He vivido toda mi vida como me ha dado la gana. Lo he pagado muy caro, pero siempre me he sentido muy libre. Muy baqueteada, claro, muy perjudicada, con muchos comentarios adversos. Todo lo que no se entiende se critica, y todo lo que no se aborrega se trata de combatir”. Habla Massiel, que fue niña del Madrid de 1947, que creció en Gijón bajo el ala de una familia declarada republicana -y fíjense los tiempos para airear eso-, que aprendió de las lecturas y de las músicas por su padre, que fue representante de Los Bravos, Los Brincos, Karina o Miguel Ríos.

De su madre siempre prefirió no hablar: porque duele. Aún duele, y ya dolía cuando la cosía a palizas siendo una cría. “Tenía una mano que la sacaba a pasear y era como una sábana. Me daba mucho, sin revisión. Marcó totalmente mi vida, más de lo que a mí me habría gustado”. Y ya está, hasta aquí. Ni una palabra más. Por suerte, supo emanciparse de la poderosa y punitiva figura materna y crear, desde cero, un nuevo modelo de mujer. La que siempre quiso ser.

Massiel, María de los Ángeles, modernísima cuando nadie sabía qué carajo era la vanguardia, eligiendo con intención cada detalle de sí misma, sonriente, aguda, repartiendo guantadas sin mano desde que tiene uso de razón, sin alinearse del todo a ninguna corriente: ni la domaron, ni la doblaron ni, a estas alturas del partido, la va nadie a domesticar. Massiel, a la que llamaron borracha y malhablada por ser popular y diáfana, clara como las mañanas, a la que nadie comprendió en todo su poderío; Massiel, la que acabó hasta el ovario alto del La, la la, la canción con la que España ganó por primera vez el festival de Eurovisión.

Massiel.

Massiel, hasta el moño de aquel festival maldito que la perseguirá hasta la muerte, como un fantasma temprano; harta de ser increpada por cantar en castellano, soliviantada porque la llamaran "niña del régimen" y la bautizaran como la segundona de Serrat, quemada de los juicios de unos y otros -de los ignaros, de los machistas, de los carcamales de ayer y de hoy-, pero siempre devolviendo un golpe más fuerte.

Massiel con su bota larga, con su melena, con su colgante de plata, con el vestido que encargó en París en Courrèges para enseñarle a los españolitos de qué iba eso de ser pop y en el que invirtió todo su dinero, jugando a una carta: suerte que salió la jugada redonda.

Cantante protesta

Es la misma joven que en pleno 1967 cantaba por el recién fallecido Luis Eduardo Aute y se inauguraba en el himno protesta con Rosas en el mar. Se podía decir más alto, pero no más claro: “Voy pidiendo libertad / y no quieren oír / es una necesidad / para poder vivir / La libertad, la libertad / derecho de la humanidad / es más fácil encontrar / rosas en el mar”. Hasta Franco llegaban los versos punzantes de una hembra que, como ella misma dice, está “muy bien arquitecturada en el cerebro”.

En el 70, interpretó a Shakespeare y a Bertolt Brecht -en A los hombres futuros, junto a Fernando Fernán Gómez, dirigida por Antonio Díaz Merat-, ¿recuerdan aquellas líneas que le vienen que ni pintadas a la artista? “Cambiábamos de país como de zapatos / a través de las guerras de clases / y nos desesperábamos / donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella”.

“Y sin embargo, sabíamos / que también el odio contra la bajeza / desfigura la cara. / Desgraciadamente, nosotros / que queríamos preparar el camino para la amabilidad / no pudimos ser amables. / Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos / en que el hombre sea amigo del hombre / pensad en nosotros / con indulgencia”. Y con indulgencia pensamos en esa Massiel cabreada contra el régimen franquista, censurada por todas partes, repudiada por las élites, ganándose el “carné de roja” por llevar a escena a los grandes revolucionarios, aunque siempre fue y aún es una votante socialista.

Massiel sacando un disco de Brecht producido por José Manuel Caballero Bonald y viendo cómo le firlaban canciones como Balada de la comodidad, donde cantaba “con los libros estaré alegre / aunque no coma”. Ojo, menos mal que sí sacó la cabeza el tema de Balada de Maria Sanders, donde la artista grita “La carne sube en los suburbios / y el asesino está aquí”.

