La vocación literaria de este Gobierno es proverbial. En unas pocas semanas ha producido el Plan de Recuperación, el Plan de Reformas, el Plan de Estabilidad y esta semana ha presentado en sociedad el Plan España 2050. Todos ellos se caracterizan por su larga extensión y por ser versiones diferentes de una misma filosofía económica; a saber, la configuración de un modelo de sociedad definida por un Estado grande con niveles de gasto público y de impuestos crecientes.

En unos casos, el Gobierno considera esa situación inevitable, a causa por ejemplo del envejecimiento de la población, en otras deseable, para crear una economía controlada por el Estado.

En el futuro proyectado por los redactores del Plan España 2050, la presencia del sector privado es marginal por no decir irrelevante. La fuente inspiradora de este enfoque es el paradigma del Estado Emprendedor, planteado por Mazzucato hace unos años, que plantea con un nuevo ropaje doctrinal la tendencia constante del estatismo de izquierdas y de derechas a asignar al Gobierno la dirección de la economía, convirtiendo a la iniciativa privada en un simple instrumento para cumplir los objetivos trazados por los sabios planificadores. 

Cuando se analizan las propuestas formuladas por los expertos que han elaborado el Plan España 2050, llama la atención que muchas o, mejor, casi todas ellas coinciden con las hechas por el Gobierno en materia fiscal, laboral, sistema de bienestar social, etcétera.

Esta espontánea confluencia de ideas y medidas se traduce en proporcionar un soporte externo e independiente a la estrategia socioeconómica de la coalición gubernamental para España. En otras palabras, se avala la deseabilidad de avanzar por el camino trazado por la coalición que se resume en: más Estado, menos mercado.

Al igual que en los planes de Recuperación, Reformas o Estabilidad recién aprobados se cuantifican objetivos que no se sustentan en nada: un incremento de la productividad del 50% en los próximos 30 años, un crecimiento promedio del PIB del 1,5% y un paro del 7% a final del período.

Resulta muy complicado o, mejor, inverosímil alcanzar esas metas con el conjunto de recetas ofrecidas por los autores del Plan y el papel no lo aguanta todo, aunque sea cuché. Eso sí, esta vez, la redacción es legible.

Resulta muy complicado o, mejor, inverosímil alcanzar esas metas con el conjunto de recetas ofrecidas por los autores del Plan España 2050

Es sorprendente que en un programa con una confesa vocación y visión de largo plazo se haga abstracción de las condiciones macroeconómicas que son imprescindibles para garantizar un crecimiento sano y sostenido que haga posible crear riqueza, empleo y bienestar para todos.

Por ejemplo, nadie puede pensar que cabe conseguir esos objetivos con los actuales niveles de déficit y de deuda pública. Sobre estos asuntos, el Plan pasa de puntillas; eso sí, con una recomendación idéntica a la del Gabinete: subir los impuestos.

Sólo esto convierte el Plan España 2050 en, permítase el casticismo, un cuento de la lechera; en un ejercicio de simple marketing propagandístico; en un nuevo ejercicio pirotécnico de la factoría monclovita. A la vista de todo esto, el meritorio y bienintencionado esfuerzo realizado por las personas convocadas por el Ejecutivo para dibujar la España de 2050 era innecesario.  

Si la pretensión de los redactores del Plan era ofrecer un texto que pudiese obtener un amplio consenso, su error es manifiesto. Se está ante un documento que es in extenso el programa de la izquierda gobernante para la economía y para la sociedad española de cara a las próximas décadas.

Sin embargo, España necesita lo contrario a las medidas sugeridas por los expertos: un marco de estabilidad macro y de libertad que permita a los individuos y a las empresas desplegar su energía creadora en lugar de asfixiarla. La economía española ha de ser liberada de sus cadenas. En otras palabras, una política diferente a la mantenida por este Gobierno y avalada por sus expertos.

Para terminar, el discurso del señor Sánchez en el Congreso de UGT reivindicando la figura de Largo Caballero como referencia de la política de su Gobierno es muy clarificador. El líder del PSOE invoca al dirigente que representa en todo su esplendor la rama antidemocrática, sectaria, guerra civilista y cuasi soviética del socialismo patrio.

Que a estas alturas del siglo XXI, en una democracia avanzada, el Lenin Español sea el inspirador de la acción gubernamental es alucinante. Sin embargo, refleja a la perfección la ruptura de este PSOE con su pasado socialdemócrata y reformista.

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