Fotografías del Chicago Scream Club.

Fotografías del Chicago Scream Club. Cuenta oficial de @screamclubchi en Instagram.

Estilo de vida

Cafés para llorar, amigos a 15 € la hora y quedadas para gritar: la industria del consuelo grupal se viraliza desde Chicago

Detrás de todas estas iniciativas, hay algo más que tendencia: la Organización Mundial de la Salud advierte que una de cada seis personas sufre soledad.

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El grito llega después de la cuenta atrás. Tres, dos, uno. Y entonces, ocurre. Varias decenas de voces desenfrenadas rompen la quietud del muelle de North Avenue Beach en Chicago. Se agachan, alzan la voz tanto como pueden y después aplauden. Han acudido a la llamada de un hombre al que se le ocurrió lanzar una propuesta en redes: ¿alguien más tiene ganas de hacerse oír?

Hay quien podrá pensar que el ser humano encarna en sí mismo la paradoja de la era digital: conectado como nunca, pero atravesado por un aislamiento social en aumento. En este contexto proliferan curiosos métodos de consuelo colectivo. Cafés donde se va a estar triste. Sesiones para vociferar con extraños. Servicios de abrazos o amigos de alquiler.

Son formas de aliviar lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya considera una epidemia global que afecta a una de cada seis personas. Según su último informe al respecto, la falta de vínculos sólidos podrían contribuir a más de 871.000 muertes al año. Un dato que sitúa a la soledad como riesgo de salud pública, del mismo modo en que lo es el tabaquismo.

Frente a esta realidad surgen iniciativas que apuestan por la vulnerabilidad compartida como medicina. Una es el Scream Club de Chicago. "¿Qué pasa cuando una olla a presión acumula demasiado vapor? ¡Explota!", dice a The Washington Post Manny Hernandez, fundador de esta comunidad que cada domingo convoca quedadas para "desahogarse y resetear".

Para él, el grito colectivo funciona como una válvula de escape emocional: "Es una forma de liberar de manera saludable lo que nos ocurre dentro". A las citas del grupo, que acumula ya más de 5.000 seguidores en redes, van personas como Alexander, que presume de no sentirse "juzgado" y de ser "más feliz" desde que se animó a apuntarse a este plan.

No es el primer (ni quizá el último) club que propone algo así. En 2022, The Guardian recogía un caso similar en Sídney. Gretchen Miller, entonces de 54 años, publicó un mensaje en el grupo de Facebook de su comunidad local en el que expresó tener ganas de chillar. Las respuestas no pararon. Otras mujeres se sentían igual, por distintos motivos.

"Por el cambio climático y la desigualdad”, decía una. “Por culpa de los caseros”. “Porque mi prometido decidió que ya no me quería”, compartía otra. Un mes después, ese impulso se convirtió en realidad. Así nació Shout Sisters, un grupo de mujeres que comenzaron a reunirse en parques y otros espacios públicos para liberar frustraciones a viva voz.

El objetivo no era hacer ruido, sino permitir que esas emociones encontrasen una salida. “Es la libertad de hacer algo salvaje y divertido… de dejarlo todo fluir en un rugido imponente”, relataba Maryanne Lia, madre de cuatro hijos y una de las asistentes a las que daba voz el reportaje del diario británico.

Imagen de archivo de una mujer gritando.

Imagen de archivo de una mujer gritando. iStock

Lejos de ser un simple desahogo puntual, el grito ha sido explorado como herramienta terapéutica desde hace décadas. En los setenta, el psicólogo Arthur Janov desarrolló una técnica que proponía regresar a los sentimientos más profundos para liberarlos mediante distintos ejercicios, entre ellos la voz.

Aunque su efectividad ha sido cuestionada por la comunidad científica, la influencia de la denominada terapia primitiva ha sido tal que incluso John Lennon y Yoko Ono recurrieron a sus métodos. Y en algo parecido se apoya The Shoutlet, un dispositivo de supresión de voz con una estética que recuerda a la de un cojín, inventado por la artista Tega Brain y el diseñador Sam Lavigne.

Según la marca, su utilidad puede compararse a la de una pelota antiestrés, pero se exclama sobre ella en lugar de apretarla. Sus creadores afirman que este ejercicio puede "mejorar el estado de ánimo instantáneamente" al desencadenar la liberación de endorfinas, reducir sentimientos como la irritabilidad y relajar los músculos.

