¿Las mujeres de 'The White Lotus' rompen los estereotipos femeninos?

¿Las mujeres de 'The White Lotus' rompen los estereotipos femeninos?

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¿Las mujeres de 'The White Lotus' rompen los estereotipos femeninos?

No es una respuesta fácil. Desde que viera la luz la primera temporada de la comedia negra de Mike White desató un revuelo. ¡Con la segunda ni hablar! 

23 enero, 2023 02:27

En calidad de observador y retratista experto de roles femeninos, el director Pedro Almodóvar dijo en una oportunidad que, en la ficción, a las mujeres se les trata como si fueran otra especie animal, como algo surreal o un elemento de ciencia ficción. Se puede agregar que se suelen idealizar, como a las princesas y a las madres, o se les demoniza, como a las que se atreven a romper esquemas o a aquellas que mandan todo al mismísimo demonio.

Pero, ¿qué pasa cuando a un grupo de mujeres se les retrata desde sus burbujas, hasta riéndose de los estereotipos que otros le han atribuido, o etiquetas que hasta ellas mismas se han colgado? Una locura, ¿no? Pues algo así es lo que hizo Mike White en la serie The White Lotus.

Desde que viera la luz la primera temporada de la comedia negra The White Lotus en 2021 se armó un revuelo. El alboroto está más que justificado, ya que su creador ha puesto el dedo -no una, sino ya dos veces, mientras que la tercera está en gestación- en supurantes sensibilidades, generando incomodidad, pudor, voces de protesta, risillas (de vergüenza y de aprobación), como también halagos y premios. Emulando a un samurái con su afilada pluma, Mike White no ha dejado, pues, títere con cabeza. 

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Concebida como dos entregas independientes y con elenco diferente en cada una de ellas, la conexión más evidente entre ambas temporadas es que acaece una o unas muertes en un resort de lujo, un sitio paradisíaco llamado The White Lotus. En la primera entrega el espléndido hotel estaba situado en Maui (Hawai) y el argumento se centró en el dinero, los privilegios de los blancos groseramente pudientes, el colonialismo y las brechas entre las clases sociales; mientras que en la segunda, desarrollada en Sicilia, se explora el sexo y sus (casi absolutamente todas) implicaciones, como la represión, los celos, la lujuria, la infidelidad, la adicción, la libertad e identidad sexual, así como el sexo como moneda de cambio e instrumento para lograr cierto poder.

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En estas historias, que distan de ser un cuento de hadas a la orilla del mar, que se despliegan más bien como un incisivo y divertido estudio sociológico, se encuentra un grupo de mujeres de diferentes edades, orígenes y clases sociales que Mike White ha moldeado con esmero, mordacidad, malicia y –hay que reconocerlo…- con una buena dosis de verdad.

Valiéndome de spoilers (¡no faltaba más!), me aventuro a repasar a las polémicas féminas retratadas en las dos temporadas de The White Lotus.

Aloha

Tanya McQuoid, interpretada por Jennifer Coolidge, es uno de los dos únicos personajes que repiten en ambas temporadas. Vale subrayar que Tanya se ha convertido en el rol más icónico de la serie.

En Hawai, la rubia heredera de una ingente fortuna, llega al resort con el propósito de esparcir en el océano las cenizas de su madre recientemente fallecida, cosa que se le hace muy cuesta arriba. Tanya se presenta como una figura tragicómica y hasta grotesca, un manojo de inseguridades y necesidades, desprovista de autoestima, dad

“Mi madre me dijo que nunca sería bailarina, y eso que fue cuando yo era delgada”, dice entre sollozos mientras intenta echar las cenizas en alta mar. “¡Oh, madre, madre, madre...¡”, se lamenta con angustia la voluptuosa mujer para, acto seguido, detener la ceremonia, inmersa en un llanto histriónico que resulta hasta cómico. Y como ese lloriqueo, todo lo que hace Tanya roza –casi sin querer– en la comicidad pero no en la caricatura.

Tanya es una mujer solitaria que parece ir por la vida dando tumbos encumbrada en unos costosísimos tacones que la hacen más propensa aún a las caídas (las físicas y las espirituales). En Hawai encuentra consuelo en Belinda (Natasha Rothwell), la encargada del Spa, afroamericana, madre soltera, con un talento especial para todo lo que tiene que ver con la relajación y la estética, cosa que deslumbra a la ricachona.

Se apoya en los cuidados y extrema paciencia de Belinda, y llega a creer tanto en sus habilidades que le ofrece financiar un negocio. Pero cuando aparece un hombre en su vida, la idea se esfuma. “Lo tengo que pensar mejor”, esquiva Tanya sin dejar de dar a entender que sus energías y concentración tienen un nuevo destino. 

En desigualdad de condiciones, tanto de clase como de raza, Belinda traga el polvo de la decepción. Ni el grueso fajo de billetes que le extiende Tanya como agradecimiento, pago por sus servicios o mera expiación de su desdén, es aliciente suficiente para Belinda.

