Mañana es el día D. El día del Armagedón entre Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso. El día en que sus políticas sanitarias respectivas en “el año del Séptimo Sello” van a ser evaluadas por los votantes. No se trata de la lucha entre el Bien y el Mal (o viceversa) como algunos de sus partidarios respectivos quieren hacer creer, sino de la evaluación de algo mucho más concreto y menos bíblico. Ha sido una lástima el papelón que en esta casi justa medieval han tenido que desempeñar todos los partidos sin excepción, por no hablar de los demás candidatos.

¡Sólo Sánchez y Ayuso! ¡Despejen el campo!

En el fin de semana se han cumplido 46 años justos del llamado “May Day” de la Bolsa de EEUU, que tuvo una relevancia especial porque las Bolsas de todo el mundo imitaron después lo que los norteamericanos hicieron aquel 1º de mayo de 1975: liberalizar los corretajes que se pagaban por comprar y vender en Bolsa. Es decir, se acababan las comisiones de intermediación fijas, que perjudicaban sobre todo a los pequeños inversores, que tenían que pagar un coste fijo muy alto, con independencia del volumen de inversión que quisieran hacer. Por primera vez en 180 años se abría la competición para ver qué Agente de Cambio (bróker) ofrecía mejor precio por intermediar.

El tema se ve ahora tan chocante que parece que todo sucedió antes del diluvio. Franco moriría seis meses más tarde. Las economías luchaban por salir de la recesión de 1973-1974, agudizada por el embargo del petróleo de los países árabes a Occidente.

Se iniciaba la etapa del neoliberalismo, aunque la resistencia al cambio fue tan fuerte que desde la Bolsa de Nueva York los brokers (sociedades de valores) gritaron: ¡Comunismo, comunismo! A la SEC (Securities and Exchange Commission) que era el organismo oficial que impulsaba el cambio (y cuyo modelo se imitaría en España con la CNMV trece años más tarde) se le acusó, utilizando sus siglas, entre agria y humorísticamente, de ser el “Soviet Economic Committee” o Comité Económico Soviético.

Ahora esa resistencia se la encuentra el Bitcoin y las demás criptomonedas, como hace 25 años se la encontró, en algunos ámbitos, Internet.

Así suele ser la resistencia al cambio. Once años después (1986) la Bolsa de Londres dio un paso en la misma dirección liberalizadora, y las Bolsas españolas no tuvieron más remedio que hacer algo parecido a partir del verano de 1989, cuando entró en vigor la Ley de Reforma del Mercado de Valores, con la consternación correspondiente de los Agentes de Cambio y Bolsa.

La resistencia al cambio siempre es así. Ahora esa resistencia se la encuentra el Bitcoin y las demás criptomonedas, como hace 25 años se la encontró, en algunos ámbitos, Internet: Paul Krugman llegó a afirmar que sería una moda pasajera. Respecto al Bitcoin está por ver si es únicamente un fenómeno especulativo o tiene más fundamento. Solo el tiempo lo dirá. De momento, luminarias del mundo de las finanzas como Charlie Munger, se expresan sin ambages: “por supuesto que odio el éxito del Bitcoin… todo el asunto es repugnante y contrario a los intereses de la civilización”.

Lo que ya está claro es que las criptomonedas han llegado para quedarse, pero, probablemente, no como las conocemos ahora, sino en forma de mismos perros con distintos collares: los bancos centrales de todo el mundo ya están trabajando para que las monedas de curso legal tengan su versión “cripto”. El que más ha corrido en esto es el banco central chino. Las criptomonedas, que nacieron como un elemento anarco-capitalista, y para que el dinero pudiera circular fuera de la vista de los gobiernos, paradójicamente han abierto el camino para que los gobiernos puedan ejercer el máximo control sobre él. Un control que para su “1984” lo hubiera querido Orwell: a la versión cripto de las monedas de curso legal se les podrá poner, si el gobierno de turno quiere, una fecha de caducidad, por lo que esa será una de las posibles maneras de obligar a que se consuma en períodos como el que acabamos de vivir, en que el ahorro ha crecido de forma desproporcionada. Con este mecanismo la transmisión de las políticas monetarias será mucho más fácil. Se ahorrará o se consumirá “a la voz de ¡ar!”. Con premios y castigos.

Las vías de escape que facilitan las criptomonedas hoy existentes están empezando a cerrarse también. El ministro de Hacienda de Corea del Sur ya ha anunciado que las plusvalías obtenidas mediante la compraventa de criptomonedas tendrán que pagar un impuesto sobre las ganancias de capital del 20%. El resto de los gobiernos irán adoptando medidas de este tipo gradualmente. La ilusión de libertad en el ciberespacio se irá reduciendo poco a poco. Al fin y al cabo, los gobiernos son los que tienen el monopolio de emitir monedas de curso legal. El mismo ministro surcoreano lo ha dejado bien claro: “las criptomonedas no son monedas, son activos intangibles”.

Las vías de escape que facilitan las criptomonedas hoy existentes están empezando a cerrarse también.

Este es el mundo que viene. A muchos les parecerá que es tan ininteligible que dirán con la boca pequeña “Señor, ¡llévame ya!”. Pero al final todo será fácilmente comprensible porque todo se basa en los mismos conceptos de siempre, solo que enmascarados por una nueva terminología a la que no hay que tener miedo. Las cosas son siempre lo que su nombre indica. A los técnicos hay que dejarles lo que va por debajo de la superficie. Al fin y al cabo, el correo electrónico se deposita en un “buzón”, como siempre, y para acceder a la cuenta del banco online se usan “claves”, igual que se usaban para abrir la más tradicional caja de caudales. Todo esto, claro, está, muy influido por el inglés que, como idioma, es el rey de la metáfora. En España, tan “siglo-de-oro-escos” como somos nos parece que la metáfora es cosa que hay que dejar para la poesía y de ahí las dificultades que tendrán muchos en adoptar el vocabulario adecuado. Pero todo se aprende.

Mañana es el día D. Por fin sabremos en qué para este juego de políticos en viajes del ego que ven a la Santa Compaña fascista donde solo hay molinos de viento, mientras son vituperados por quienes, como los brokers de Nueva York en 1975, ven un comunista debajo de cada comisión variable de Bolsa. Por suerte, la calle está llena de una gran mayoría de ciudadanos que, como Sancho, solo ven los molinos de la realidad mostrenca: la de las dos maneras de gestionar la pandemia enfrentadas y que habrá que juzgar. No es el juicio del fin del mundo, aunque tenga algún tinte apocalíptico, por serlo de la gestión del año en que se abrió una vez más El Séptimo Sello.