Las mujeres son superiores a los hombres genéticamente: esa es la tesis que desarrolla el galardonado científico -y doctor en Medicina y Filosofía- Sharon Moalem en El factor X (Crítica), su nuevo trabajo y con toda previsión su futuro best-seller acerca de por qué las hembras -o, como él las llama, “las mujeres genéticas”- son más fuertes que los machos en todas las etapas de su vida.

Este libro desmonta, punto por punto, la dichosa óptica androcéntrica desde la que se ha estudiado y tratado a las mujeres: ¿y qué pasa si los cromosomas XX son más valiosos a la hora de sobrevivir que los cromosomas XY? ¿Qué pasa si también la ciencia, y no sólo la cultura, subrayan que las mujeres nunca fuimos el “sexo débil”? No sólo habrá de desdecirse la RAE en su entrada en el diccionario, como iremos viendo.

“He aquí algunos hechos básicos: las mujeres viven más tiempo que los hombres. Las mujeres tienen sistemas inmunitario más fuertes. Las mujeres tienen menos probabilidades de sufrir una discapacidad del desarrollo, tienen más posibilidades de ver el mundo en una variedad más amplia de colores y, en general, son mejores en el combate contra el cáncer”, escribe el experto. “Las mujeres, simplemente, son más fuerte que los hombres en todas las etapas de su vida. Pero, ¿por qué?”.

Una obsesión personal

Recrea también algunas historias personales que le hicieron obsesionarse con este hecho. Como cuando Rebecca, la enfermera principal en la UCIN de nivel IV, sesenta y tantos años maravillosamente llevados, trabajadora “casi encantadora de bebés prematuros”, le dijo algo que “cambiaría no sólo el curso de mi investigación, sino también de mi vida”. “Los hombres, según lo que siempre me enseñaron, son el sexo más fuerte. Aunque eso es lo contrario de lo que he visto hasta ahora, tanto clínicamente como en mi investigación genética”, le comentó él.

Y ella respondió: “Tal vez no estás planteando la pregunta correcta. En lugar de pensar en la debilidad masculina, la pregunta que deberías hacer es: ¿qué hace a las mujeres más fuertes?”. Eso es lo que ella había visto durante más de treinta años de profesión: a niñas prematuras sobreviviendo con más frecuencia que los niños.

Spinelli en la Banda del patio.

La solución le llegó al autor seis años después, en un día de verano en el que condujo con su esposa Emma hasta la playa en coche. Lo último que recuerda es que le dio la mano mientras conducía hacia el oeste por una calle casi vacía. “Los testigos nos dijeron después que alguien nos golpeó de lleno en el costado tras saltarse un semáforo en rojo y dirigirse hacia nosotros a más de setenta kilómetros por hora. El coche quedó tan dañado que los primeros socorrieras que se acercaron temían que tuviéramos horribles lesiones traumáticas. Tuvimos suerte de estar vivos”, confiesa.

Entonces él entendió que “incluso si las lesiones de mi esposa hubieran sido las mismas que las mías, dadas las probabilidades, ella se recuperaría mejor y más pronto que yo”: “Sus heridas sanarían más rápido y tendría menos posibilidades de infecciones posteriores gracias a la superioridad de su sistema inmunitario. En general, era casi seguro que su pronóstico sería igual que el mío”. Eso se debía, según explica Moalem, a que ella, como mujer, tenía “dos cromosomas X” mientras que los hombres sólo tienen “un cromosoma X y un cromosoma Y”: “Y cuando se trata de lidiar con el trauma de la vida, las mujeres genéticas tienen opciones, y los varones genéticos no”.

Flexibilidad genética

Veamos. Según el autor, el uso de dos cromosomas X hace que las mujeres sean “más genéticamente diversas”, es decir, son “más flexibles genéticamente” porque tienen “más de un cromosoma X para elegir”. Combaten mejor los microbios infecciosos, tienen menos probabilidades de tener discapacidad intelectual y producen más y mejores anticuerpos porque sus células B están “más motivadas”: “El cromosoma X contiene muchos genes que están involucrados en la función inmunitaria. Las mujeres tienen dos cromosomas X diferentes en cada una de sus células inmunitarias que contendrán diferentes versiones de los mismos genes inmunitarios”, explica.

