Decía André Maurois que “El arte de envejecer es el arte de conservar alguna esperanza”. Esta cita abría un artículo de Juanma López Zafra escrito en 2016 acerca de las pensiones y Fátima Báñez. Ya desde entonces, “lo que hacemos con nuestros mayores”, a pesar de lo que se declaraba de cara al escaparate, no era prioritario. Ni siquiera las protestas de los pensionistas sirvió.

El problema básico es que la población en edad de trabajar crece a una velocidad insuficiente. Y como, por suerte para la sociedad, la esperanza de vida es mayor que antaño, se produce un desajuste que se manifiesta en la tasa de dependencia, que es, por expresarlo con sencillez, el número de personas que no cotizan que cada español carga a sus espaldas.

Desde mi punto de vista, lo más inexplicable es cómo no se ha atajado de verdad el problema hace mucho. Tal vez me sorprende porque como cabeza de familia he tenido que planificar cómo pagar colegios y carreras, es decir, he necesitado desarrollar una visión a largo plazo de mi presupuesto y mis posibilidades de gasto y de inversión.

En el caso de las pensiones creo que en lo que todos coincidimos es en que la solución no es subir las pensiones y mantener la edad de trabajar. Si alguien promete eso queda desacreditado, incluso en un país en el que se acepta la mentira política como se aceptan los lunares. No hay nada que hacer, vienen de serie.

Aumentar la dotación para pensiones por la vía presupuestaria generaría un mayor gasto que habría de ser cubierto con más deuda pública o más impuestos. Aumentar la edad de trabajar supondría, de alguna manera, alargando el relevo generacional e impidiendo que los jóvenes entren en el mercado laboral. A menos que se fomente la creación de puestos de trabajo sostenibles. Y digo sostenibles porque multiplicar el número de funcionarios no lo es.

La diferencia entre quienes trabajamos para una empresa pública y quienes lo hacen para una empresa estatal es que nosotros tenemos que darnos a valer y sacar el talento que tenemos

Tal vez podría pensarse que si nuestras cuentas públicas fueran mejores podríamos permitirnos la creación de más puestos de trabajo en la administración del Estado. Sin embargo, ese no es el principal escollo. Tal y como está organizada la función pública, un funcionario más es un trabajador más desprovisto de incentivos a quien no se le puede despedir, salvo en casos tan excepcionales que casi ni cuentan.

La diferencia entre quienes trabajamos para una empresa pública y quienes lo hacen para una empresa estatal es que nosotros tenemos que darnos a valer y sacar el talento que tenemos. En un país con el porcentaje de desempleo actual tienes que ganarte tu permanencia en la empresa. Y no lo digo con pesar: me parece de lo más sano. Lo otro es como quien se casa para tener a la pareja “amarrada” con el contrato matrimonial porque divorciarse es más complicado que casarse. Y, normalmente, más caro.

¿Y cómo se pueden crear puestos de trabajo sostenibles? Es un tema complejo y espinoso que tiene dos pilares fundamentales: que los trabajadores encuentren el puesto más adecuado y que las empresas tengan la flexibilidad de amoldarse a los malos tiempos. Hay más aspectos importantes, pero estos dos son muy relevantes.

Empezando por el final, como nos ha demostrado el terrible año de pandemia, y como ya sabemos los que hemos cursado algún curso básico de economía, en las empresas, el factor fijo es el capital y el factor variable es el trabajo.

Es decir, es mucho más difícil ajustar el capital que ajustar la plantilla. Eso por definición. Incluso en el caso de empresarios solidarios, comprometidos con el cambio climático y con perspectiva de género, el factor variable es el número de trabajadores. La proverbial rigidez de nuestro mercado laboral, señalada por nuestros socios europeos, subrayada en todos los informes, diagnósticos y análisis, no se lo pone fácil a los empresarios. Incluso las medias tintas, como la mochila austriaca, se miran desde lejos y, como mucho, se mencionan en el Parlamento o se explican en los periódicos.

Una pena que no haya estaciones espaciales como bares en nuestro país. Yo lo preferiría, porque la industria aeroespacial aporta mucho más valor añadido que la hostelería

Lo cierto es que la solución conocida como “mochila austriaca”, que supone la creación de un fondo que se nutre mes a mes para sustituir o compensar la indemnización por despido, no es lo mejor pero tiene sus ventajas. Por ejemplo, dota a la empresa de una mayor flexibilidad a la hora de ajustar la plantilla sin perjudicar al trabajador.

El otro pilar es lo que se conoce como locación o asignación de recursos eficientes. Aún recuerdo el astrofísico que se dolía por haber tenido que emigrar de su pueblo. Una pena que no haya estaciones espaciales como bares en nuestro país. Yo lo preferiría, porque la industria aeroespacial aporta mucho más valor añadido que la hostelería.

Y a eso se refiere la eficiencia en la asignación de recursos. Los estudios profesionales, universitarios o no universitarios, deberían estar en sintonía con los puestos de trabajo que se ofrecen. Si queremos que nuestros trabajadores aporten mucho valor añadido, deberíamos facilitar y no poner palos en las ruedas, la inversión en esos sectores. ¿Lo hacemos?

No. Justamente, el gobierno promociona el aumento de funcionarios, promueve la deuda y no el ahorro, machaca la empresarialidad y demoniza al empresario que crece.

Incluso los ministros “consortes” hablan con peligrosa naturalidad de la nacionalización de empresas estratégicas. Y da miedo ir en su boca la palabra “estratégico” porque inmediatamente resuena en mi mente la voz del presidente que ordenaba “¡Exprópiese!”, en vivo y en directo.

Mi retorcida mente se plantea si esta permanente y cruel subida de la luz no va a ser la excusa propiciatoria que justifique la nacionalización total o parcial de la electricidad

Mi retorcida mente se plantea si esta permanente y cruel subida de la luz no va a ser la excusa propiciatoria que justifique la nacionalización total o parcial de la electricidad. La convocatoria de una marcha de Podemos, que de nuevo exige desde la calle al gobierno del que forma parte, ha hecho saltar todas mis alarmas. Y mientras Sánchez, con su imborrable sonrisa, se deja poner la zancadilla, sabiendo que saldrá airoso.

Volviendo al inicio, si el arte de envejecer es el arte de conservar alguna esperanza, les estamos arrebatando a nuestros jóvenes también ese arte. Y la desesperanza no es buena consejera. ¡Santa María de la Unión Europea, protégenos de los desmanes del político derrochador!

Contenido exclusivo para suscriptores
Descubre nuestra mejor oferta
Suscríbete a la explicación Cancela cuando quieras

O gestiona tu suscripción con Google

¿Qué incluye tu suscripción?

  • +Acceso limitado a todo el contenido
  • +Navega sin publicidad intrusiva
  • +La Primera del Domingo
  • +Newsletters informativas
  • +Revistas Spain media
  • +Zona Ñ
  • +La Edición
  • +Eventos
Más información