Estamos rodeadas de historias manchadas de dolor y silencio. Historias de vida que necesitan ser contadas porque cuando las narras en voz alta te quitan parte del peso infinito del miedo, te arrancan los quintales de vergüenza que se cargan a solas y lo más importante apuntan al arma, o, mejor dicho, al victimario que las produce.

De eso va Lolita contra el lobo (Serendipia, 2022). De abrir la caja de pandora de los abusos sexuales en la niñez y la juventud. De enseñar ese puñal que te clavan sin tú saber cómo escapar a su herida cuando deberías estar pensando en jugar o disfrutar de la vida porque hay un violador que te escoge para convertirte en su juguete roto. En su Lolita.

Este libro (escrito a cuatro manos, pero con un solo corazón) rebosa de pálpitos por la indefensión que en la actualidad viven un 20% de menores de este país y de las cuales -tal y como señala la Fundación ANAR- son niñas en el 76,2% de los casos y niños el 23,8% restante.

Portada de 'Lolita contra el lobo'.

Portada de 'Lolita contra el lobo'.

Abusos que suceden en el lugar más peligroso que hay sobre la faz de la tierra: el hogar. Y es que es justamente en el entorno de confianza donde se producen el 80% de las agresiones sexuales y el 65% restante dentro de la familia. Las consecuencias de ello, como recalca la Fundación Vicky Bernadet, son que el 60% de las víctimas nunca recibirá ayuda de ningún tipo o, que en un 90% de los casos, se cargará con ello a solas hasta la edad adulta.

Por eso hemos querido escribir estas páginas. Porque tanto Laura como yo conocemos de sobra esta tremenda realidad que sigue siendo molesta. Describirla es la mejor manera que conocemos para hacer que el miedo cambie de bando y apunte al abusador que lo provoca y a la sociedad que lo permite al acallar o incluso negar los relatos que se sienten cuanto tocan un trozo de tu vida tan importante.

Y es que el silencio, lejos de proteger a ninguna víctima, empodera al agresor. Por eso, el que Laura haya tenido la valentía de denunciar los abusos sexuales sufridos desde los 12 a los 17 años de J.J.R.M, un amigo de su hermano mayor, tiene tanto valor. Porque su voz es la de demasiadas niñas o jóvenes que siguen pasando por lo mismo. Darme de la mano con ella y ser sus oídos también me ha servido para seguir reafirmando que los abusos en mi infancia no fueron por estar a solas en el sitio equivocado, sino porque dos vecinos, de esos que te dan los buenos días en la escalera, eran auténticos devoradores de esperanzas.

A ella su verdugo, que hoy ya no duerme tan tranquilo -no solo porque sabe que está en este libro, sino porque su salud no le acompaña-, la marcó “como se marca a una vaca” y decidió que no había mejor Lolita que ella. Una elección que la acompañará para siempre. “La niña del pelo largo a la que engatusó quedó muerta en vida desde entonces”.

Queremos dejar de preguntarnos por qué si somos tantas y tantos a quienes no atraviesa el abuso sexual, nadie hace nada por evitarlo. Porque de nada sirven ni las buenas intenciones, ni las fotos o las conmemoraciones, si después no estamos en la agenda política de la acción o se nos exige nuestra defensa y reconstrucción en lugar de ser protegidas.

Queremos dejar de estar a oscuras y ser luz. Necesitamos dejar de escuchar que hay que “superar las cosas” o de tener que practicar la supervivencia perfecta. Es el momento de señalar en la dirección de los abusadores que van de beatos, que saben manipular bien y que, de hecho, suelen ser sumamente paternalistas. La gente tiene la idea de que los pederastas tienen cuernos y dientes afilados, porque además es cómodo pensarlo.

Como dice Laura Redondo psicóloga experta en violencia las que hemos decidido cambiar nuestra historia, sabiendo que jugábamos con las cartas marcadas, hemos decidido elevar nuestras voces, hacer de historias que nacieron en silencio, clavándosenos en las entrañas, un grito de guerra.

“Nosotras, en las que pocas personas creían, en las que muchas dudaban, y que conseguimos salir adelante, manteniéndonos en pie. Porque no, ninguna mujer nace para puta, ninguna niña quiere un madurito con el que follar, ni un sugar daddy. Esos son discursos legitimadores de la violencia contra las niñas y mujeres. Porque no es justo que la única forma de digerir y dirigir tanto dolor, ira y frustración sea contra nosotras mismas, convirtiendo nuestro ser en una cárcel, no pudiendo estar en paz con nuestro propio cuerpo y mente”.