Ana Cobo y Estefanía Ferrer se conocieron el primer día de universidad “nada más entrar por la puerta”. Las dos estudiaron ingeniería química en la Escuela Superior de Medio Ambiente de Sevilla, y se dedicaron a ello durante muchos años hasta que su hobby las llevó por otros derroteros.

“Nos encantaba las cosmética y siempre estábamos probando productos nuevos, intercambiando ideas y consejos y nos dimos cuenta de que no había en el mercado un producto que realmente nos gustase”, recuerda Estefanía. Hablaban de un producto natural, con ingredientes respetuosos con el medio ambiente y con la piel pero que fuera efectivo. “Queríamos algo que desde el primer día tuviera resultados y parecía que o conseguías productos naturales, pero que realmente te hacían cosquillas en la piel u otros que daban resultados, pero con ingredientes agresivos”, cuenta.

En ese momento Estefanía trabajaba en Airbus Defensa y Ana en una empresa de electrónica de potencia para energías renovables. “Si alguien nos dijera en ese momento que llegaríamos a vivir de nuestro hobby ninguna nos lo hubiésemos creído”, dice Ana. 

Se pusieron manos a la obra para encontrar la fórmula más eficaz para conseguir ese producto estrella. “Queríamos combinar principios activos y materia prima natural que establecieran una sinergia súper potente para conseguir los mejores tratamientos”, explica Estefanía. Tardaron cerca de dos años de investigación y testeo en conseguirlo. Así nacía Lico en 2015.

Aplicando la ingeniería a la cosmética consiguieron microencapsular la vitamina C para evitar su fácil oxidación y multiplicar sus efectos en el tratamiento antioxidante. Para el tratamiento antiarrugas han creado esferas de ácido hialurónico y konjac, una planta capaz de absorver su peso 200 veces en agua y que, juntos, generan un “efecto botox”.

Cada uno de los tratamientos, el antioxidante y el antiarrugas, contiene además ingredientes naturales que potencian su acción y mejoran la experiencia de uso. “Queríamos que fuera algo que enganchara, que la gente disfrutara poniéndose nuestros tratamientos y que fuera algo que le apeteciera hacer”, dice Ana.

Para ello cada tratamiento está “ambientado” en una parte remota del mundo: el desierto del Kalahari, en África y el Amazonas, en Sudamérica. “Hemos buscado los mejores aceites para potenciar el efecto de nuestros productos y les pusimos aromas que evocaran esos parajes, para que, al utilizarlo, su olor te trasporte allí”, añade.

Sus productos, aseguran, son efectivos en 15 días y los primeros resultados se empiezan a notar nada más aplicarlos en la piel. Además, prometen que no incluyen ningún ingrediente de relleno y que todo lo que se utiliza es materia prima de gran calidad y proveniente del comercio justo. “Era muy importante para nosotros que fuese productos sostenibles, respetuosos con el medio ambiente, la piel y también las comunidades en las que compramos nuestra materia prima”, detalla Estefanía.

A los 38 años, Ana y Estefanía han logrado hacer de su hobby su profesión. Además de ellas dos, la marca trabaja con un laboratorio sevillano y esperan poder crecer en los próximos meses. “Dedicarte a lo que te apasiona es una suerte y somos conscientes de que, pese a que esto de emprender es durísimo, somos muy afortunadas”, concluye Ana.