
Rosa María Calaf
Rosa María Calaf, Premio Maga de Magas a la mejor reportera por su espíritu pionero y compromiso ético
El galardón, conocido como los 'Pulitzer femeninos en español', vuelve a premiar a referencias del sector en su tercera edición.
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Rosa María Calaf (Barcelona, 1945) ha sido, durante casi cuatro décadas, la referencia en información internacional de varias generaciones de españoles. Este año, recibe el Premio Maga de Magas a la mejor reportera.
Ya fuera como corresponsal -Nueva York, Moscú, Buenos Aires, Roma, Viena, Hong Kong y Pekín- o como enviada especial de TVE, ha cubierto información en 184 países. Viajera empedernida, asegura que tiene previsto visitar los once que le quedan por conocer.
La palabra más repetida en las biografías de Rosa María Calaf es pionera. Se adelantó a su tiempo como reportera en una profesión dominada por los hombres; en su forma de vestir, llevando minifalda cuando esta prenda se consideraba una frivolidad; o luciendo su característico mechón plateado, destacando sobre su pelo rojo, estilismo ideado por Lluís Longueras.
Desde muy pronto, supo que en televisión es imprescindible diferenciarse por alguna característica formal. Y también no solo supo, sino que puso en práctica, que nadie le iba a decir cómo debía vestirse o peinarse.
Fue pionera, además de en su feminismo militante, en abordar temas que en el pasado se consideraban tabú. En 1981, causó un gran impacto una entrevista realizada con un hombre gay para Informe Semanal.
El entrevistado aparecía en la oscuridad, sin ningún tipo de iluminación, para que nadie le identificara. Cuentan las crónicas de entonces que se sintió tan confiado ante la periodista que se levantó, movió el foco para iluminarse y sentenció: “No tengo nada que ocultar”.
No hay entrevista en que la periodista no dé las gracias por lo afortunada que ha sido. En primer lugar, a sus padres, por haber tenido una formación privilegiada en unos años en que era casi una misión imposible para una joven española.
Con solo 14 años, viajó al extranjero, a Francia y Estados Unidos. Se licenció en Derecho y periodismo, estudios que complementó con másteres en Bruselas y en UCLA.

Rosa María Calaf, en una entrevista con Magas. Demian Ortiz
No es de extrañar que, al poco de incorporarse a TVE en 1970, fuera encargada de cubrir grandes acontecimientos internacionales o ponerse al frente de las corresponsalías más importantes. Toda su carrera la desarrolló en la televisión pública, salvo dos excepciones.
Antes en la radio, donde moldeó esa dicción tan característica en ella. Y en 1982-1983, cuando consiguió una excedencia para fundar, junto con Alfons Quintà, TV3, de la que sería la primera jefa de programas.
Sus corresponsalías en el extranjero no fueron estancias plácidas. Allá donde iba era testigo de grandes acontecimientos que cambiaron el rumbo de la historia.
Ella fue la que nos contó la era Reagan, que, según asegura, explica el mundo de hoy; la Perestroika en la URSS, durante sus años finales con Gorbachov y Yeltsin; la Sudamérica que parecía dejar atrás la era de las dictaduras.
También la Tangentópolis, el monumental entramado de corrupción en Italia y la consolidación del régimen de Berlusconi; o la China que empezaba a exhibir su desmesurado poder al mundo.
Conoció personalmente a figuras históricas como Margaret Thatcher, Yorgos Papandréu o Carlos Menem. Pero no es lo que Rosa María Calaf más valora. “Ser importante es ser conocido y uno puede ser conocido por la peor de las razones”, asegura.
Lo que verdaderamente valora son las miles de personas anónimas que su profesión le permitió tratar. “La mayor riqueza viene del conocimiento de la gente común, que es la que verdaderamente te deja entrar en sus vidas”, ha declarado.
De ahí que sus crónicas, sin perder un ápice de profundidad, destacan por la sencillez de su lenguaje, por su capacidad para explicar a los espectadores acontecimientos complejos y por arrancar de ellos la empatía hacia los más desfavorecidos.
También fue corresponsal de guerra y vivió situaciones peligrosas para su integridad, aunque no le gusta hablar de ello. Un coronel serbobosnio trató de violarla en 1996 durante la guerra de los Balcanes.
Pero la periodista no quiso que se supiera y lo mantuvo oculto hasta casi una década después. No consideraba apropiado convertirse en noticia cuando tantas mujeres anónimas habían sufrido agresiones sexuales en aquella guerra.
