"¿Sabes qué? Tenemos la oficina con las mejores vistas del mundo". La copiloto Mónica Fernández señala el horizonte lleno de lucecitas encendidas y sonríe, mientras el Airbus A330/200 de Iberia se acerca a Madrid. Son las 22.00 horas y el cielo está casi despejado: sólo dos o tres nubes se asoman al paso del aparato. Desde arriba se empieza a dibujar la ciudad. "¿Véis las torres de la Castellana al fondo?", pregunta la comandante Marta Domínguez, a su lado. "¿Y la pista? Esa hilera de luces más tenues". Mónica coge el sidestick (la palanca de mando lateral del avión). "Viento 340/27 [nudos]. Libramos por la derecha, ¿ok?", le dice la comandante. Y el aparato, de 59 metros de largo y 60 de envergadura, empieza a bajar. A las 22.36 el vuelo IB3214 aterriza, suave, en la Terminal 4 del Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid Barajas. 

Atrás quedaron cerca de dos horas de vuelo desde Bruselas, y otras dos hacia la capital europea, en un viaje tripulado y asistido en tierra exclusivamente por mujeres. La iniciativa de Iberia por el 8-M involucró a 22 mujeres en sus distintos puestos y funciones: una comandante, una copiloto, una sobrecargo y siete azafatas de vuelo, una coordinadora de pista, una supervisora de carga y tres trabajadoras, dos auxiliares de servicio de carga, una conductora del tractor de remolque y cuatro agentes de embarque. Todas las funciones necesarias al vuelo estuvieron en manos de mujeres.

"Buenas tardes, señores pasajeros, les habla la comandante Marta Domínguez, les damos la bienvenida a bordo. En especial, una calurosa bienvenida al equipo de prensa del diario digital EL ESPAÑOL que hoy nos acompaña para vivir en primera persona un vuelo tripulado y asistido exclusivamente por mujeres", suena por la megafonía del avión. Se escucha algún aplauso, se ven sonrisas, pero no hay ninguna reacción de sorpresa entre los pasajeros. 

Así es el vuelo de mujeres de Iberia Jorge Barreno

"A veces, en los aviones más chiquititos, en los que ves el cockpit [la cabina del piloto] desde la puerta y ven que la comandante es una mujer les llama la atención y lo comentan. Pero a nadie le sorprende ya. Se ha normalizado mucho y la tripulación de cabina seguimos siendo mayoría de mujeres", cuenta la sobrecargo Camélia Zurita a magasIN. 

Un 38% de la plantilla de Iberia en la actualidad son mujeres. En el colectivo de pilotos suponen un 6% y entre las posiciones ejecutivas representan un 27%. Entre el grupo de gestores y técnicos son un 49% y en los servicios auxiliares (personal de carga y descarga de equipajes, por ejemplo) son un 9%. Entre la tripulación de cabina de pasajeros (TCP), la que coloquialmente se denomina por "azafatas de vuelo", los hombres son sólo un 39%. Es el colectivo que más mujeres tiene históricamente.

La compañia presidida por Luis Gallego hasta hace unas semanas, al frente ahora del grupo IAG al que pertenecen British Airline y la aerolínea española, ha impulsado un plan de diversidad e inclusión en 2018 que, entre otros objetivos, quiere conseguir una mayor paridad.

La improvisación como rutina

Las TCP ayudan a los pasajeros a acomodarse. Dan las últimas recomendaciones y, mientras el avión se desplaza por la pista, hacen la demostración de seguridad. "Nuestro trabajo realmente es sacar a los pasajeros del avión en caso de emergencia y eso, afortunadamente, nunca me ha pasado", cuenta Natalia Galiana, "Por eso suelo decir que, a día de hoy, no he tenido que trabajar nunca". Natalia es la más veterana de las TCP, con 30 años en la compañía, y como sus compañeras, desde que empezó a trabajar se acostumbró a organizar su vida mes a mes.

La tripulación al completo del avión, en la escalerilla de acceso.

La tripulación al completo del avión, en la escalerilla de acceso. Jorge Barreno

"La programación sale una semana antes del inicio del mes y es entonces cuando empiezas a ver qué haces. Este día los niños los recoge tal persona y este día me quedo yo, este no estoy porque me quedo fuera", cuenta Beatriz Sanz, que lleva 19 años en Iberia. Conciliar la vida personal y profesional, reconocen, no es sencillo. Pero lo que a la mayoría de los mortales nos parecería un caos, para ellas es su manera de vivir, de la que no abdicarían por algo más "normal".

