"No hay nada que hacer". Esta frase, repetida mil veces a uno mismo, es la base del mecanismo psicológico de muchos pacientes con depresión. Quién no se ha preguntado "¿Por qué no haces nada para salir del agujero?", cuando nos hemos encontrado con un amigo o familiar que soporta, de brazos caídos, el dolor físico o psicológico, producido por una situación negativa.

La respuesta es la indefensión aprendida, que no solamente se da en seres humanos sino también en animales. Ante una situación de impotencia continuada, de estrés incontrolable, nuestra mente aprende que no hay nada que hacer y nos abandonamos, dejamos de buscar solución, o no caminamos hacia posibles salidas, aunque sean fáciles.

Es parecido a lo que nos sucede a los españoles con el Gobierno de Sánchez. Desde marzo del 2020, hemos asistido, sentados en nuestras casas, al Gobierno por decreto, a toma de decisiones acerca de nuestra vida, nuestro dinero, nuestra seguridad, la educación de nuestros hijos, sin que pudiéramos hacer nada, y sin que los partidos de la oposición en el Parlamento hayan emprendido acciones, incluso legales, excepto analizar qué estrategia les dejaba en mejor lugar en el escaparate político.

Se ha subido la cuota de autónomos, se ha prohibido despedir para diferir la avalancha de parados y no quedar muy mal, mientras las empresas se ahogaban en ERE’s.

Aprovechando la falta de control parlamentario durante el prolongado estado de alarma, se puso a la cabeza del CNI al exvicepresidente del gobierno, se cerró un acuerdo presupuestario, se impidió que se investigara un grave caso de abuso a menores tutelaras por el Estado en Baleares, se concedió una subvención millonaria a una aerolínea venezolana sin actividad, se concedieron subvenciones millonarias a las televisiones privadas que, a pesar de tener que ser retiradas por presiones europeas, se han compensado con otras ayudas. Y no quiero ser exhaustiva.

Ahora nos enfrentamos a un Plan de Recuperación y Resiliencia de casi dos mil folios, por un gobierno cuya seña de identidad en este año de supuesta remontada es el deterioro de nuestro nivel de vida vía subida de impuestos: sociedades, primas de seguros, al plástico de un solo uso, IRPF, autónomos, transacciones financieras, matriculación de vehículos, patrimonio.

A esto hay que sumarle el recorte en la desgravación de planes de pensiones, el cobro de peajes en autovías, y la subida de la factura de la luz, el gas, el gasóleo y los refrescos. No está mal.

Y cuando alguien dice algo al respecto es denigrado e insultado. Los economistas críticos somos todos una panda de fachas. Los que piden consenso, apoyo al gobierno y un malentendido 'patriotismo' económico son los que merecen el título de sabios economistas. Aunque justifiquen la sangría que estamos viviendo. De esta manera, nos movemos entre el "No hay nada que hacer" y el "No seas cenizo".

Los economistas críticos somos todos una panda de fachas

El comité de expertos de Calviño pide un pacto para apoyar los planes. Ese es el titular. Luego lees el texto y te das cuenta de hay alguna crítica bastante severa al plan, incluso por parte de economistas más afines, menos sospechosos de estar en el 'rinchi' de los analistas.

Es un examen para la capacidad de gestión de la Administración, dicen. La misma que ha gestionado la pandemia como lo ha hecho. Hay que superar el cortoplacismo. La política no debe guiar la ejecución del Plan. De nuevo, la búsqueda del unicornio.

Eso sí, se pide que el PP no se instale en una negativa recalcitrante, que haya un pacto de Estado, que sea a aceptado, desde las familias hasta las empresas, por todos los agentes de nuestra economía.

Nos piden que asumamos nuestra incapacidad para hacer nada. Nos exigen rendición ante su super plan. Una propuesta que "maneja el arte de lo políticamente posible", pero que asigna los fondos europeos de manera muy dudosa.

¿Cómo se sale del estado de indefensión aprendida? Lo peor que se puede hacer es decirle a la víctima lo que tiene que hacer. Hacerle sentir que es una inútil solamente refuerza la vulnerabilidad. La única manera es devolverle la confianza en su capacidad para controlar 'algo', para retomar las riendas de su vida. En el caso de los españoles, deberíamos creer de nuevo en la democracia, en el Parlamento, en nuestros representantes. Es una tarea muy difícil, pero no es imposible.

La semana pasada Isabel Díaz Ayuso, que no es la mejor política que ha dado nuestro país, cuya gestión tiene luces y sombras, que tiene mil fallos y es carne de meme, ganó por goleada a todos los demás. Y Mónica García, recién llegada, sin el carisma, experiencia y savoir faire de su oponente, barrió a Pablo Iglesias. En ambos casos, los votantes pensaron que de algo serviría, incluso si votaban "contra" el oponente, y no a favor del candidato. Y funcionó. Madrid se movilizó y la participación fue histórica.

¿Se podría trasladar esa experiencia al resto de la nación? Yo creo que hay diferencias insalvables entre la política regional y la nacional. Para empezar porque muchas veces el mismo partido tiene diferente forma de funcionar. Pero también porque la distancia entre el político y el ciudadano es mayor y eso aumenta la vulnerabilidad psicológica: tal vez afectes a lo que hace el alcalde, pero no vas a mover un pelo de la ministra.

A menudo, me pregunto si, además, no será que los congresistas y senadores están muy a gusto manteniendo una distancia de seguridad con el resto de los españoles. Los de aquí abajo, los que pagamos su sueldo y nos bañamos en el mar de sus impuestos no sabemos, nos falta información, si estuviéramos en su posición entenderíamos… y eso les salva de la lupa ciudadana.

Habrá, en cualquier caso, que echar un vistazo a esos casi dos mil folios, para, desde el rincón de los economistas cenizos, seguir señalando rotos por donde se nos escapa una recuperación sostenible y un futuro más amable para los jóvenes.

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