“En aquel momento -explicaría más tarde-, me parecía que era desviar la atención, convertirme en protagonista, cosa que jamás debe hacer un periodista (...) El 'yoísmo' es una lacra para el periodismo”.

Rosa María Calaf, en los Premios Goya 2020. Gtres
Activismo por los derechos humanos
Rosa María Calaf tiene unas convicciones muy firmes sobre su profesión. En su opinión, "el periodismo tiene un componente de activismo en la defensa de los derechos humanos, y su labor es denunciar abusos y fomentar la reflexión en la ciudadanía sobre las causas y los responsables de las injusticias".
Es una persona modesta, hasta límites insospechados y una eterna insatisfecha con su labor. "Me queda la sensación de que a lo mejor hubiera podido hacer más, denunciar más injusticias -dice a la hora de hacer balance de su carrera-. Me frustra el hecho de que se repitan siempre los mismos conflictos".
"A veces, cuentas y cuentas, y las cosas no avanzan (...). Sin embargo, he hecho lo que quería: dedicarme al periodismo con pasión. Evidentemente, esto ha supuesto que he pasado menos tiempo con mi familia o mis amigos. Pero no siento que haya hecho renuncias personales. Nunca he deseado una vida familiar".
De las muchas direcciones de informativos de TVE que Calaf ha visto pasar, recuerda con especial cariño la de Fran Llorente, que califica como “la mejor etapa de Televisión Española en cuanto a la calidad informativa y la autonomía y libertad de movimientos”.
Lo que no implica que denostara otras, lo que demuestra la ecuanimidad de la periodista. “Yo siempre digo también que Alfredo Urdaci, con todo lo denostado que fue y posiblemente con razón y de manera justificada por la información nacional, en Internacional para mí fue un excelente director de informativos. Tenía plena confianza en sus corresponsales. Yo nunca sentí que tuviera que pelear un tema”.
El 31 de diciembre de 2008, con solo 63 y en plena madurez profesional, Rosa María Calaf, abandonó TVE. Pese a que se acogió voluntariamente a un Expediente de Regulación de Empleo (ERE), ha criticado duramente el edadismo que se produce en nuestra profesión.
“Igual que hay micromachismos -dice- hay microedadismos”. Considera que se está perdiendo el interés por incluir la experiencia en las redacciones.
Desde entonces, la periodista se dedica a "devolver algo de lo aprendido gracias a las oportunidades" de las que gozó en su trayectoria. Ofrece conferencias y clases, en las que defiende la necesidad de un periodismo "más relajado, menos de impacto, evitando el tratamiento superficial de los temas, que cada vez ocupan menos espacio".
Resume en tres puntos las prioridades del buen periodismo: establecer bien las prioridades, es decir, qué es lo que hay que contar; gestionar muy bien los riesgos, porque “un periodista muerto no tiene ningún valor”; y la tercera primacía, pero no menos importante, el compromiso con el rigor”.
Rosa María Calaf no solo nos ha dejado casi cuatro décadas de información rigurosa y de denuncia de la injusticia. Ahora, intenta influir en las nuevas generaciones, para que no sean víctimas de la desinformación.
“Dedico parte de mi tiempo a visitar colegios para intentar que chavales de 12 a 16 años sepan la importancia de estar bien informados y de controlar tú la información -explica-. Solo así te comerás la información que te quieras comer y no la que quieran otros que te comas".
"Tienes que aprender a seleccionar, pero no es fácil, requiere un esfuerzo. Debes hacerte una dieta de medios igual que haces con la comida. Hay que insistir mucho para que el ciudadano se dé cuenta de que la información puede ser muy tóxica y tiene que ser él quien discrimine. Si va por la vía fácil lo que va a consumir es infotoxicación”, añade.
Ella, junto con unas pocas más compañeras como Carmen Sarmiento, ha abierto el camino para toda una nueva y numerosa generación de reporteras.
Sin embargo, Calaf, siempre insatisfecha, cree que queda mucho camino por recorrer en la igualdad de la mujer en el periodismo y que en algunos aspectos no solo no avanzamos, sino que retrocedemos.
“Yo reivindicaba que me vestía como quería -rememora-. Ahora, ¿qué está pasando con las minifaldas en televisión? Pues que si no te pones minifalda y escote no sales en pantalla. Una cosa que era reivindicación en los 70 ahora es sumisión. Se vuelve a cosificar a la mujer y se la convierte otra vez en objeto. Pues esto es ir para atrás”.