"Yo no tengo hijos y por eso es más sencillo. Y prefiero un trabajo sin tanta rutina que uno dónde sepas siempre dónde vas a estar y dónde todos los meses son iguales", explica Marvín Lobo. "Al final la capacidad de improvisación es una de nuestras mejores virtudes".

Natalia y Ana en un momento del vuelo.

Natalia y Ana en un momento del vuelo. Jorge Barreno

Se llevan bien y la complicidad entre todas es evidente. Y eso que hay algunas que nunca habían coincidido antes en un mismo vuelo. "A veces coincides con gente y otras puedes estar 10 años sin volar con alguien, pero la verdad es que el ambiente siempre es bueno. Tenemos vidas muy similares, problemas muy similares… no sé, al final todas nos entendemos", destaca la sobrecargo.

Desde que se encuentran, en la sala de firmas, una hora antes de que despegue el vuelo, el buen ambiente entre la tripulación es evidente. Allí, en esa sala alejada del ojo del viajero en la primera planta de la Terminal 4 del Aeropuerto de Madrid, se hace el briefing del vuelo. Se presenta la tripulación, firman todas electrónicamente en unas máquinas a la entrada y, si algún personal no llega se llama "la imaginaria". "Es parte de la tripulación que está de guardia por si pasa algo y hay que hacer alguna sustitución", explican a nuestra revista.

La comandante Marta Domínguez hace el briefing del vuelo en la sala de firmas.

La comandante Marta Domínguez hace el briefing del vuelo en la sala de firmas. Jorge Barreno

Mientras llegan las últimas TCP, Marta Domínguez, la comandante, aparece detrás de un mostrador, enseñando las uñas rojas recién pintadas: "Se las estaban pintando ahí detrás y dije, yo también quiero", cuenta entre risas. El miércoles aterrizó en Madrid a las 5.00 horas de la mañana, después de un vuelo nocturno a Dakar. Pero el jueves a las 15.00 horas, cuando atiende a magasIN, ya no hay en su cara ni un atisbo de ojeras o cansancio. Sólo una sonrisa amable y buena disposición. "¡Vamos, vamos!"

Cuando llega la copiloto, Mónica, las dos se sientan a repasar los mapas y la documentación del vuelo con la ruta, la meteorología y las posibles incidencias. “Vamos a tener viento, como ayer. Hay huelga de controladores aéreos en París, nos han dado Dusseldorf como aeropuerto alternativo”. Las dos van impecablemente vestidas con su uniforme azul oscuro, en el que sólo hay una diferencia: Marta, la comandante, ostenta cuatro rayas doradas en la manga de la chaqueta y en los hombros; Mónica, la copiloto, lleva tres. “¡Ella es la jefa!”, dice Mónica. Y las dos sueltan una carcajada. 

En las entrañas del aeropuerto

Destilan simpatía y profesionalidad. Todo lo hacen de manera amable pero con exigencia y sin descuidar ningún detalle. Después de repasar la documentación se reúnen con las TCP para el briefing. Y mientras ellas repasan las últimas recomendaciones para el vuelo, nosotros nos adentramos en las entrañas del aeropuerto para ver las funciones que normalmente pasan desapercibidas al viajero. 

Un vuelo es una cadena de engranaje perfecta en la que todas las partes son fundamentales. Y es que cuando una entra a un avión, billete y maleta en mano, ni se imagina todo lo que hay detrás de ese viaje.

La comandante Marta Domínguez y la copiloto Mónica Fernández, en la cabina del IB3214.

La comandante Marta Domínguez y la copiloto Mónica Fernández, en la cabina del IB3214. Jorge Barreno

Tras un recorrido en coche por debajo de las pistas del aeropuerto -kilómetros de carretera subterránea que una no sabe ni que existen hasta que se mete ahí- llegamos a los muelles, donde se prepara el equipaje que después se va a meter en la bodega del avión.  

El viento agita las tiras de plástico grueso que sirven de puerta y las arroja con fuerza contra el coche mientras entramos en una especie de almacén con cintas transportadoras. Las maletas del vuelo van apareciendo en las cintas y Clara Fernández y Isabel Iglesias, parte del equipo de servicios auxiliares de muelles, se encargan de colocar el equipaje en unos contenedores metálicos. 

