La resistencia al cambio es una de las constantes más habituales a lo largo de la historia de la humanidad, y tiende a hacerse especialmente patente en las épocas en las que esos cambios se aceleran. 

Que vivimos tiempos de cambio es algo evidente. Estamos ante la revolución más importante de la historia de la humanidad, marcada por la imperiosa necesidad de deshacernos de la tecnología que nos ha traído hasta el nivel de desarrollo que disfrutamos actualmente, los combustibles fósiles, y su taxativamente necesaria sustitución, en el plazo más corto posible, por energías renovables. 

Si alguien discute la necesidad de llevar a cabo ese cambio es, simplemente, por ignorancia. Cada gramo de combustibles fósiles que se quema en un motor de explosión o en una fábrica es un paso más que avanzamos hacia un planeta desestabilizado y completamente invivible, inhóspito para la raza humana y para muchas otras.

"Estamos ante la revolución más importante de la historia de la humanidad"

Un destino siniestro que la ciencia ya ha comprobado y demostrado de todas las maneras posibles, aunque algunos ignorantes —afortunadamente cada vez menos, más irracionales y más aislados— se empeñen en negar, llegando incluso, en el extremo de la más supina estupidez, a calificar de "calentólogos" a los que simplemente nos hacemos eco de lo que es una evidencia científica. 

Ante la imposibilidad de negar esa evidencia sin quedar como un auténtico magufo ignorante, ahora los esfuerzos de los que pretenden resistirse al cambio van en otra dirección: la de afirmar que, aunque pueda ser imprescindible llevar a cabo la descarbonización, el proceso para ello consumiría, en realidad, más recursos de los que tenemos disponibles en el planeta, o incluso contaminaría más que seguir quemando combustibles fósiles. 

El dislate que suponen semejantes afirmaciones es tan demencial, que de nuevo hace falta que volvamos a la ciencia para evitar que se siga extendiendo una idea tan estúpida. No, no es así. Nunca, en ningún caso, vamos a encontrarnos con que las energías renovables contaminen más que los combustibles fósiles. No es así, nunca ha sido así, y nunca será así, por mucho que algunos pretendan afirmar. 

Un estudio reciente demuestra fehacientemente que los temores que algunos esgrimen sobre la escasez de minerales como el litio, los metales raros, o incluso otros metales como el cobre y similares son completamente infundados, y que nuestro planeta no solo dispone de suficientes materias primas como para llevar a cabo la revolución renovable, sino que incluso puede cubrir el incremento en infraestructura de generación necesario para cubrir la demanda adicional que se crea cuando todo pasa a ser eléctrico. Por muy razonables que suenen esas preocupaciones, son simplemente falsas: se trata, lisa y llanamente, de resistencia mental al cambio. 

La ciencia avala que podemos perfectamente disponer de todos los materiales que necesitamos para construir todos los paneles solares, las turbinas eólicas, las baterías y el resto de componentes que vamos a tener que construir para evitar un calentamiento excesivo del planeta.

Y se puede afirmar, además, categóricamente: la demanda de 17 materiales clave utilizados en la tecnología de generación de energía renovable entre 2020 y 2050 es, bajo 75 escenarios diferentes que difieren en la rapidez con que se implementan esas tecnologías, tan solo una pequeña fracción de lo que suponen las llamadas reservas geológicas, que se refieren a la cantidad de reservas que pueden ser extraídas de manera económicamente viable. 

"¿Rumores sobre la escasez de litio? No se preocupe, son falsos"

¿Rumores sobre la escasez de litio? No se preocupe, son falsos. Simplemente, hablamos de un material que no se había buscado de manera muy intensa porque, durante generaciones, ha tenido un uso extremadamente limitado, pero hay litio disponible en abundancia, y el mapa de su disponibilidad cambia constantemente por el descubrimiento de nuevos yacimientos en numerosos lugares del mundo.

¿Tierras raras? Tal vez las llamemos "raras", pero no tanto como para que no aparezcan continuamente en cada vez más sitios. Tomémonos las cosas con calma. 

¿Y extraer esos materiales no conlleva, como tal, otros desastres ecológicos y un coste muy elevado? Pues vaya, mira por dónde: tampoco. Incluso en el peor de los casos, hablaríamos de emisiones de 29 gigatones de dióxido de carbono equivalente, una fracción minúscula de lo que podemos aún permitirnos emitir, y brutalmente inferior de lo que supondría seguir manteniendo el ritmo de emisiones que generan los combustibles fósiles. 

Los mitos son muy fáciles de alimentar. Pese a las críticas que genera cualquier cosa relativamente nueva como, por ejemplo, la minería de bitcoins (253TWh y en descenso), su consumo eléctrico es menos de la mitad de la energía que genera, sin ir más lejos, la minería de oro (571TWh), y bastante similar a la cantidad de energía utilizada cada año para alimentar la iluminación navideña (201TWh) o los videojuegos que jugamos (214TWh). Eso es lo que tiene poner las cosas en su adecuado contexto. 

Con escasísimas excepciones, tenemos todos los materiales necesarios para una transición energética absolutamente fundamental para la supervivencia en nuestro planeta, y la ciencia lo ha demostrado fehacientemente. ¿Podemos dejarnos de fake news, de mitos y de estúpidas e irracionales resistencias al cambio, y tratar de llevarla a cabo lo antes posible?