A finales del año pasado, tras unas complicaciones de salud, José Manuel Carpintero valoró la posibilidad de llevar a sus padres a una residencia. "Habían empeorado un poco y mi hermano y yo lo pensamos, pero al final lo terminamos descartando". Decidieron seguir con el servicio de ayuda a domicilio y mantener a sus padres, Raquel y Jesús, de 94 años, en su hogar con el apoyo de una cuidadora. Hoy, después de que el coronavirus se haya cebado con las residencias de mayores, en las que ha ocurrido un 71% de los fallecimientos totales por la pandemia, respira de alivio.

"Hemos acertado. La pandemia se ha cebado con los centros de mayores de una forma aplastante. La crisis ha puesto de manifiesto que, como sociedad, hemos ido abandonando las residencias. Cuando cortas en recursos humanos pasan estas cosas, todo tiene un precio", dice.

José Manuel tiene 56 años y trabaja en el sector financiero. Hace cerca de cuatro años y ante el deterioro de la salud de su madre, con serias dificultades de movilidad que la obligan a desplazarse en silla de ruedas, decidió que sus padres necesitaban un apoyo que él no podía darles. Optó entonces por el servicio de ayuda a domicilio. "Valoramos que era muy importante mantenerles en su hogar, con sus hábitos y sus referencias vitales. Yo vivo muy cerca y me podía pasar a verles a menudo y así no provocábamos ese desarraigo que provoca el llevarles a una residencia", recuerda.

Pasaron por distintas etapas, primero con la contratación de una trabajadora por varias horas al día que se han ido incrementando hasta llegar a la situación actual, en la que tienen una interna entre semana y otra los fines de semana. "Al inicio siempre es un elemento de distorsión, porque introduces a alguien ajeno en casa y les ha costado un poco. Pero al final ellos también ven las ventajas, te convences de que es una ayuda necesaria y, en vez de mirarlo con recelo, lo miras con agradecimiento, por haber alguien que te está cuidando, que es su trabajo y está cobrando por ello, claro, pero te está prestando un apoyo totalmente necesario", explica.

Para las familias, señala, este servicio es esencial. "La tranquilidad de saber que puedes satisfacer sus necesidades con alguien que les está cuidando en todo momento, y sin sacarles de su casa, de sus cosas, es fundamental". 

En España existen 5.457 residencias de mayores donde, en 2019, se estima que vivían 322.180 personas mayores de 65 años. De los 27.133 muertos que ha hecho la pandemia, 19.393 han sido en estos centros. Un 71% del total y cifras suficientes para asustar a cualquiera.

"Ya durante la pandemia nos han empezado a llamar familias preguntando por el servicio de ayuda a domicilio porque se habían asustado con el tema de las residencias y querían sacar a sus familiares", cuenta Sergio Castilla, director de Innova Asistencial, una empresa del sector. "Es pronto todavía para saber si son números significativos, pero cada día recibimos más llamadas de ese tipo".

Asistencia personal

Sergio Castilla y su socio, Víctor Loro, los dos terapeutas ocupacionales, crearon la empresa en 2012. Habían trabajado en geriatría y con personas con diversidad funcional y detectaron que, en ese momento, en el sector, no había ninguna empresa que ofreciera la ayuda a domicilio de la manera que ambos consideraban correcta.

"Nos basamos en la asistencia personal, que básicamente significa darle el control de su asistencia al usuario. Es decir, la persona tiene que poder decidir, quién, cómo, cuándo y qué necesita en todo momento. El asistente personal será las manos y las piernas del usuario en las tareas que él no pueda realizar pero el usuario siempre mantiene el poder de decisión. En el caso de que sus condiciones no se lo permitan, como en los casos de personas con deterioros cognitivos, lo decide su familia", explica.

Los servicios que ofrecen van desde una hora hasta las 24 horas del día, flexibles y adaptables. Actualmente, el más demandado por los clientes es el servicio de interna, en el que la trabajadora vive en la misma casa del usuario y se encarga de todo tipo de tareas: "Desde el aseo, la medicación, el vestido, las comidas, las tareas domésticas, la limpieza, las salidas de gestiones y ocio… dependiendo de las necesidades del usuario".

De media, una residencia privada en España cuesta cerca de 2.000 euros, aunque el precio se puede ver afectado significativamente por la zona del país en la que se encuentre el centro. Un servicio de interna cuesta unos 1.450 euros (con el sueldo, la seguridad social y la cuota de la empresa) e incluye una libranza de 36 horas, desde las 9 horas del sábado hasta las 21 horas del domingo.

