Se cumple un año desde que los organizadores del Mobile World Congress que iba a celebrarse en Barcelona decidieron cancelarlo por miedo al contagio del coronavirus. Advertidos así todos de la cercanía del iceberg, la Orquesta del Titanic del Gobierno, decidió ponerse a tocar.

Exactamente hasta las 11 de la noche del 8M, en que se le apareció un ángel tocando a rebato, cuando, con permiso de Arquímedes, la inundación ya subía desde los camarotes hasta la cubierta. La orquesta dejó de sonar.

Ese mismo día se había visto, por primera vez en la historia y por televisión, el contagio de una epidemia en vivo y en directo, al aire libre y bajo cubierto: toses, moqueos, sudores… Hasta hubo un: “¡No me tosas en la cara!”. Ministras, diputadas, familiares de presidentes de gobierno y líderes de un partido en pleno congreso caían en cama en los días siguientes. Incluso una exdiputada regional fallecía.

Como dicen los ingleses: “All hell broke loose!”. ¡Se habían reventado las compuertas del infierno!

Durante las horas siguientes, otro ruido ensordecedor se apoderó del globo: las compuertas del petróleo saudí se abrieron sin previo aviso y el infierno se desató también en los mercados: bolsas, divisas, deuda pública, renta fija privada y materias primas (incluido el oro). Hasta una cosa intangible y digital llamada bitcoin, que se compra y vende en plataformas en Internet (no reguladas legalmente) se cambiaba por 3.850 dólares, un 80% por debajo del punto al que había llegado su cotización 27 meses antes.

Si alguiente mostrara su dolor por una calumnia vertida contra él, eso la convertiría automáticamente en verdadera

Pocos días después, y ya proclamado el estado de alarma en España, el vicepresidente aparecía triunfante en el semihundido castillo de proa proclamándose responsable de competencias cedidas por Sanidad. Tanto daba haberse proclamado Almirante de la Mar Océana.

Casi un año más tarde, los mercados han recuperado la compostura y galopan alegremente estimulados por la vacuna de los 9 billones de dólares inyectados por los bancos centrales de los países del G7 en el sistema financiero, pero los muertos de la pandemia ya no recuperarán ni la compostura ni, algunos, la sepultura en el lugar deseado.

La cotidianeidad de la pandemia permite ahora que tanto el vicepresidente como los partidarios del bitcoin puedan permitirse algunas frivolidades adicionales. La más llamativa de todas es la de incurrir en una conocida falacia: la del error inverso. También conocida como “error de la afirmación del consecuente”.

¡Que nadie se asuste! Es todo muy sencillo. Se trata de un error lógico consistente en afirmar que, si una cosa implica otra, ésta, a su vez, implica la primera.

Así, si aceptáramos que la conocida afirmación popular de que “las verdades duelen” fuese cierta (lo que es mucho aceptar, dado que hay verdades que no duelen: no creo que al doctor Fleming le doliera que alguien afirmara en su presencia que él era el descubridor de la penicilina) eso llevaría a quienes cometen el error inverso a afirmar que “lo que duele es verdadero”. De ahí se deduciría, por tanto, que, si alguien mostrara su dolor por una calumnia vertida contra él, eso convertiría automáticamente la calumnia en verdadera.

Así, en la historia de “la casta Susana” (la que aparece difamada en la Biblia, en El Libro de Daniel; la “Susana y los viejos” de tantos cuadros renacentistas y barrocos: desde el Tintoretto hasta el Guercino, pasando por Rubens o el Veronés) la casta Susana estaría condenada sin remedio.

Esa corriente que cree que todo lo que tiene un precio, aunque sea por un puro arrebato de la voluntad, es un activo

Nuestro vicepresidente acumula ya una semana siendo reo del pecado del error inverso, al afirmar que, si duele su afirmación de que la democracia española es imperfecta, es porque es verdadera. Es decir, que si no fuera verdadera no dolería.

Con ello da pábulo a todas las calumnias que se lanzan contra él y sobre las que ha mostrado su dolor en público y/o en los tribunales (como la misma Susana). Con su error inverso ha convertido distraídamente a sus calumniadores en agentes de la verdad.

Los partidarios del bitcoin (más que partidariosm creyentes) están incurriendo en el mismo error. Partiendo de la premisa de que todo tipo de activo, mobiliario o inmobiliario (ya se trate de las acciones de Apple o de un terreno a orillas del Mar Menor) tiene un precio que puede subir o bajar, han concluido que la implicación inversa también es cierta. Esto es, que, puesto que el bitcoin tiene un precio que, para colmo, sube y baja, el bitcoin debe ser un tipo de activo más. Luego hay que incorporarlo a la cartera de cualquier inversor que quiera mantenerse al día.

Abundando en esa idea de modernización, el fundador de Tesla anunció que su empresa aceptará el pago en bitcoins por los coches que produce, lo que provocó que esa “nada digital y escasa” que es el bitcoin subiera de precio hasta cerca de los 50.000 dólares.

A esa nueva ola de uso del bitcoin se han sumado ya desde el banco más antiguo de EEUU (el Bank of New York Mellon) hasta Mastercard o el alcalde de Miami, que pagará parte de los salarios en bitcoins y los aceptará también en pago por las tasas municipales.

Solo gente tan curtida y realista como Michael Burry (el héroe de la película "La Gran Apuesta", que supo ver venir, y apostó con éxito, contra la burbuja de las hipotecas basura que estalló en 2008) se está manifestando claramente contra esa corriente que cree que todo lo que tiene un precio, aunque sea por un puro arrebato de la voluntad, es un activo. Y ha descrito la decisión del fundador de Tesla de una manera muy visual: lo ha llamado “confeti digital”.

A ver si el bitcoin no es un activo, sino que forma parte de uno de los coros celestiales

En la misma línea contraria se están expresando desde Nouriel Roubini (también conocido por su apuesta intelectual contra la burbuja inmobiliaria) hasta Nassim Taleb, el autor de "El Cisne Negro".

A pesar del error inverso del vicepresidente y de los forofos del bitcoin, ni la democracia española es tan imperfecta (está entre el selecto grupo de las mejores, por delante de la República Francesa o de la de EEUU; un grupo, por cierto, que está encabezado por un ramillete de monarquías parlamentarias) ni el bitcoin es un activo, por mucho que suba de precio.

A ver si los tozudos al estilo de Michael Burry, que se agarran a lo concreto y tangible, van a tener razón. A ver si lo que se ve es mejor que lo que se imagina. A ver si el bitcoin no es un activo, sino que forma parte de uno de los coros celestiales de los que hablaba el Pseudo Dionisio Areopagita, al que desde luego imaginación (o Revelación) no le faltaba.

A ver si la “democracia imperfecta” de España termina siendo a lo que se refería el General Lafayette (que algo sabía del tema, pues combatió por la independencia de la República de los Estados Unidos de América, además de ser coautor de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano) cuando dijo: “¡La monarquía constitucional es la mejor de las repúblicas!”.

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