Letizia Battaglia, la primera fotorreportera que le “disparó” a la mafia
Hablar sobre Battaglia es sumergirse en una fascinante e inspiradora historia, marcada por una lucha constante, teniendo como arma su cámara fotográfica.
17 mayo, 2022 03:34Noticias relacionadas
Al final de sus días, Letizia Battaglia seguía en pie de lucha. Pelo rosado, bajita, de verbo resoluto y contestatario, con una cámara colgándole al cuello, presta a cazar en fracciones de segundo lo que detectaban sus ojos vivarachos. En cierto modo, la primera fotorreportera de Italia cambió el curso de la historia de ese país con sus fotos, y pensar que a la fotografía llegó por necesidad.
En Milán, donde se había refugiado después de un colapso nervioso, de dejar a su familia y Palermo, cuenta que empezó a escribir para un periódico local. “Cada vez que entregaba un artículo me preguntaban ¿dónde están las fotos?”, narraba una mañana de invierno en Berlín en 2019.
“Busqué un camarita y así empecé a fotografiar, de manera que llegué a la fotografía, no como vía de escape ni por pasión, me obligaron las circunstancias de pagar el alquiler y las facturas”, resume quitándole épica al relato.
El amor hacia las imágenes decía que le había llegado con el tiempo, “por eso comencé a formarme yo misma viendo libros, a observar con detenimiento a los grandes de la fotografía como Diane Arbus (1923-1971)”.
Contar sobre Letizia Battaglia es sumergirse en una fascinante e inspiradora historia, marcada por una lucha constante. Como mujer, nacida en Sicilia en 1935, rompió convencionalismos, pulverizó las férreas estructuras patriarcales de una época en la que se esperaba de ella como fémina que cumpliera con el designio de casa, marido, hijos e iglesia. Cumplió a medias porque se rebeló y se emancipó.
Como fotógrafa, oficio que inició a los 40 años, también le tocó batallar, casi haciéndole honor a su apellido. De vuelta a Palermo y empleada en el vespertino de filosofía comunista L’Ora, como única mujer en el equipo, halló hostilidad entre sus compañeros de trabajo. “Me trataban mal, sentía que mis colegas hombres tenían cierto miedo hacia mí porque yo reaccionaba, no me quedaba callada”, recordaba.
Viviendo en el Palermo de los 70 y 80, con la Cosa Nostra haciendo de las suyas, pronto le vería los colmillos a la máxima expresión de la violencia y de la arraigada sociedad machista. Le disparó a la mafia y a los innumerables e inenarrables estragos generados a su paso con su réflex analógica.
“Miro mis fotos y lo que veo es sangre, sangre, sangre...”, narraba en el documental Shooting the Mafia (La fotógrafa de la mafia, 2019), de Kim Longinotto. En él se cuenta la vida y obra de esta mujer de armas tomar que hace unas semanas apretó por última vez el disparador de su cámara. Tenía 87 años.
Letizia había visto demasiado, “cosas horribles, cosas horribles”, repitió con los ojos fijos en mí aquel día en Berlín, como para que no cupiera dudas del horror captado en blanco y negro, en una bicromía intencional como muestra de respeto hacia las víctimas de la mafia captadas por su lente.
Letizia, quien recibió infinidad de amenazas de muerte, bien podría hacer un tratado sobre el miedo. En el documental Shooting the Mafia lo califica como un lujo que no poseía, y suena paradójico si se piensa que la Cosa Nostra eran expertos en crear a ese monstruo de mil cabezas con hechos y sangre.
“No me dejé dominar por el miedo, y es que ni puedo decir que tuve valentía”, se atrevió a analizar, “se trataba sencillamente de este aparato (señala la cámara que lleva colgada al cuello) y yo que fotografiaba. Luego lo que sucedía enfrente de mí, pues sucedía”.
