A Mari Trini (Murcia, 1947) la llamaron “marimacho” porque fue la primera mujer en aparecer en Televisión Española llevando pantalones tejanos, y porque no jugaba a la baza de la sensualidad en escena: vestía sobria, sencilla, casi siempre de blanco y negro, dejando caer sobre los hombros su espesa melena rubia, lisa y recta. La compositora quería que se escuchasen sus canciones, no que a nadie se le fuese el ojo hacia otros derroteros. Siempre ignoró la moda de la chica ye-yé y de la minifalda: su espíritu respiraba más cerca de Juliette Gréco que de Karina. Le gustaban los coches grandes y, decía, esa faldita diminuía “no era práctica”. Ella quería encaramarse al toro y tomar el volante. 

No fue pizpireta, no fue tintineante. Fue enigmática, y culta, y algo oscura: daba la sensación de que valía mucho más por lo que callaba. De que dentro de sí tenían lugar eventos, fiestas y entierros sin que saliesen jamás a la superficie. Mari Trini fue, ante todo, dueña de su vida, y para conseguirlo tuvo que tejer con cuidado una muralla de discreción a su alrededor: era fácil que la prensa rosa volviese a poner en el foco del debate los amoríos de una mujer como centro de su personalidad.

Su recato físico es un dato innegable de su manera de ser, una elección muy consciente, a pesar de que le costase que cierto sector misógino del público llegase a decir que era coja o que tenía una pata de palo porque enseñaba poco las rodillas: miren ustedes, Mari Trini tenía dos piernas bellas como dos soles que un día llegó a encaramar a la mesa en una entrevista con Pedro Ruiz, cuando por fin se sentía cómoda y se sentía ella misma, en compadreo con el periodista, a quien apreciaba mucho.

Mucho más adelante, en el 84, llegaría a posar desnuda en la portada de Interviú -en unas imágenes, por cierto, naturales y hermosas, donde tampoco jugó a hipersexualizarse, porque nunca le hizo falta-, aunque también hay quien cuenta que, además de para acallar a las malas lenguas que cuestionaban sus potenciales defectos, lo hizo para superar un momento de dificultad económica. Nada nuevo bajo el sol: siempre el sistema sugiriendo a las mujeres que coticen lo que más interesa de ellas. El cuerpo.

Culta, misteriosa y viajera

Pero Mari Trini no era un cuerpo, o no sólo eso: su osamenta férrea y digna sirvió, sobre todo, para sujetar un cerebro privilegiado y culto que viajó por todo el mundo y que se empapó de músicas y de poemas distintos. La niña nacida en Caravaca de la Cruz compuso a los seis años su primera canción. A los siete, ya tocaba la guitarra; y, a los nueve, padeció una larga enfermedad que la obligó a postrarse en la cama hasta los catorce. "Fue una cosa del riñón. Padecí un foco infeccioso. Tuvieron que operarme varias veces de la garganta, la cabeza, los oídos… Mi boca quedó algo retorcida desde entonces”, contaba la artista. Ese gesto suyo también le valió el insulto de “borracha” por parte de sus detractores machistas.

Mari Trini.

Muchos apuntaron que esos años encerrada en casa apuntalaron su carácter retraído y algo huraño, pero ella no lo consentía: "Cuentan que soy arisca, solitaria, antipática… Falso. Lo que no me presto es a romances inventados, a trucos publicitarios, como hacen otros colegas”, lanzaba. Muy cierto: durante toda su vida fue una mujer hermética en lo personal y de su amor, de su gran amor -del que hablaremos más adelante- se supo poquísimo. “Mi vida particular es mía”, subrayaba. Tenía algo misterioso, Mari Trini, algo exquisito e inclasificable.

Con sólo 15 años conoció en Madrid a Nicholas Ray, cineasta de películas míticas de Hollywood como Rebelde sin causa: quedó encandilado con su talento, se convirtió en su representante y la convenció para trasladarse a Londres a seguir formándose -al principio fue con la idea de rodar un filme, pero no llegó a hacerse-. Allí conoció a Roman Polanski, Paul McCartney, James Mason y Marlene Dietrich, y empezó a coquetear con la canción francesa, por lo que acabó en París grabando sus tres primeros EP.

Yo no soy esa: himno feminista

A su regreso a España, cantó por Aute y por Patxi Andión, hasta que se hartó de interpretar las voces de otros y buscó incansablemente la propia: un trabajo, ustedes lo saben, que le lleva a uno toda la vida. Como le dijeron que las mujeres no sabían componer, se enrocó, como cuenta Miguel Ángel Bargueño en su libro Las chicas son rockeras.

Por eso fue que en su siguiente álbum, Escúchame, se consagró como una de las cantautoras fundamentales de habla castellana, fichada por Hispavox. Porque le dijeron “no puedes”. Aquí su Yo no soy esa, un auténtico himno feminista lanzado en 1971, con Franco vivísimo, con un nacionalcatolicismo implantado hasta la médula.

Yo no soy esa que tú te imaginas

una señorita tranquila y sencilla

que un día abandonas y siempre perdona

esa niña sí, no

esa no soy yo.

