Mientras Putin decide si invadirá o no Ucrania, y China coquetea con la tentación de invadir Taiwán, Joe Biden no tiene nadie a quien invadir y se limita a tener videoconferencias tratando de apaciguar los ardores guerreros de ambos y a sacar adelante sus dos planes keynesianos de gasto público (1,2 y 1,7 billones de dólares, respectivamente) además de conseguir que el Congreso le autorice a emitir más deuda pública con que financiarlos.

¡Qué lejos están los días del "Yankee go home!" en los que la Unión Soviética, por boca de Brezhnev, le reprochaba a EEUU que quisiera ser el “gendarme de mundo” (tras de que invadieran Camboya en 1970 para perseguir al Vietcong) y Mao Tse Tung (Mao Zedong) se burlaba de ellos diciendo que “el imperialismo es un tigre de papel”.

Ahora, a pesar de las malas experiencias vividas por EEUU en Vietnam y otros lugares; por la propia Rusia en Afganistán algo más tarde, y por China en su guerra con Vietnam (donde este “pequeño” país les derrotó) los delirios bélicos de ambos, China y Rusia, parecen haberse recrudecido, sin que les valgan sus propias malas experiencias ni el escarmiento en cabeza ajena (la de los USA) para descartar esas tentaciones por completo.

Se ve que es verdad lo que decía Milton Friedman: “Los gobiernos nunca aprenden; solo aprenden las personas”.

En España, Pedro Sánchez, ha decidido que es mucho mejor que las personas tampoco aprendan. Al menos sus planes educativos apuntan a que no aprendan ni Filosofía, ni Matemáticas, ni Historia… Algo que hubiera causado asombro y consternación a generaciones pasadas de socialistas que veían en la educación y el aprendizaje la mejor de las herramientas para la prosperidad y para la felicidad. Esos socialistas viejos de los que Sánchez ha plagiado su frase mejor y, a la vez, la más banal: “Que nadie quede atrás”.

Se ve que es verdad lo que decía Milton Friedman: “Los gobiernos nunca aprenden; solo aprenden las personas”. 

Pocos de quienes le escuchan saben que esa es una frase de Tomás Meabe, el fundador de las Juventudes Socialistas, que adornaba dentro de un poster las “Casas del pueblo” (sedes del PSOE) durante la Transición… El mismo Tomás Meabe que, tras haber coqueteado de joven con Sabino Arana, se volvió totalmente antinacionalista y que tradujo a Platón para una editorial francesa… ¡Sacre bleu! ¡Maldición! ¡Traducir a Platón…! ¡Fuera Tomás Meabe del Bachillerato y de la LOMLOE…!

“La alegría de leer” (y, por ende, de aprender) se llamaba la librería (“La Joie de Lire”, en la calle Saint-Sevérin) que más visitaban los españoles “inquietos” que visitaban París durante los últimos años de Franco. El gobierno ha tornado ese anhelo en su contrario: ¡lejos de nosotros la funesta manía de aprender! De ese modo quedan santificados los errores que la ignorancia provoca: el inicio de la pandemia en febrero de 2020: ¡no se podía saber!; la transición hacia las energías renovables sin otra energía de respaldo mientras tanto: ¡no se podía saber!; la borrachera provocada por la promesa del dinero europeo sin pedir a la UE que mejor extenderlo por muchos más años para no incurrir en la imposibilidad de utilizarlo productivamente: ¡no se podía saber!; la inflación por el exceso de demanda sobre la oferta: no se podía saber…Y así sucesivamente.

Los tiempos del “Yankee go home” eran los días del IPC (Índice de Precios de Consumo) fuera de control, en España y en el extranjero. Vuelven ahora, por tanto, aquellos tiempos por partida doble. En aquellos momentos, el gobierno español de turno, tampoco sabía, y aunque en el terreno político aprendía, en el económico le costaba más trabajo.