Rota por dentro
Permanecer en el frente empuñando su cámara decía que se lo debía a la locura. Pero la suya es una demencia especial que consiste en “tener la valentía de vivir y hacer lo que quieras. La locura hace que no te dominen los escrúpulos, impide que te bloquees, que no seas una 'bien pensada', es decir, una burguesa en la cabeza, falsa, estúpida”.
Las fotos de Letizia Battaglia dieron el testigo de los brutales asesinatos de la Cosa Nostra. Son puestas en escenas sangrientas, imágenes impactantes cuyo inventario superan las 600 mil.
Que si recordaba una foto en especial, no lo dudó. Describe la de un niño de unos 12 años que, al ser testigo del asesinato su padre, también lo mataron. “Fue una foto que nunca quise publicar, aunque estaba consciente de que no debía esconder la verdad, con ese niño me surgió un pudor extraño. No lo sé...”.
Sin embargo, dice que siempre encontró la fuerza para activar el disparador, “¡siempre!”, enfatiza. “Mi voluntad de fotografiar al mundo se impuso, así como la necesidad de mostrar la realidad. Hay cosas que se me quedaron de por vida, tanto grandes enseñanzas como recuerdos horribles. Cuando hacía fotos de todos esos horrores, cuando el terror reinaba en la ciudad, todos follábamos, hacíamos el amor, comíamos, bebíamos… De hecho, a Falcone lo mataron prácticamente follando”.
¡Ah, Falcone! Giovanni Falcone el juez que le plantó cara a la mafia y pagó con su vida por ello en mayo de 1992. Al recordarlo, a Letizia se le acongoja la voz. “Era una persona a la que conocía y apreciaba mucho. Luego se produjo el homicidio de otro jurista, Paolo Borsellino, que fue uno de los últimos asesinados de nuestra historia (en julio de 1992). A ninguno de los dos les fotografié”.
Si nada ni nadie paraba a Battaglia, estos dos asesinatos, sobre todo el de Falcone, generó un punto de inflexión su la vida. “Con esas muertes habíamos perdido la esperanza. Me sentí cansada, desesperada, rota por dentro. Y no es que estuviera harta de fotografiar, durante años habíamos luchado contra la mafia y en ese momento perdimos la batalla”.
No es una exageración cuando se dice que las fotografías de Letizia Battaglia cambiaron la historia de Italia. Por un lado, visibilizó el horror, por otro –y más bien debido a la suerte- su lente captó a influyentes políticos en compañía de mafiosos.
“Creo que a la mafia no le importa mucho la fotografía, pero sí cuando se habla y escribe contra ellos. Hasta creo que les gusta que se les fotografíe porque se trata de gente muy vanidosa”, describió.
La vida de Letizia continuó en otros frentes. Se empeñó en buscar la belleza, fotografiando mujeres y niños; emprendió también una carrera política en la fila de los Verdes, desplegó su activismo social y creó un centro cultural para acercar la fotografía a los jóvenes de Palermo.
“Ese es un modo de luchar contra la mafia”, se mostraba orgullosa desde el presente, pensando también en ese lugar abandonado por la venia de los dioses, pero que nunca más quiso dejar porque decía que allí su vida estaba.
Después de más de cuatro décadas, la Cosa Nostra sigue ahí como el dinosaurio. Ahora es más “moderna”, diversificada en sus negocios, aupada por un peligroso halo de glamurización, pero sobre todo, con tentáculos fortalecidos dentro de las instituciones políticas y judiciales. El terror continúa, “ahora hay silencio”, expresó con amargura.
Al final de su vida, con el cabello rosa, a Letizia aún le quedaban ganas de seguir batallando, exactamente de hacer una revolución.
“No puedo terminar mi vida después de una lucha tan prolongada”, reflexionaba, “pero soy consciente de que no sabré jamás si ganamos la lucha contra la mafia o si destruimos el planeta. Mira, la mafia es como cuando echamos plástico al mar: termina saliendo en cualquier parte del mundo o en el estómago de un pez que se lo ha comido. Así es la mafia”.