Cuando la próxima mujer blanca (Rachel) acude a ella para llorarle en el hombro y beber de su “sabiduría”, la afroamericana se rebela: “¿Quiere que yo (subrayando la primera persona) le dé un consejo?”... Pregunta, incrédula, para soltar un “¡me voy!”, dejándola con los lagrimones y la palabra en la boca.

Lo que Tanya no sospecha es que, una vez liberada de sus padres maltratadores, el próximo abusador está a la vuelta de la esquina, o más bien en la puerta contigua, Greg (Jon Gries) Aparte de su dinero, ¿qué hace a Tanya carnaza para abusadores? En la segunda temporada vivirá un “despertar”, limitado, pero despertar al fin y al cabo. 

Recién llegada al mundo de los millonarios, la periodista freelance Rachel Patton (Alexandra Daddario) en su luna de miel luce como un pez que intenta nadar a favor en la corriente de Shane (Jake Lacy), su marido, un malcriado hijito de mamá que le dice que no tiene necesidad de trabajar. 

Rachel acaba aceptando la precariedad de su trabajo, centrado en periodismo clickbait, pero su deseo de superación profesional, de “hacer algo significativo, tal vez en una ONG”, tal como dice, se da de narices con el panorama que le pintan su suegra y su esposo, calificándolos de trabajos horribles que no dan nada de dinero.

A la crisis profesional se le aúna la de identidad, y eso le lleva a tener dudas de si hizo bien en casarse con ese hombre que la deslumbró con su holgado estilo de vida. Precisamente ella, que siempre había vivido contando cada centavo, sucumbió a los encantos del gran poder adquisitivo y de los privilegios. La ansiedad se apodera de Rachel y la lleva a ponerse en una disyuntiva: quedarse y “ser feliz” o huir.

En eso de la realización profesional Nicole Mossbacher (Connie Britton) es todo un ejemplo. La jefaza de una empresa de tecnología da la imagen de ser toda una triunfadora, de haber hecho añicos el techo de cristal, de ser la personificación de una suerte de súper mujer que ha logrado la quimera de la conciliación. Basta con acercar la lupa a su familia para divisar los colmillos de la disfuncionalidad. A la que literalmente se ha “partido el culo” trepando una escalera infernal en un mundo dominado por hombres, tal como apunta en uno de los seis capítulos, poca estima se le tiene en el seno de su familia.

A través de Nicole, con la fijación de tener feng shui en la habitación para las conexiones por Zoom con un equipo de trabajo en China, se pone sobre el tapete el ejercicio del feminismo (individualizado) desde el privilegio, pero también de cómo (¡oh, tema tabú!) el movimiento #MeToo le favoreció en su ascenso, algo que ella rechaza reconocer.

Los desencuentros con su hija Olivia (Sydney Sweeney), una chica universitaria insufrible e insoportable que lee libros de teoría política y sociología, a quien tilda de “intelectual de salón”, revelan no solamente el choque generacional, sino también de hipocresías. La adolescente que se hace acompañar en esas vacaciones por su amiga Paula (Brittany O’Grady), una chica racializada a la que recientemente le robó el novio y con quien solo quiere drogarse además de leer, no pierde oportunidad para mostrar una superioridad moral que en realidad no posee. Y es que Olivia no solo disfruta de sus privilegios, la cosa es que en realidad carece de empatía hacia cualquier persona o situación que no entre en su esquema de vida, incluyendo a su amiga.

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Por su parte, Paula, que en primera instancia parece una copia al carbón de Olivia, a medida que transcurre la trama y gracias a que tiene una relación con un chico hawaiano a cuya familia le han expropiado las tierras para construir el resort donde ahora trabaja y los ricos se relajan, vive un despertar intelectual y espiritual. Sin embargo, debido a su falta de experiencia de vida y hasta cierto punto su estupidez, induce a su amante a cometer un delito. 

Todo indica que Mike White no ha tenido ni una pizca de compasión ni condescendencia hacia estas representantes de la Generación Z (en realidad hacia ninguno de sus personajes), pero no es así. Queremos creer que detectamos en Paula un crecimiento, algo así como lecciones aprendidas, mientras que un gesto de Olivia hacia su amiga en el último capítulo demuestra que con ella tampoco da todo por perdido.

El sueño italiano

En Sicilia todo parece más ligero como una canzone italiana, y muchas veces lo es. El mérito se lo llevan las locales Mia, Lucia y Valentina, personajes que aportan una luminosidad dosificada. La primera es una talentosa aspirante a cantante, la segunda una habilidosa trabajadora sexual y la última es la manager del hotel, una mujer (en apariencia) durísima que no tiene filtros.

Mia (Beatrice Grannò) y Lucia (Simona Tabasco) son amigas, en ellas las alianzas y amistad son inquebrantables, quizás debido a que comparten el mismo estatus social y su afán de hacer realidad unos sueños (bastante realistas por cierto) que sienten tocar con la punta de sus dedos.