"Durante la semana no quiere decir que la trabajadora esté todo el día trabajando. Tiene sus ocho horas de jornada y las demás son las llamadas horas de presencia en las que está disponible por si pasa cualquier cosa, pero en las que no está trabajando". De hecho, para los casos más complicados en los que una persona exija atención continua de 24 horas, "la recomendación es que se haga con dos personas para respetar las horas de descanso que son fundamentales".

Tras una primera valoración en el domicilio del usuario por parte de una trabajadora social de la empresa, "donde le preguntamos sus necesidades, sus preferencias, sus actividades…" empieza la selección de los perfiles que podrían encajar en el trabajo. Una vez seleccionado, se presenta a la familia y, si la entrevista va bien y ambas partes están de acuerdo, se empieza el servicio.

Si por cualquier razón no encajara, la empresa sigue el proceso de búsqueda hasta encontrar la persona indicada. Una vez al mes, la trabajadora social va al domicilio para hacer el seguimiento del caso y detectar cualquier necesidad añadida. Esta es una de las características que Sergio Castilla más destaca del servicio que ofrece. “Somos los únicos en hacerlo y creemos que es esencial, porque nos permite ir viendo como se desarrolla, si surgen necesidades nuevas y adaptarlo según el usuario".

La empresa se encarga de las gestiones burocráticas: contrato, nóminas, alta en la seguridad social, y de cualquier sustitución que haga falta. "En caso de enfermedad de la trabajadora, vacaciones, o cualquier problema, la sustituimos de inmediato para que la persona no se quede desatendida".

"La trabajadora seleccionada depende siempre de las necesidades del cliente. No es lo mismo un usuario con un grado elevado de dependencia, a otro que sólo necesita un acompañamiento del día a día", explica.

Trabajadoras con formación

Sergio Castilla habla siempre en femenino. Y es que en el sector de empleadas del hogar, que se estima en 600.000 personas, un 98% son mujeres, la mayoría extranjeras. "No nos llegan currículums de españolas. El 95% son de mujeres por encima de los 45 años, de Sudamérica o de países del este de Europa. Según nuestra experiencia, las españolas que optan a este trabajo, principalmente de internas, lo hacen en una situación económica límite y siempre de manera temporal. Nunca son servicios estables", explica.

Los recelos a la hora de decidir contratar a alguien ajeno para entrar a vivir en casa, para atender, en la mayoría de los casos, a personas vulnerables, son habituales entre las familias. Por eso, cada vez más se pide la especialización de las trabajadoras. "Es normal que la gente tenga reticencias y muchas veces solo conseguimos quitar ese miedo después de empezar a dar el servicio. Por eso es fundamental garantizar que el personal tiene la formación adecuada para atenderles", dice.

Nélida Giménez trabaja en ayuda a domicilio desde 2004. Esteban Palazuelos

Es el caso de Nélida Giménez. Esta argentina de 64 años con nacionalidad italiana era enfermera de geriatría en su país. Lleva en España desde hace 20 años y desde 2004 trabaja en ayuda a domicilio. Antes ha pasado por varias residencias y a la hora de decantarse por uno de los servicios no lo duda. "La ayuda a domicilio no tiene comparación. En una residencia tú no tienes tiempo para dedicarle a las personas, porque tienes que atender a mucha gente. Aquí todo es personalizado, la dedicación es exclusiva y la atención es mucho mejor". 

Nélida lleva dos años cuidando de una señora de 76 años con Alzheimer. "Está en una fase dos y está muy bien aún. Aquí ella lo decide todo, a qué hora se levanta, a qué hora se ducha, qué quiere comer, cómo quiere pasar el tiempo. En una residencia esto no es posible. Los horarios están marcados y ellos tienen que adaptarse. La gente no puede tardar una hora en comer, por ejemplo".

"A veces no nos paramos a pensarlo, pero son detalles tan importantes como decidir quién maneja tu cuerpo, quién te asea, quién te asiste… estás en una situación de vulnerabilidad y en una residencia tú no puedes decidir quién te toca. Si lo pensamos, eso es muy importante", añade Castilla.

Esto, combinado con la posibilidad de mantener el entorno, es lo que más hace a las familias decantarse por la ayuda a domicilio. "Mi madre estuvo en una residencia de manera puntual, algunos meses, por algún percance que tuvo y siempre la hemos terminado sacando. Valora mucho estar en su casa, en su barrio, con sus cosas… como nos pasaría a cualquiera", cuenta Alicia Jiménez, de 53 años.