Los hombres también tienen células B, claro, pero las “sofistican” menos, porque las mujeres “dedican más energía a seguir educando a sus células B a través de ciclos de mutaciones” que acaban haciendo que “combatan mejor las infecciones”. Tienen más resiliencia, pues, y esto sigue siendo así aun si “modificamos otros factores de riesgo de comportamiento y estilo de vida, como los riesgos laborales o el suicidio”, aclara.

Capitana Marvel.

De hecho llega a poner el ejemplo de la viruela, que se declaró erradicada por la OMS en 1980. “¿Cómo llegamos aquí y qué tiene que ver la viruela con las mujeres y su superioridad genética? Vencimos a la viruela activando y más tarde aprovechando el poder latente del sistema inmunitario, uno de los sistemas biológicos más sofisticado de nuestro cuerpo. Y (…) los varones genéticos rara vez pueden competir con el arsenal inmunitario que manejan las mujeres genéticas”, propone.

Las vacunas que hoy desarrollamos, dice, tienen en cuenta este hecho: “Esta distinción puede requerir que los hombres reciban un refuerzo adicional de una vacuna o una dosis inicial más alta que la que necesitarán las mujeres para estar igual de protegidas”.

Más autoinmunes

Pero, ¡ah!, no todo iba a ser tan fácil: “El costo que las mujeres parecen pagar por tener un sistema inmunitario más agresivo, uno que resulta mejor para combatir tanto a los microbios invasores como a las células malignas, es ser autocríticas... inmunitariamente hablando”, escribe. “El sistema inmunitario de las mujeres genéticas tiene muchas más probabilidades de atacarse a sí mismo, que es lo que ocurre en enfermedades como el lupus y la esclerosis múltiple. Así pues, lo único que tengo a mi favor es una menor probabilidad de desarrollar una enfermedad autoinmune”. Paradójico pero cierto.

A la postre, ni siquiera es tan negativo: “Estar en mayor riesgo de enfermedades autoinmunes puede dar una ventaja a las mujeres, y no solo cuando se trata de matar microbios. Incluso puede hacer que las células inmunitarias femeninas sean mejores para matar el cáncer”. Casi nada.

Machismo científico

Así se dedica el autor a desmontar todo aquello que le habían contado en la universidad y en sus posteriores estudios y cátedras: “De nuestros veintitrés cromosomas, sobre el que casi nunca escuché, salvo en términos negativos, fue del cromosoma X. Había interminables conferencias sobre los diversos problemas que causaba el cromosoma X, desde el daltonismo hasta las discapacidades intelectuales”, lanza.

“Cuando se pensaba que un cromosoma estaba teniendo un mal comportamiento, siempre había uno al que se le señalaba frente a toda la clase y se le regañaba como a un niño díscolo: el cromosoma X. No ha cambiado mucho desde entonces, ya que la mayor parte de las investigaciones médicas y la práctica de la medicina en la actualidad ha continuado estudiando el cromosoma X en términos de sus implicaciones negativas para la salud”, comenta, alegando que durante décadas “ha habido una grave falta de inclusión de las mujeres en todos los niveles de investigación médica, lo que ha repercutido en la enseñanza de la medicina y, a menudo, en cómo se practica”. No obstante, es optimista: “Eso está empezando a cambiar”.

A la edad de cien años, explica, alrededor del 80% de personas vivas son mujeres. Y el 95% de los supercentenarios (mayores de ciento diez años) son mujeres. “Si burlar a la muerte es el último indicador de la fuerza genética, entonces el éxito de ellas es rotundo. Son vencedoras indiscutibles (…) Eso no significa que los varones sean el sexo desechable. Nos necesitamos mutuamente para reproducirnos y prosperar. Pero son las mujeres las que evolucionaron para ser la mejor mitad”.

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