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Lucia le hace ver a Mia que debe usar su belleza y juventud como medio para lograr sus objetivos (un trabajo como cantante en el hotel), que se olvide del novio por el que pena, que mande al demonio el romanticismo, vaya, ¡que espabile! Mia le toma la palabra tan literalmente que en uno, de los siete capítulos que conforman esta temporada, su amiga exclama ante su cambio de actitud: “¡Dios mío, he creado a un monstruo!”.

El sexo es el instrumento de ambas, aunque sólo Lucia es la que practica la prostitución (legal por demás en Italia), pero Mike White hace de ella un personaje que desecha ser Pretty Woman, la puta con corazón de oro, que si bien es empática hacia sus clientes, no permite que la sometan ni que la conviertan en su propiedad.

Lucia juega a dos bandas: si bien posee una apabullante transparencia, luminosidad y dulzura, también tiene el don de hacer sentir a los hombres como un galopante príncipe azul. Los únicos que la pueden sacar de su miseria y peligrosas garras de su supuesto proxeneta, pero en realidad no es así. Lucia es su propia jefa en su empresa unipersonal, es ella la que tiene el poder.

Tanto Lucía como Mia representan a la Generación Z en un contexto marcado por la miseria laboral y falta de oportunidades. Algo que difiere de Portia (Haley Lu Richardson), la asistente de Tanya, quien aunque tampoco pertenece a la clase social de su jefa y luce demasiado de otro mundo, se encuentra en una búsqueda personal. 

Que quiere vivir aventuras, divertirse, “sentirme satisfecha”, dice. “Estoy harta del jodido TikTok, de Bumble, de sólo tener ante mí pantallas y Apps, de darme atracones en Netflix. ¡Lo único que quiero es vivir!”, exterioriza Portia su crisis, que aúna a la esclavitud de su trabajo como asistenta de Tanya. Toca reflexionar si Portia corresponde al estereotipo de la chica inconforme, que deja que todo le suceda y no hace nada para cambiar su situación.

En una posición de poder laboral se encuentra Valentina (Sabrina Impacciatore), quien parece un cofre cerrado negado a mostrar su esencia, pero que se irá abriendo y develando con pequeñas escenas (por ejemplo, cuando almorzando sola de un tupper, resguardada de la vista de sus subalternos y de los huéspedes, le da de comer a gatos callejeros). Reprimida su homosexualidad, Valentina pone los ojos en la recepcionista Isabella sin contar que ella está en una relación con un compañero de trabajo. 

Sin embargo Valentina no abusa de su poder, cosa que es notable y que rompe con esquemas de comportamientos que se han enquistado en las sociedades. Desde la bondad, comprensión y ¡cómo no! con cierto oportunismo, Mia le propone a Valentina su primera experiencia sexual a cambio de dejarla cantar en el hotel. El trato se cumple, Mia logra además (también por su demostrado talento) un trabajo fijo, y con Valentina se inicia una amistad que no será sexual.

En el ámbito de los huéspedes ricos, Daphne (Meghann Fahy) y Harper (Aubrey Plaza) dan para un spin off. Son las esposas de dos antiguos compañeros de universidad además ejerciendo cierta rivalidad, Cameron (Theo James) y Ethan (Will Sharpe), que prácticamente se habían dejado de frecuentar hacía mucho tiempo. 

Qué hay detrás de la invitación de Cameron (un macho alfa dispuesto a demostrar siempre su virilidad) a ese lujoso resort en Sicilia. Esa es la gran pregunta que le atormenta a la abogada Harper, de carácter bastante áspero, que no está dispuesta a bajar la guardia, que tiene ínfulas de superioridad tanto moral como social, de hacer todo mejor que nadie. La acritud de Harper contrasta con la “contentura” casi perenne de Daphne.

Si bien los personajes de Daphne y Harper están entrelazados a los de Cameron y Ethan,  cuando ambas hacen una excursión a la población de Noto, surgen varias revelaciones. Daphne cuenta que ha sido engañada por Cameron en varias oportunidades pero que está lejos de sentirse como una víctima.

“Siento pena por los hombres, piensan que están ahí afuera haciendo algo realmente importante, pero en realidad, solo están vagando solos”, dice la ama de casa, madre de dos niños, y que también ha apelado al adulterio para demostrarse que está en igualdad de condiciones

A diferencia de la transparencia perpetua de Harper, que se lee hasta en la expresión de su rostro, Daphne es una mujer de muchos grises que se sabe con poder, ejerciéndolo con una delicadeza y casi de forma imperceptible. 

Ni Harper ni Daphne llegan al extremo de la protagonista de la leyenda siciliana de la Testa di Moro. La historia de la muchacha local, que llena de furia y celos le corta la cabeza a su amante árabe cuando se entera de que este tiene esposa e hijos, parece una sombra a lo largo y ancho de la segunda temporada de The White Lotus. Sin embargo, Mike White está muy, pero muy lejos de hacer de sus mujeres la simple loca del pueblo, rompiendo así el catálogo de estereotipos femeninos en la ficción.