El pasado 16 de febrero, el rapero Pablo Hasél fue encarcelado por delitos que están tipificados en nuestras leyes. En concreto, enaltecimiento del terrorismo e injurias a la Corona y a instituciones estatales. A partir de ahí, la violencia en las calles de Barcelona ha ido creciendo, enquistándose, y las razones que iniciaron los altercados han perdido su sentido.

Hásel ha declarado indignado que la celda es muy pequeña e incómoda. El mito del conde de Montecristo no vale para el siglo XXI. Mientras tanto, en el Paseo de Gracia, las pérdidas de los pequeños comercios superan los 750.000 euros y no sabemos a cuánto ascenderá si sumamos el coste del mobiliario urbano, automóviles, etc.

Las explicaciones que los analistas ofrecen para esta violencia desatada se podrían resumir en "al final es un poco todo". La manifestación más o menos pacífica inicial y la represión de la violencia por las fuerzas de seguridad del Estado se han convertido en lucha urbana, en incendio de cuarteles y de automóviles de la guardia urbana ocupados, mientras gritan “¡Que ardan!”.

Este fenómeno no es único ni original. Está en la agenda anti-sistema internacional: aprovechar un incidente que tenga arraigo social para generar violencia desbordada y cuestionar, de esta manera, el sistema. Porque lo que está sobre la mesa ahora mismo no es Pablo Hasél y su derecho a una celda 'XXL'. Lo que se pone en tela de juicio es el derecho del Estado a ostentar y ejercer el monopolio de la violencia.

La represión legítima de la violencia de los manifestantes por el Estado es respondida con violencia elevada a la enésima potencia, contra esas fuerzas represoras, pero también contra los ciudadanos. No se plantea llevar ante la justicia los posibles desmanes (si los hubo) de los policías. Se responde de igual a igual, pero sin las mismas armas. De haberlas tenido, estaríamos inmersos en una guerra civil, al menos en la Ciudad Condal.

Lo que está sobre la mesa no es Hasél y su derecho a una celda 'XXL'. Lo que se pone en tela de juicio es el derecho del Estado a ostentar y ejercer el monopolio de la violencia

La protesta violenta es una de las formas de expresar el descontento que la Escuela de Public Choice reconoce, junto con las protestas pacíficas, la salida del país, o la lealtad a las instituciones. Quienes han estudiado las fórmulas del descontento explican que a la hora de elegir una u otra opción hay que considerar, entre otros, los costes materiales, emocionales y reputacionales de la decisión. En términos económicos se trataría de obtener el beneficio marginal máximo a un coste marginal mínimo.

Parece evidente que tanto los costes materiales como los penales para los violentos de Barcelona van a ser muy pocos. Pero ¿qué pasa con los beneficios? ¿Qué van a obtener?

Una improvisada lista de razones concretas aducidas para justificar la violencia, por parte de diferentes jóvenes entrevistados en los medios, además de la libertad de expresión, abarcan: la precariedad laboral, el elevado desempleo juvenil, la criminalización de los jóvenes durante la pandemia acusándoles de hacer fiestas ilegales, la pérdida de calidad y nivel de vida respecto a sus padres, la corrupción del rey emérito, la corrupción general de la clase política y el conflicto independentista catalán. Los analistas explican que los jóvenes están hartos y ven un futuro muy oscuro. Y, sobre todo: nadie les da una solución.

Los beneficios que podrían estar buscando, por tanto, podrían agruparse en categorías. En primer lugar, la libertad de Pablo Hasél, el refuerzo de la Ley de Libertad de Expresión y el cambio a favor de los jóvenes en la opinión de la sociedad. Los jueces hablarán de qué va a pasar con el rapero y el gobierno ya ha prometido revisar la Ley de Libertad de Expresión. Pero ¿la sociedad se está identificando con los jóvenes y su actitud durante la pandemia gracias a estos altercados? No creo.

En segundo lugar, tenemos el tema de corrupción política y del rey emérito y su desigual trato por parte de la justicia. Estoy de acuerdo con esta reclamación. Pero creo que antes que nada, los jóvenes deberían revisar la honradez de aquellos políticos a los que votan (que son precisamente quienes les jalean) y, de paso, considerar la igualdad ante la ley de hombres y mujeres, que no existe a día de hoy. Pablo Hasél es una de las pocas excepciones en las que se permite a un hombre expresar opiniones machistas y vejatorias hacia la mujer sin que el colectivo feminista se indigne.

Antes que nada, los jóvenes deberían revisar la honradez de aquellos políticos a los que votan (que son precisamente quienes les jalean)

La independencia de Cataluña no se va a lograr mediante la violencia. Ya tenemos experiencias previas que así lo atestiguan.

He dejado para el final el tema del empleo y la precariedad laboral. Tienen razón. Y también la tienen cuando explican que su futuro es oscuro e incierto. Pero ¿se han planteado por qué? ¿Han pensado cómo hemos llegado hasta aquí? La esclerosis creciente del mercado laboral es el fruto de la nula visión de futuro de los gobernantes.

Claro que su futuro es oscuro. Pero la culpa no es de las fuerzas de seguridad o de los pobres comerciantes del Paseo de Gracia. La responsabilidad es de quienes han votado, sin visión de futuro, por aquellos candidatos que prometen una paguita hoy a costa de menores oportunidades de empleo mañana. La subvención del Gobierno para emanciparse no genera empleo juvenil, sino dependencia de la juventud que, como es lógico, reclama más ayudas. Y digo que es lógico porque estos jóvenes que, por fortuna no son todos, han caído en la espiral de la codependencia política.

Las oportunidades de empleo, el aumento de salarios a niveles que permita salir adelante, la rebaja de los precios de los alquileres, no se logra deseando que arda la guardia urbana, ni sumándose al movimiento anti-sistema internacional, que manipula a los jóvenes desesperados como hacen los narcotraficantes con los drogadictos.

Se trata de que estos jóvenes miren más allá, a largo plazo, y reclamen que se den las condiciones para poder crear ellos sus propias empresas, poder prosperar, internacionalizarse, mejorar su nivel de vida respecto a sus padres. Pero eso no genera un beneficio que no hemos mencionado aún: la reputación. Es necesario reflexionar por qué en nuestra sociedad está mejor visto el vandalismo que la empresarialidad. Solamente así habrá futuro para todos.

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