Sin brecha salarial

Llegados a la pista, los contenedores se suben en una plataforma elevadora que les acerca a la bodega del avión donde el equipo de carga y descarga los acomodan. "Lo más importante de este trabajo es que el equipaje llegue a su destino, en buenas condiciones y con puntualidad", destaca la supervisora Engracia Rodriguez. Hoy le ha tocado coordinar un grupo de mujeres, pero asegura que es igual cuando está al mando de un equipo de chicos. “Aquí nos tratan por igual a todos. No hay brecha salarial, cobramos lo mismo, tenemos las mismas funciones y todos nos respetamos entre todos”. Es una frase que todas nos repetirán a lo largo del día. 

En la pista, el Airbus de 59 metros de largo y 60 de envergadura, impone. Pero todas ellas se mueven de aquí para allá con la soltura de quien pisa terreno conocido. Con el walkie talkie en la mano, Estefanía Lafuente camina apresurada a uno de los lados del aparato. Mira las maniobras de carga de equipaje, sube al avión, baja de nuevo corriendo por la escalerilla y nada pasa desapercibido a su mirada. Es la coordinadora de pista: está en permanente contacto con todos los equipos involucrados en el vuelo, coordina y controla todos los servicios de pista y pasaje hasta la puesta en marcha y el remolque de los aviones. 

Las auxiliares de servicio de carga colocan las maletas en los contenedores.

Las auxiliares de servicio de carga colocan las maletas en los contenedores. Jorge Barreno

“Me encanta mi trabajo porque estoy en constante contacto con todo lo que pasa aquí y dentro del aeropuerto”, dice ajustándose la coleta rubia. La actividad alrededor es frenética: a un lado se cargan las maletas, al otro se sube la tripulación, la copiloto hace la inspección visual del avión y, mientras habla, Estefanía mantiene un ojo puesto en lo que ocurre en la pista. Por eso, nos advierte de la llegada del pushback: un tractor de remolque al que, por su color anaranjado, llaman “el cangrejo”. A los mandos va Mercedes Casado, una de las siete mujeres de Iberia que conducen la máquina.

"El cangrejo" se engancha al avión mediante una barra que une el tractor con la sujeción de la rueda delantera del aparato. El tractor puede mover 400 toneladas a 10 kilómetros por hora. Mercedes, con sus cascos anti-ruido puestos, no pierde de vista la ventana de la comandante, esperando la señal para avanzar. 

Mercedes Casado, al mando del tractor de remolque.

Mercedes Casado, al mando del tractor de remolque. Jorge Barreno

"Es una sensación extraordinaria, como que todo está en tus manos", describe. Mercedes lleva cuatro años haciendo esta función pero le sigue emocionando: "Cuando el avión se empieza a mover y el motor arranca te tira un poco, se siente perfectamente y te sube como una especie de adrenalina", dice sonriendo. 

La sorpresa Rigoberta Menchú

Con todo listo, en tierra y en aire, el avión despega. Son las 16.00 horas y el avión se eleva hasta alcanzar los cerca de 11.000 metros de altitud. Y si una tripulación de mujeres ya no es una novedad para los pasajeros, más sorprendente es la presencia de Rigoberta Menchú, la activista guatemalteca y Nobel de la Paz, que, sentada en uno de los asientos de business viaja a Bruselas para participar en unas conferencias. Rigoberta alaba la iniciativa de magasIN, que cumple este lunes una semana: "Me hace mucha ilusión ir en un avión tripulado sólo por mujeres. Qué iniciativa tan bonita. Las mujeres necesitamos seguir luchando y ganando terreno, para que se nos vea. En cuanto lo he escuchado, he aplaudido". 

Momentos antes de aterrizar en Bruselas, Rigoberta se convierte en la estrella. La tripulación de mujeres quiere rendir homenaje a un icono de la lucha por los derechos humanos y la invita a entrar al cockpit. La activista lo agradece y, ya en el suelo, atiende con una sonrisa y una paciencia inagotable todos los pedidos de fotografías y las muestras de cariño de toda la tripulación. "Esto es un regalo, tener a una mujer como Rigoberta en un vuelo como este, que reivindica el papel de la mujer en la sociedad", dice la sobrecargo mientras la Nobel de la Paz sale por la puerta.