Massiel componiendo con su amiga Cecilia una canción contra los chulos, contra los canallas, contra los gentleman de baratillo que querían aprovecharse de las mujeres que se llevaban a la cama. Mujeres de éxito, como ellas mismas. “Corre camerinos como un picaflor / usa trampolines como un trepador / te pondré la mueca de la indiferencia / me pondré perfume con olor a desliz”, escupe en Chisgarabís. “Sale con famosas / también juega al golf / ya es todo un playboy”.

Contra el fascismo

Massiel recibiendo un ataque en casa por parte de una organización ultraderechista P.E.N.S.: le pintaron esvásticas en el salón y en su abrigo de chinchilla. Hoy queda hasta poético, pero el susto se lo llevó puesto. Massiel haciéndole una ‘cobra’ al mismísimo Franco cuando le concedió el Lazo de Isabel la Católica pero ella se negó a recibirlo, lo que le costó un año de veto en TVE. Era muy recortable, Massiel, porque no tenía pelos en la lengua. Lo vemos más claro que nunca en La gente quiere saber, ese programa de 1972 dirigido por el gran Chicho Ibáñez Serrador que nunca se emitió por la dureza de sus respuestas y que salió a la luz el año pasado.

En él, Massiel se declaraba antifascista sin ningún titubeo. “¿Tu antinazismo es porque eres hebrea?”, le preguntaba un caballero. “¡No, es porque no soy fascista!”. "¿Crees que una mujer solo se puede realizar con un hombre en todos sus aspectos, en el ámbito del matrimonio?”, le preguntaba otra chica. La reacción de Massiel, para agarrarse a la silla: “¿Que si se tiene que casar para realizarse? Hija mía, qué tristeza. Anda, que si fuera así qué iba a ser de mí”.

Massiel, feminista heterodoxa

Cuando le preguntaban por el divorcio, espetaba: “¡Es conveniente, es necesario y es urgente! ¿A quién hay que pedírselo?”. Mira a la cámara. “¡El divorcio!”, exige, antes de expresar que volvería a casarse después de una anulación matrimonial. También se mostró a favor de la píldora anticonceptiva y del control de la natalidad. La respuesta más vitriólica viene aquí. Cuando le dicen: “¿Está usted sujeta por alguna cuestión?”, ella saca la artillería pesada: “Hombre, en estos momentos, por la censura del país, como todo el mundo sabe”.

Todo el mundo lo sabía, igual que hoy muchos aún no saben que Massiel fue una mujer “independiente, liberal, ácrata como Rosa de Luxemburgo”, y que, “si eso quiere decir que soy feminista, lo soy, pero no soy feminista de chapa”: “Siempre he sido una mujer que trataba de comportarse igual o mejor que un hombre. Me he mantenido sola, he viajado sola, he vivido sola y no me hace falta ninguna etiqueta”.

Massiel.

Esperó durante nueve años su nulidad matrimonial, nacionalizó a su hijo en Inglaterra, peleó contra el servicio militar obligatorio, defiende que el Gobierno no marque la educación -“la educación parte de casa”- y hace gala de un feminismo heterodoxo y feroz que no se pierde en consignas ni en eslóganes actuales.

“Lo de ir contra los piropos es una gilipollez. Yo quiero estar buena además de ser inteligente. Estoy en contra de esa demagogia panfletaria. Como dice Bibiana Fernández: si a mí un obrero desde un andamio me lanza un piropo y le ponen una multa, se la pago, porque me da un subidón con la edad que tengo”, revela, entre risas.

“¿Y lo de ‘sola y borracha quiero llegar a casa’? Mira, no. Yo a casa quiero llegar bien acompañada y muy lúcida para enterarme de lo que pasa después”, dispara, en alusión al cántico de las manifestaciones feministas del 8-M que después repicó el Ministerio de Igualdad de Irene Montero. No es ese el feminismo que le va. No el de Podemos. Ella camina muy erguida, muy digna, muy valerosa, a sus 72 años, y se lanza como un rottweiler en cuando escucha algo que no le gusta, disparando con un divertido “tócate la breva”. Larga vida a Massiel.

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