Su madre, María, tiene 80 años y sufre de diabetes. Desde hace un año cuenta con el servicio de interna. "Necesitábamos a alguien que además de las tareas del hogar tuviese algo de formación para poder administrarle la insulina y demás y estamos encantados, la verdad. Es un trato muy personal, muy familiar… al final en la residencia había mucha gente pero mi madre se sentía más sola”, explica. Y otra vez vuelve a nombrar la palabra clave proferida por todos: "Es una tranquilidad".

Con la crisis del coronavirus, algunas familias decidieron parar el servicio y encargarse de sus mayores para minimizar los contactos y el riesgo de contagios, aunque la mayoría, cuenta Castilla, "decidió mantener los servicios". Algunos llegaron incluso a acuerdos con las trabajadoras para que hicieran la cuarentena con los usuarios y, así, protegerles.

Fue el caso de Conchi Martín quien tiene contratado el servicio de ayuda a domicilio hace 4 años. "Hablamos con ella y estuvo de acuerdo en quedarse aquí, haciendo la cuarentena con mi padre. Mi hermano y yo hacíamos la compra, se la pasábamos por la ventana para que ella no tuviese que salir y así lo hicimos. Pasaron juntos el confinamiento y le estamos muy agradecidos". De hecho, a día de hoy, sus hijos le siguen saludando sólo por la ventana y por eso nos han cedido sus fotos y no hemos podido pasar a fotografiarles.

Victor y su cuidadora Isabel. Cedida

Actualmente es su padre, Víctor, de 87 años, quien disfruta del servicio. Pero cuando hicieron la contratación, la que más preocupaba era su madre. "Tenía demencia y empeoró muy bruscamente. Estábamos desesperados cuando lo contratamos y nos ha dado la vida. Nos ha quitado de encima una preocupación horrorosa", recuerda.

Después del fallecimiento de su madre, decidieron continuar con el servicio. "Mi padre tiene principio de Alzheimer, no puede salir de casa solo y no sabe llevar las tareas de casa. Tener a alguien que está pendiente de él, lleva los medicamentos y le atiende es una tranquilidad”. Una y otra vez, la palabra más repetida. "Además, después de años ella está hecha a la casa, es como si fuera de la familia".

Cuidar a quien cuida

Suele pasar. Después de un periodo inicial de adaptación, la confianza genera la complicidad y el cariño entre los usuarios y sus cuidadoras. "Pasas muchas horas con ellos, es imposible no cogerles cariño", cuenta Isabel Lascano.

Isabel es ecuatoriana, lleva en España 21 años y tiene certificación de auxiliar de ayuda a domicilio. Empezó trabajando en residencias y hace tres o cuatro años se cambió a la ayuda a domicilio. "Para mí es un sistema espectacular porque la atención es totalmente personalizada". Isabel trabaja en dos casas como externa: tres horas en una y cuatro en otra atendiendo a dos señoras mayores. "Una necesita un tipo de atención y otra, otro. Y yo siempre intento ir de la mano de ellas. No imponer nada, que ellas participen de todo y que yo sea como una compañera".

Las cuidadoras conocen sus gustos, sus manía y sus aficiones. Y, cuando encajan, la relación es beneficiosa para las dos. "Cantamos porque le gusta mucho y antes ella pintaba, aunque ahora ya no puede hacerlo. Hacemos algunas tareas juntas porque es importante que se mantenga activa y se sienta útil. Esto es fundamental", cuenta Nélida.

Los cuidados y quién los ejerce, tantas veces invisibilizados, salieron a la luz esta pandemia, poniendo el foco en la importancia de cuidar también a las que cuidan. Especialmente cuando siguen siendo el único colectivo sin derecho a paro. Durante la pandemia, el Ministerio de Trabajo aprobó un subsidio equivalente al 70% de la base de cotización para las que coticen a la Seguridad Social y hayan perdido su empleo. Pero en un sector donde el 66% aún está en la economía sumergida, muchas siguieron sin cualquier apoyo.

"Venimos luchando desde hace años para tener derechos como el paro y todavía no lo hemos conseguido", cuenta Nélida. "Estamos poco valoradas", lamenta Isabel. "Mucha gente, que ni siquiera trabaja con nosotras, se cree que somos empleadas sin formación, a veces hasta sin educación y no se nos da el valor que tenemos”. Pero en las familias que atienden, y más después de todo lo que el coronavirus ha sembrado en el país, saben que serán cada vez más imprescindibles.

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