Se hizo célebre la bravata del vicepresidente económico de un gobierno que irónicamente ahora se recuerda con nostalgia (el que hizo la Transición) cuando en noviembre de 1978 Fernando Abril Martorell envidó: “El objetivo del 10% de inflación para 1979 no es negociable”.

Si Pedro Sánchez hubiera aprendido algo de historia sabría que aquel año la inflación terminó casi en el 16%, en medio de un torrente de huelgas que llegaron a alcanzar las 2.680 en total, incluyendo la primera huelga en el fútbol. Si supiera algo de historia no habría hecho su promesa, en medio del malestar social creciente, de que los españoles pagarán este año por la electricidad lo mismo que en 2018, y conocería que, además, los choques del entonces vicepresidente con el INE (Instituto Nacional de Estadística) eran habituales: el INE era el portador de las malas noticias. Como ahora. ¡Ay!, la historia… Mejor no estudiarla, para no llevarse disgustos…

Y eso que, en ayuda de la promesa de Sánchez, ha venido ese precio máximo del gas natural que aquí hace mes y medio dimos por alcanzado y que, de momento, está nada menos que un 40% por debajo de como cotizaba el 5 de octubre pasado. A pesar de que la ministra Teresa Ribera nos dio como cosa hecha que el precio máximo se alcanzaría en enero de 2022. Y es que los ministros deben tener cerca a alguien que les explique las cosas: los mercados de futuros no adivinan éste, sólo dicen el precio al que se puede contratar hoy algo, en este caso el Gas Natural, para entrega en un momento futuro.

Los mercados tampoco aprenden: la visión del dinero al alcance de todos nubla el entendimiento. 

Por ejemplo, el viernes, contratar la compra de gas natural para entrega en enero, se podía hacer a un precio de 3,92 dólares por millón de unidades térmicas británicas. Para entrega en febrero la contratación era más barata: 3,89 dólares. Que evidentemente no es (como la ministra nos prometió, al no entender la cuestión) lo de que el precio más alto se alcanzaría en enero de 2022, pues, por ahora, el precio máximo se dio en octubre, a 6,47 dólares. Lo que no excluye la posibilidad de que, de aquí al 31 de enero, no se pueda dar un precio mucho más alto (eso no lo sabe nadie, ni los mercados de futuros ni los “mercados de pasados”, si es que existieran) aunque la tesis, arriesgada, “improbable”, de esta columna es que los precios máximos de la temporada, con permiso de Putin, y puede que sin su permiso también, ya los hayamos visto.

En la semana última los mercados financieros y de materias primas han recuperado algo de su compostura, aunque siguen recordando, con sordina, su comportamiento de la quincena fatídica de marzo del año pasado (la que fue del 8 al 23 de marzo): todos los activos más importantes están con pérdidas, bien ligeras, como las de las Bolsas, bien muy abultadas, como las del Bitcoin y el Gas Natural.

Los mercados tampoco aprenden: la visión del dinero al alcance de todos nubla el entendimiento. Y, los gobiernos, que, a veces parecen sus enemigos, les acompañan gustosamente en el viaje. El nuevo ministro de hacienda alemán, Christian Linder, ya ha prometido un nuevo programa de estímulos por valor de 60.000 millones de euros, de modo que Joe Biden estará acompañado en el suyo. Eso con la inflación en Alemania al 5,2%% y en EEUU al 6,8%. También Japón lanza un nuevo programa de estímulo fiscal.

Para los demás gobiernos eso es muy relajante y consolador: están bien acompañados en el empeño de aplicar medidas excepcionales a situaciones que ya no lo son tanto. Como decía el historiador británico A.J.P. Taylor, “el Emperador francés Napoleón III aprendió de los errores del pasado cómo cometer otros nuevos”.

Parece que, efectivamente, los gobiernos nunca aprenden. O aprenden a la manera de “Napoleón el pequeño”, como le llamó Carlos Marx. Y aunque se supone que las personas sí que aprenden, esas personas tan “especialitas” que son los presidentes o los primeros ministros parece que no aprenden nunca.