Sin duda alguna, uno de los ejercicios más complicados que existen a la hora de invertir es entender el sesgo cognitivo que se aplica a la economía. Es el momento en el que la lógica debería llevar a una disciplina de comportamiento pero las emociones se imponen tomándose decisiones totalmente contrapuestas.

Desde mi condición docente, empleo mucho tiempo en intentar explicar a mis alumnos que los ciclos económicos no responden al patrón preconcebido de una sucesión de etapas que necesariamente llevan a un movimiento predecible de la economía.

Desde un punto de vista puro de mercados este hecho es todavía más evidente por la existencia de sesgos que hacen que el 99% de los inversores valoren más positivamente un momento del ciclo si en el pasado se ha evaluado positivamente.

Justo ahora vivimos una fase en la que los datos macroeconómicos ya han introducido un sesgo. En EEUU por ejemplo hay una certeza casi plena de que la inflación ha hecho pico y que desde este nivel la secuencia es descendente.

Los últimos datos de precios de consumo y a la producción nos hacen ver que posiblemente esto sea cierto. Y si no lo es, la creencia popular mutuamente se arropa para pensar que sí. Este sesgo se activa buscando en el pasado patrones en los cuales la minoración, o eventual salida, de una fase inflacionista es buena para las bolsas.

Las expectativas desean lo contrario de la lógica y esto hace posicionar a los inversores en modo inverso

Pasa lo mismo con el empleo. La economía estadounidense, que es la que marca verdaderamente las pautas del ciclo, sigue creando empleo. Con los últimos datos conocidos ya se puede afirmar que en relación a los 22 millones de empleos perdidos como consecuencia del estallido de la pandemia y el posterior confinamiento, se han recuperado, por lo que el país se encuentra en nivel de pleno empleo.

La cuestión es que una secuencia de datos amables en un entorno negativo curiosamente provoca la aparición de una fase en la que lo bueno es malo… y lo malo es bueno. ¿El motivo? La explicación más simple viene por el hecho de que las expectativas desean lo contrario de la lógica y esto hace posicionar a los inversores en modo inverso.

Lo que esconde esa relación ilógica es que a veces no es suficiente que un villano sea malvado. Tiene que probar su maldad evitando todo lo que es bueno y abrazando todo lo que es malo. La biblia dice que los que practican el mal comerán alimentos que repugnan a los buenos y se reirán en los funerales. Los mercados siguen siendo adictos al dinero fácil y es por ello que se justifican en la compra de activos de riesgo cuando la situación indica justo lo contrario.

La cuestión es que la renta variable en particular no conjuga bien este todavía exceso de liquidez con caídas persistentes

Este sesgo que describo se observa al entender el comportamiento de las últimas cuatro semanas en las que el S&P500 ha recuperado más de un 10%. En un año en el que la confluencia de malos y pésimos datos ha sido una constante bien sobrepasado el ecuador el principal índice bursátil ha reducido su pérdida por debajo del 10% si incluimos dividendos. Parece al final que lo malo no era tan malo. 

Con esto no estoy diciendo que las bolsas tengan necesariamente que moverse en una única dirección. Ese es el mantra de los agoreros del apocalipsis bursátil que ven como, una vez más, se ha pregonado en el desierto y que después de mucho tiempo diciendo que las bolsas iban a caer, están en disposición de acabar el año en positivo.

La cuestión es que la renta variable en particular no conjuga bien este todavía exceso de liquidez con caídas persistentes. Primero porque el dinero tiene ese poder de convertir todo lo malo en bueno.

Solo así se consigue pintar de color rosa los dañinos efectos de las políticas de la última década. Es por ese motivo por el que vengo defendiendo desde hace tiempo que nada hará descarrilar las bolsas, ni guerras ni economía tienen el poder suficiente a pesar de que el péndulo de la economía nos lleve a su lado más oscuro. 

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