Yo no soy esa que tú te creías

la paloma blanca que te baila el agua

que ríe por nada, diciendo sí a todo

esa niña sí, no

esa no soy yo

Como diría la maravillosa Bette Davis en Eva al desnudo: “Abróchense los cinturones. Ésta va a ser una noche movidita”. Mari Trini vino a desvincularse, con esta letra inolvidable, de la concepción que el españolito medio tenía de la mujer de al lado: manifestaba, desafiante, que no pensaba ser complaciente ni dócil, que no iba a estar esperándole ni disculpándole sus escarceos con otras, que no iba a reírle las gracias tan fácilmente. Es mucho más interesante porque esta canción surge como una respuesta envenenada al Yo soy esa, la copla entonada por Juanita Reina -más tarde, también por Isabel Pantoja- y compuesta por Quintero, donde el mensaje era el opuesto:

Yo soy... esa

esa oscura clavellina

que va de esquina en esquina

volviendo atrás la cabeza.

Lo mismo me llaman Carmen

que Lolilla que Pilar

con lo que quieran llamarme

me tengo que conformar.

Soy la que no tiene nombre

la que a nadie le interesa

la perdición de los hombres

la que miente cuando besa.

No era su caso: Mari Trini sí tenía nombre, tenía autoría, tenía palabra, y no se refugió nunca en el arquetipo de femme fatale. No quería ser la “perdición” de nadie ni ir “de esquina en esquina”. Mucho esfuerzo ya era no perderse ella misma y dejarse llevar por la moral imperante. No se pensaba “conformar”. Por eso su canción continúa así, disparando al aire:

No podrás presumir jamás

de haber jugado

con la verdad, con el amor

de los demás

Si en verdad me quieres, yo ya no soy esa

que se acobarda frente a una borrasca

luchando entre olas encuentra la playa

esa niña sí, no

esa no soy yo.

Lo dejaba claro: nadie iba a jugar con ella, nadie iba a torearla. No tenía miedo. Pero sí tenía ganas de vivir y se mostraba poderosa, emancipada, incluso temible, como cuando al final, remata: “Pero si buscas tan sólo aventura / amigo, pon guardia a toda tu casa / yo no soy esa que pierde esperanzas”. Cuidado con ella.

Triángulos amorosos

Entre otros hits, como el celebérrimo Una estrella en mi jardín, resalta Ayúdala, que fue censurada en Argentina por tratar un triángulo amoroso, en un ejercicio de fraternidad -o lo que hoy llamaríamos sororidad-:

Ayúdala

no la lleves la contraria

pon sus pies sobre la tierra

sin que apenas se de cuenta

pero no quiebres sus alas

hoy teñidas de esperanzas

Ayúdala

que yo existo, no le digas

es tu amante, es tu amiga

la elegiste libremente

(…)

Yo te ruego que la quieras

y la aceptes como es.

Más segura aún, y más reveladora, se muestra Mari Trini en Diario de una mujer:

Con un diario de mujer me encontré

lo recogí, lo leí y lloré

un imposible fue su vida

su decepción llegó hasta el fin

eso y mucho más leí.

Por un amor en igualdad

apostó y perdió

y sin embargo lo dejó.

Fingía ser feliz en su entorno familiar

y en un duelo interno escribió:

“Oh, dios… oh, no… puedo más”.

Voy a salir de esta prisión, del mundo al que me uní

no soy feliz, voy a alcanzar mi libertad, que está esperándome

sin temor.

Aquí la cantautora se refiere a la complejidad de la vida de una mujer cualquiera, que, en realidad, era la crudeza de la vida de todas. Esfuerzos, decepciones, lucha por un amor igualitario y digno, hipocresía familiar, guerras civiles dentro de ella misma. Y siempre, siempre, la búsqueda de la libertad.

Icono lésbico (en secreto)

Al respecto de una de sus grandes versiones, Ne me quitte pas, Mari Trini dijo que era un tema “inmenso” por la “humildad del hombre ante la mujer”: “No es normal que un hombre diga cosas así, cosas como ‘déjame ser la sombra de tu sombra, la sombra de tu mano o la sombra de tu perro’, no es normal. Es el colmo de la debilidad”, alegó, en referencia a la supremacía machista. Ella sabía mucho de amor. Pensaba que “el amor es cuestión de inteligencia”, de capacidad para “dominar el carácter”: “Para enamorarse hay que ser inteligente, lo otro es como estar en celo. Y digo que para enamorarse hace falta ser inteligente, no ser culto, que es distinto”.

Su amor, su gran amor, fue Claudette Loetitia Lanza, una mujer francesa que había dejado a su marido por la cantante y que pasó con ella toda su vida -fue su secretaria personal 40 años-, aunque siempre lo llevaron con discreción porque la familia de Mari Trini era muy conservadora y católica.

También se sabe que la mismísima Gloria Fuertes se enamoró de ella y que intentó cortejarla, sin éxito, pero se convirtieron en grandes amigas. Hasta le dedicó un poema inédito. A pesar de que nunca hizo pública su condición sexual, Mari Trini fue un icono lésbico en su época. Así lo contaba Mili Hernández, activista LGTB y librera de Berkana: en las primeras reuniones lésbicas en los estertores del franquismo, las canciones de esta artista eran muy escuchadas porque para ellas “estaba muy claro todo”.

El 8 de marzo de 2008 recibió el premio "Lucha por la Igualdad" concedido por la Comunidad Autónoma de Murcia, donde había nacido, "por retratar a través de sus melodías las carencias, problemas y desigualdades de la mujer”. Fue uno de los últimos eventos a los que asistió. Falleció un año después, víctima de un cáncer de pulmón.

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