A medida que más y más países van avanzando en sus campañas de vacunación, y que comprobamos ya de manera completamente fehaciente que la sensación de seguridad que proporcionan las vacunas es completamente correcta (el 99,992% de las personas totalmente vacunadas han esquivado la enfermedad, según la CDC norteamericana), vemos cómo se va planteando el proceso que hemos denominado como desescalada, la supuesta vuelta a la normalidad tras un período de más de un año y medio. 

En el género humano y en muchos animales, la construcción de hábitos tiene lugar en un período de algunas semanas. La videoconferencia, que para muchos, al inicio de la pandemia en marzo de 2020, era algo que se utilizaba en muy escasas ocasiones y siempre con la asistencia del departamento de IT, es ahora un recurso normal y cotidiano. 

La media hora o más que en muchas ciudades grandes había que pasarse sentado en un atasco para acudir a la oficina, ahora es, para muchos, un mal recuerdo que solo se produce ocasionalmente.

En mercados de trabajo funcionalmente activos como el de los Estados Unidos, la pandemia ha llevado a que muchos trabajadores cambiasen su lugar de residencia en zonas urbanas especialmente caras como San Francisco, Seattle o Nueva York, y se trasladasen a lugares alejados.

Lugares que serían funcionalmente implanteables si tuviesen que acudir a la sede de su compañía todos los días, pero que ahora, con un planteamiento de trabajo distribuido total o parcial, permiten acceder a viviendas mucho más grandes, con un terreno o una piscina, por cantidades similares a las que antes pagaban por un apartamento en el centro de la ciudad.

Para muchos de esos trabajadores, la perspectiva de "volver a la normalidad" es, simplemente, una pesadilla: "no, muchas gracias, entre aquella normalidad y la que conozco ahora, me quedo claramente con la segunda".

No, muchas gracias, entre aquella normalidad y la que conozco ahora, me quedo claramente con la segunda

Lo mismo ocurre con directivos que antes vivían en un avión y evaluaban su calidad de vida en función inversa de la nobleza del metal de su tarjeta de viajero frecuente: en la mayor parte de los casos, llevan más de un año sin salir de su casa o de su ciudad, y han comprobado fehacientemente que sus compañías no se hunden cuando las cosas se coordinan mediante videoconferencia.

En algunos casos pueden pensar que no estaría mal pasarse físicamente por sus mercados de vez en cuando, pero sin duda, no tienen especial interés en volver a su vida anterior. Como bien dice Brian Chesky, fundador y CEO de Airbnb, "los viajes de negocios nunca volverán a ser lo que eran antes de la pandemia". 

A estas evidencias, sin embargo, se opone otra fuerza: el isomorfismo, o la inercia que hace que muchas compañías estén como locas por volver a la situación anterior, a la que conocían de antes de la pandemia. Directivos y compañías que piensan que la pandemia fue simplemente "una situación excepcional y de emergencia" de la que agradecen mucho haber salido con vida, pero que ahora lo que hay que hacer es simplemente olvidarla y volver a hacer las cosas como antes, al business as usual.

Es esa perspectiva, la de "cerrar el capítulo pandemia" y negarse taxativamente a aprender nada de la situación por la que hemos pasado, la que separa a los buenos de los malos directivos. Un directivo hábil es capaz de recibir señales de su contexto, y de entender qué elementos de ese contexto volverán a como eran antes, y cuáles han cambiado para siempre.

Un directivo torpe se limita a volver a lo que ponía el libro: si decía que se entraba a las nueve y se salía a las cinco, no hay discusión: se vuelve a entrar a las nueve y salir a las cinco, porque nadie ha dicho lo contrario, y plantearse otra posibilidad es complicado. 

En realidad, muchos directivos tienen una razón evidente para desear que la desescalada sea una vuelta atrás: su supervivencia. Hablamos de una subespecie de directivo en particular: los mandos intermedios.

La pandemia nos está permitiendo comprobar como, a medida que las fuerzas de trabajo se vuelven más distribuidas y más asíncronas, el papel tradicional de los mandos intermedios, el de supervisar el desempeño individual de aquellos que tenían a su mando, se vuelve cada vez más innecesario y redundante. El resultado es que muchas organizaciones van a aplanarse, al tiempo que se vuelven sensiblemente más productivas.

La desescalada, en algunos países, se prevé que provoque que millones de trabajadores cambien de compañía. Y lo harán buscando empresas que de verdad les ofrezcan entornos de confianza en los que trabajar como ellos quieran, desde donde ellos elijan en cada momento. 

Plantearse la desescalada como una vuelta atrás sin aprender nada es de empresaurios. Y la pandemia, para ellos, va a ser un meteorito.

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