Rigoberta Menchú junto a la comandante y a la copiloto.

Rigoberta Menchú junto a la comandante y a la copiloto. Jorge Barreno

En Bruselas llueve, hace viento y un día gris. Comandante y copiloto revisan la documentación y el plan del nuevo vuelo: duración de la escala, hora de salida, meteorología. “Cuando vuelas por primera vez, es una sensación muy rara, como que estás haciendo algo que no deberías estar haciendo. Pero luego, cuando te acostumbras, te sientes en casa, es mágico”, describe Marta. 

A Marta, de 48 años y 28 al servicio de Iberia, el pilotaje le viene de serie. Hija de piloto, la vocación la tenía inscrita en el ADN aunque ella no se dió cuenta hasta los 17 años. “Un amigo me pidió que le preguntara a mi padre qué hacía falta para ser piloto. Y cuando mi padre me lo contó me di cuenta de que ninguno de los requisitos era ser hombre. Y pensé, “oye, pues esto a mí me interesa también”, recuerda. 

En su promoción Marta era la única chica entre 16 alumnos y Mónica, una de las cuatro mujeres en una promoción de 22. Pero, aunque sigan siendo minoría dentro del colectivo, dicen que nunca han sentido discriminación. "Lo hemos hablado muchas veces entre nosotras", dice la copiloto. "Hemos tenido mucha suerte porque en ningún momento nos hemos sentido discriminadas, ni en el trato, ni en la nómina, ni nada". 

Éxitos y renuncias

Las dos llevan más de 10.000 horas de vuelo cada una. Se sienten muy realizadas con su camino profesional pero destacan que su éxito no ha estado exento de renuncias. "Yo ya podría ser comandante de corto recorrido. Pero he preferido seguir como piloto de largo recorrido porque eso me permite juntar más días de descanso para estar más tiempo con mis hijos", dice Mónica, 47 años y 17 al servicio de Iberia. Tiene tres, todos chicos, de seis, 13 y 15 años y "en cuanto crezcan un poco más ya me plantearé lo de comandante". 

Conciliar estos horarios con una vida personal que incluye la maternidad no ha sido fácil. "Exige mucho entendimiento de tu pareja y mucha ayuda externa en tu casa también. Si no, no se puede. Es imposible llegar a todo", dicen con cierto atisbo de culpabilidad por admitirlo. Marta, también con tres hijos, dos niñas y un niño, de 14, 18 y 21 años también hizo un paréntesis en su carrera para cuidarles. "Lo elegí así. Y afortunadamente tengo la suerte de que en esta profesión podemos tener jornada reducida unos años y no nos penaliza. Luego podemos seguir. En cuanto han crecido lo he retomado y aquí estoy", dice orgullosa a magasIN.  

La copiloto Mónica da inicio al viaje de vuelta.

La copiloto Mónica da inicio al viaje de vuelta. Jorge Barreno

Saben que lo suyo es una especie de oasis en una sociedad donde igualdad efectiva entre hombres y mujeres aún es una aspiración y no una realidad. "Hace falta educación, que los niños sepan que todos podemos hacer las mismas cosas, que no hace falta ser hombre o mujer para lograr determinados puestos".

Las diferencias de género, dicen, no se palpan en la aerolínea, pero sí en la clase business de los aviones. "En nuestra clase preferente, donde viajan la mayoría de directivos, todavía hay una mayoría arrolladora de hombres. Y eso simboliza muy bien que todavía faltan muchas mujeres en puestos de liderazgo. Las mujeres tenemos formas diferentes de ver la vida y de trabajar y eso puede aportar cosas muy positivas al mundo laboral”, destaca la sobrecargo Camelia Zurita.

Es jueves por la noche, la lluvia ha amainado y ese es el último vuelo desde Bruselas hacia Madrid. Nos cuentan que muchos eurodiputados aprovechan esa hora para volver a casa pero no hay ninguna cara conocida en el vuelo de vuelta. Un vistazo rápido a la clase preferente, a medio llenar, confirma las declaraciones de Camélia: la mayoría son hombres. Entre los pasillos, asegurándose de que todo transcurre a la perfección, y a los mandos del avión, están sólo mujeres. Una tripulación especial, ejemplo de profesionalidad y buen hacer que, dentro de unos años, quizás, deje de ser noticia. Así se cumpla la meta de la igualdad.