy bien”.
Aquí, el mismo adverbio de antes, es ahora otro lugar. Es la casa de su hija, a pocos metros de la que fue la suya. “Echo mucho de menos mi independencia”. Y a los animales también los añora. “Los pollos, el huerto, la higuera. Y los huevos, que no encuentro como los de mis gallinas”, bromea.
Se pone seria. “A ratos piensas cosas, no te digo que no, te pones triste. Pero ¿cuántas casas no daría el que ha perdido un hijo para que volviera a la vida? Las pérdidas humanas no tienen arreglo”.
Le pregunto qué le diría a la gente que no la tiene, ni la salud ni la fortaleza. “Que hay que hacerle frente a lo que pueda venir”. Yo insisto. Enfrentarse, sí, pero ¿con qué armas? ¿Cómo se enfrenta una a algo que ya no tiene remedio? Amparo insiste también, con la fuerza de la lógica. “Pues pensando que siempre podría ser peor”.
¿No llora, Amparo? Se lo pregunto yo, y se lo pregunta mucha gente cuando la ve. “Si llorásemos un mes seguido ¿volvería la casa? No. Mucha gente me pregunta si no lloro, y respondo que, si con mis lágrimas no hubiera pasado nada, no pararía de llorar. Pero la vida hay que afrontarla”.
Afrontémosla, entonces. A la manera de Gioconda Belli: hazlo por ti. Te lo pido en nombre de todas nosotras.