Para llorar, ¿un café?

Si en unos lugares se grita, en otros se dejan las lágrimas escapar. En el distrito de Shimokitazawa, en Tokio, existe una suerte de refugio para personas tristes... y cafeteras. Se llama Mori Ouchi y fue creado por un hombre que, como muchos de sus clientes, convive con la depresión. Fue justo en pandemia cuando se decidió a abrir el local.

En este 'sad cafe' no hay exigencias emocionales: se puede ir solo, llorar en silencio, hablar de cosas absurdas o simplemente estar. En realidad, no hay ni siquiera una política de ‘prohibido no estar triste’, ya que "las personas alegres también son bienvenidas”, recalcan en su perfil de Instagram.

Entrada de la cafetería.

Entrada de la cafetería. Cuenta oficial de @negativecafeandbar.moriouchi en Instagram

Es posible elegir entre una sala privada o sentarse en el mostrador. Traer comida de fuera está permitido. Abre todos los días de 15:00 a 23:00 horas y busca ser un espacio seguro donde los sentimientos —incluso los indeseados— tengan lugar. La apatía o el pesimismo, en lugar de estigmatizarse, se reconocen como parte de la experiencia humana.

En el mismo Tokio también nació otra fórmula cargada de controversia: las 'cafeterías de abrazos'. En ellas, los clientes pagan por compañía física. Dormir al lado de una mujer —los anuncios muestran principalmente a camareras—, apoyar la cabeza en su regazo... todo tiene su tarifa. Eso sí, las insinuaciones sexuales están prohibidas.

Una de las más populares fue Soineya Café, aunque actualmente el establecimiento no figura en Google Maps y se desconoce si sigue abierto. Según el diario Japan Today, una siesta de 20 minutos costaba 3.000 yenes (unos 18 euros). Una sesión nocturna completa, 50.000 yenes (291 euros). Un abrazo de tres minutos, 1.000 yenes más (alrededor de 5).

Amigos a la carta

La versión española de estos fenómenos no tiene lugar en cafés, sino en internet. AlquiFriend permite 'alquilar amigos'. Aunque su actividad en redes está detenida desde 2022, algunos perfiles siguen activos. Uno es el de Nerea, historiadora de formación y agente de viajes registrada en julio. Según la web, cobra 5 euros la hora por ofrecer su compañía.

Buscador para encontrar amigos en la página.

Buscador para encontrar amigos en la página.

También está Raúl, que aumenta el precio a los 15 euros, promete "buena vibra" y ganas de compartir experiencias. Se ofrece para hacer deporte, cocinar, bailar o ir de compras. Su perfil está valorado con cinco estrellas. 

AlquiFriend se presenta como un espacio para conocer gente con gustos similares y promueve el alquiler de amistades como alternativa para socializar. Es una versión nacional de Rent a Friend, la red internacional que asegura contar con más de 47.000 usuarios en todo el mundo. Otras similares, como Rent a Local Friend, ofrecen servicios más centrados en el turismo. 

Lejos de tratarse de anécdotas aisladas, iniciativas como estas se dan paralelamente a una crisis de salud global que afecta también a España. Según un estudio recientemente elaborado por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), el 20% de la población sufre soledad no deseada, y un 67% lo hace de forma crónica.

Si los datos están ahí, ¿por qué aquí no quedamos para vociferar juntos en parques o jardines? Lo cierto es que, al menos una vez, alguien lo intentó. Fue en 2017, cuando se convocó una quedada para llorar en el parque de El Retiro de Madrid a través de un evento de Facebook.

Más de 4.000 personas confirmaron asistencia. Las instrucciones eran simples: acudir a la Plaza del Ángel Caído, pensar en algo triste y sollozar. Motivos, decían los organizadores, “no nos faltan”. Pero la idea, nacida entre el humor y el experimento sociológico, no llegó a funcionar.

Desde entonces, no se han documentado convocatorias similares, ni han proliferado cafés dedicados al desahogo. Habrá que quedarse con los bares de siempre y las playas abarrotadas en agosto. Y tal vez eso no sea tan terrible.